Dicen algunos que Don Gaspar entendió a la perfección la máxima franciscana de la convivencia con "la hermana muerte", ésta formaba ya parte de él. Hoy que ésta se teme y esconde tanto como nunca antes, aún quedan místicos que la ven sin miedo, como San Pío de Pietrelcina: “Oh muerte, yo no sé quién puede temerte, ya que por ti, la vida se abre para nosotros”
Me consta que la fe de este pobre cura en la resurrección era mayúscula, pero la cruz que le tocó cargar creo que era mayor a todas sus fuerzas. Hombre tímido, introvertido, silencioso... Hizo de su existencia un domingo de resurrección prolongado, él que vivía en una eterna cuaresma o en un permanente Viernes Santo. Fue su destino algo que siempre me impactó; un sacerdote dedicado sólo y exclusivamente a la pastoral exequial, un hombre que aunque fuera el día de Navidad, el Sábado Santo o el Bautismo del Señor, su única premisa eran "los novísimos". Así ha pasado más de un cuarto de siglo, acompañando el paso definitivo de los demás.
La historia de D. Gaspar es más bien triste, la de un huérfano de padre y madre que al no tener recursos no podía ir al seminario, más sus tíos emigrados de tierras de Laviana a Francia en el llamado exilio rojo, le acogieron en el país galo y le enseñaron el idioma y mandaron al mejor Seminario del país: Saint-Sulpice de París. Se ordena al servicio de la Archidiócesis parisina, siendo prelado de dicha sede Monseñor Gabriel Auguste François Marty. Por sus capacidades intelectuales y su brillante expediente académico se le pide ampliar estudios, a la vez que colabora en los trabajos de oficina de la Conferencia Episcopal Francesa. Fue el Secretario General de la Gran Misión de Francia, de la que muchos dicen que fue su verdadero artífice intelectual.
Vuelve a su Asturias natal en 1976 incardinándose en la Diócesis. Tras ser coadjutor, primero en Tuilla y después en San José de Gijón, le destinan como Ecónomo a Soto de Aller, donde destacó por su promoción del culto y la devoción a Nuestra Señora de Miravalles. Era un hombre de alma tan mariana como la de su parroquia natal de Carrio, dedicada a Santa María de los Remedios.
Deja Aller al ser enviado a Gobiendes y Carrandi. Viviendo a la vera de la iglesia prerrománica de Santiago Apóstol, no tuvo otra ocurrencia el bueno de D. Gaspar que subirse al "texu" centenario que da sombra a la casa rectoral, para cortar su copa e instalar allí una antena de radio. Era un gran radioaficionado que disfrutaba de las ondas bajo el pseudonimo de ''Andrómeda''. Tras un paso fugaz por la zona rural de Colunga, recala en Oviedo como vicario parroquial de La Corte, a la sombra de D. Ramón Iglesias García. Sus años en esa real feligresía no pasaron el balde; destacó por sus habilidades como catequeta y pedagogo, introduciendo la llamada "misa de niños", que en Francia ya se estilaba y aún no había llegado a Vetusta. Se sintió agusto en esta Parroquia, donde a pesar de su talante introvertido se ganó el cariño de muchas familias por su nobleza y bonhomía.
Su último destino será el que le ha hecho famoso ya para la eternidad: "Capellán del Cementerio". La capellanía del camposanto de El Salvador fue su último destino pastoral. Allí vivió en esa tétrica vivienda camuflada sobre la fachada principal de acceso al mismo, idea del entonces arquitecto municipal Patricio Bolumburu. Pocas personas han encarnado tan bien la oración del salmo 87: ''Tengo mi cama entre los muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas memoria''. Ahí estaba el bendito de D. Gaspar, sin aspirar a nada más que a cambiar la ubicación de su descanso dentro del mismo lugar. Hombre bohemio y de carácter depresivo: no me extraña. Esto hizo que algún frívolo desde la atrevida ignorancia que caracteriza a los de boca grande y poco cerebro dijera de él que era la muerte sin guadaña paseando por allí. Para nada lo creo así. Don Gaspar era un vivo muy necesitado de auxilio, y que habiendo ayudado a tantos muy pocos le supieron ayudar a él.
Qué casualidad que hace pocos meses, en febrero pasado, fallecía a los 94 años uno de los antecesores de D. Gaspar en la capellanía del cementerio: D. Luis García Pola. Los últimos meses de la vida de Don Luis transcurrieron con un miedo constante a la muerte. Es llamativo cómo una persona que se familiarizó con ésta durante quince años pudiera llegar a tenerle casi pánico; así se murió este pobre sacerdote. Sintiendo que su corazón le estaba alertando de que algo no iba bien cuando ya estaba acostado, empezó a gritar pidiendo auxilio mientras exclamaba: ¡que me muero! Los enfermeros y el personal de guardia pidieron de inmediato una ambulancia mientras le bajaron a prisa a la entrada principal de la Casa Sacerdotal, pero cuando la ambulancia llegó D. Luis ya había expirado. Por sus voces de auxilio muchos sacerdotes se despertaron y salieron de sus habitaciones a ver qué ocurría. El Sr. Arzobispo también se levantó y pudo asistirlo paternal y espiritualmente. Y por real e inapelable el exhorto de Jorge Manrique, a él nos hemos de remitir: ''Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando...''
