Estamos de cumplesiglos en nuestra Catedral ovetense. Son ya 1200 años desde que se dedicó el primer altar en aquel pequeño templo precedente. Luego, toda una historia en la que se han venido sucediendo tantos momentos en torno a ese pueblo que reconoce en la iglesia madre de la Diócesis de Oviedo, la casa de Dios entre nosotros. Allí están durante tantos siglos las plegarias, las lágrimas y las sonrisas, aquello por lo que dar gracias en la bonanza y aquello por lo que pedir gracias en las estrecheces.
Es el relato mudo de nuestras naves, nuestras columnas, el ábside y la girola. Lo que se ha celebrado en los altares, lo que se ha perdonado en los confesionarios, lo que se ha celebrado de tantos modos en doce siglos. No sólo el incienso de nuestra alabanza, sino también el humo de los incendios, el arte de nuestro patrimonio y los impactos de bala de las varias violencias que así dejaron su firma de terror e intolerancia. Todo un álbum de una historia cristiana que se hace ahora efeméride por la que agradecer tantas cosas.
La Catedral de Oviedo, es conocida en la gama de las catedrales españolas como la Sancta Ovetensis. En el célebre “Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y catedrales de los Reynos de las dos Castillas”, que escribiera Gil González Dávila en 1645, se delinea el perfil principal de estas iglesias catedralicias: La Dives Toletana por ser la Catedral primada y disponer de copiosas rentas; la Pulchra Leonina por sus magníficas vidrieras y depuradas formas góticas y la Fortis Salmantina por sus estructuras defensivas. La Catedral de Oviedo, por su parte, recibía el calificativo de Sancta debido a la gran cantidad de reliquias que conservaba. En efecto, la historia de la Catedral en el Reino de Asturias aparece como el gran relicario en el reinado de Alfonso II (791-842) con la llegada del Arca Santa, procedente de Tierra Santa, a principios del siglo IX. Luego se sumarían los restos de los mártires Eulogio, Leocadia, Leocricia y Eulalia, la hidria de las Bodas de Caná, la casulla de San Ildefonso. De hecho, llegó ya entonces a considerarse que ningún templo de la Península Ibérica poseía más reliquias que el ovetense. De modo que el espacio de la Cámara Santa ha sido, a partir de que se crease y estableciese a partir del siglo IX, el lugar en el que se custodian las principales reliquias y tesoros del templo, uno de los que más acopio harían en todo el mundo.
Existen cámaras que guardan los distintos tesoros de personas y de pueblos, cámaras que se blindan acorazadamente de modo impenetrable, o con un sofisticado sistema de infrarrojos y redes protectoras digitales, pero hay una forma de cuidado que es tan antigua como el hombre que tiene conciencia de lo que en la vida vale realmente la pena: el interés documentado, el afecto ensimismado, la veneración piadosa, el cuidado esmerado, la curiosidad inocente. Todo eso se ensambla en un corazón que desea preservar lo heredado por los mayores y luego transmitir a las generaciones venideras, lo que representa de algo valioso y preciado. Este es el más importante tesoro.
Pero en este templo singular donde el obispo, como sucesor de los Apóstoles tiene su cátedra (de ahí toma el nombre) en la que enseñar a sus hermanos, las piedras más importantes son las piedras vivas que representan los cristianos. Cristo es la piedra angular que ensambla todas las otras, las une y sostiene, pero cada uno de los hijos de Dios es una pequeña e insustituible aportación a esta casa abierta y encendida, donde la gracia del Señor y la paz entre nosotros tienen siempre cabida. Es lo que celebramos en estas fechas del jubileo de la Perdonanza: el abrazo de Dios a nuestra pequeñez humana, que se ha hecho posibilidad de continuo recomienzo en la más hermosa esperanza.
Feliz cumplesiglos de una historia inacabada, que sigue cumpliendo los años con nuestra edad, y fijando su domicilio en nuestras moradas. San Salvador nos siga acompañando en el camino de la vida, como aquel que primitivamente recorrieron desde Oviedo hasta Santiago.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
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