Con la ampliación del tanatorio El Salvador, no se puede omitir cómo propietarios y trabajadores del mismo descubrieron en D. Gaspar todas las virtudes que escondían sus silencios: discreción, honradez, desprendimiento, inteligencia, sacrificio... Hasta el punto que la Dirección pidió en 2008 a la Diócesis que nombrara a D. Gaspar Capellán del mismo. Me consta que fue queridísimo allí, y que él entraba en aquellas instalaciones como el que entra en su propia casa. Tengo entendido que era tal el aprecio que le tenían, que estaban dispuestos a darle allí el mejor "servicio", pues para ellos se iba, sin lugar a dudas, uno de la familia.
En cierta ocasión estaban velando al familiar de un joven sacerdote, y D. Gaspar apareció para rezar su responso y pronunciar su breve meditación; el joven sacerdote allí presente, con la teología del Seminario aún fresca, al salir el Capellán no pudo evitar comentar: ''reconozco que infravaloré a este hombre, lo tenía por limitado y nos ha dado una lección magistral de escatología''. Quizá ahí estaba otra grandeza más de este buen cura qué, sabiendo todo lo que sabía, jamás se creyó nada ni tuvo a nadie por inferior. Hablaba y escribía en francés a la perfección; le marcó de por vida la pastoral y el espíritu litúrgico galo. Por los pasillos de la Casa Sacerdotal Monseñor Sanz siempre le saludaba en "gabacho", haciendo que D. Gaspar reaccionara de inmediato sacando la fluidez de aquel idioma, descubriendo su debilidad.
Jesús en el evangelio al hablar de los buenos pastores, distingue entre los que son asalariados y no; no he conocido persona más desprendida con el dinero que D. Gaspar. Hasta tal extremo llegó la pobreza en la que vivía en aquella fría casa del Capellán, que en algún momento la pobreza casi se entremezclaba con la miseria. El Sr. Arzobispo, D. Jesús, preocupado por él, le ofreció ir a reponerse a la Casa Sacerdotal. Él aceptó como algo temporal con la idea de volver a vivir al Camposanto, pero vistas las condiciones en que vivía, la Diócesis y su familia comprendieron que por su propio bien no podía volver a estar sólo. Ya bastante dura es una pastoral diaria en la que uno no se puede encontrar nunca alegría, para encima malcomer o pasar frío por su forma de ser: malo para sí y bueno para todos.
Ha sido una persona muy sufrida, tenía una capacidad de soportar el dolor como nadie. Padecía muchísimo de los huesos y, a pesar de eso, jamás salió una queja de su boca por los muchos "fríos" que cogiera en aquellas alturas de San Esteban de las Cruces. Aún la semana anterior a la de su fallecimiento estuvo acudiendo al Tanatorio para hacer celebraciones de la Palabra, aunque apenas le quedaban ya fuerzas para seguir. El sufrimiento físico y espiritual estuvieron muy presentes en su vida. Como buen hombre de fe: sabio, bohemio y original, pagó las consecuencias de ser sencillamente "un verso suelto."
El estar tanto tiempo en el mismo lugar no fue un contratiempo para su ministerio; todo lo contrario, sabía renovarse día a día. Adaptaba sus palabras de la fiesta litúrgica de la jornada convirtiéndolas un breve "kerygma" de esperanza. Intelectual con gran dominio de la obra de Henry de Lucac o Ruiz de la Peña, tenía predilección por los teólogos franceses los cuales gustaba releer en su propia lengua. Siempre fiel a su cita los sábados con Nuestra Señora de la Esperanza de la Balesquida, vivió como pudo y supo su propia esperanza contra toda esperanza. Es curioso que ya siendo un joven sacerdote había elegido por lema sacerdotal la "séptima palabra" de Cristo en la cruz, lo último que dijo antes de expirar. Así quiso gastar D. Gaspar su ser sacerdotal, en las manos del Señor, entregándole día a día su espíritu.
Desconozco cómo fueron sus últimos días en el hospital, quizás el Señor le concedió la gracia de mirar como San Francisco el final de frente y exclamar: ¡bienvenida hermana muerte!. Mucha tristeza me dio conocer su fallecimiento pues -inmediatamente- recordé lo ingratos que somos los seres humanos. Él que a tantísimos ha despedido: ¿habrá gente para despedirle a él?. Ojalá el Señor mande vocaciones para poder destinar sacerdotes a trabajar en estas primeras líneas de evangelización y testimonio, los areópagos modernos donde hablar hoy a los hombres de nuestro tiempo del Dios desconocido.
"Lucien Deiss" puso notas como nadie al texto de San Pablo en su Segunda Carta a Timoteo. Esta oración cantada resume toda la vida de este cura: "Souviens-toi de Jésus Christ ressuscité d'entre les morts. Il est notre salut, notre gloire éternelle!". Basta la traducción simple: "¡Acuérdate de Jesucristo!"
Concluido el funeral en la parroquia de la Corte, su féretro partió en carroza blanca. Allá subió por última vez al cementerio, esta vez siendo él el finado. Vuelve al que fue su Calvario y su Tabor; vuelve allá donde la Iglesia le destinó; volvió finalmente D. Gaspar a la que fue su Casa, a la espera de la eterna y definitiva.
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