En mi vida he visto muchas barbaridades dentro de celebraciones litúrgicas, pero creo que el exponente más reciente lo comprobé esta semana en un primer aniversario en Perlora. El sacerdote que presidía la eucaristía estaba distribuyendo la sagrada comunión, mientras el coro acompañaba a entrar en oración; los fieles recibían a Jesús Sacramentado con recogimiento y piedad en su amplísima mayoría. Los que no participaban de la comunión, pero estaban presentes, guardaban total respeto con su silencio y saber estar. Todo el orden celebrativo se rompió cuando una mujer se dispuso a recibir a Jesús Eucaristía en su mano (como una de las opciones) pero una vez recibido y ante el asombro y estupor de muchos, trató de mantener una pequeña conversación con el sacerdote desde la misma fila y a su altura, comentándole sus valoraciones sobre la homilía; mientras, el pobre celebrante visiblemente incómodo, sólo podía asentir con la cabeza deseando "librarse" del incómodo e irrespetuoso personaje.
Aquello más que la fila para comulgar se convirtió en algo así como la cola para la charcutería o la frutería, donde los que esperaban respetuosos por el sagrado alimento resoplaban ante el monólogo del personaje -que no diálogo con el sacerdote- que alargaba indolente la fila para comulgar... Aquello, de verdad, me dejó perplejo; no sólo por la falta de respeto tan grande hacia el ministro de la celebración y hacia el resto de fieles que querían comulgar devotamente, sino sobre todo, por la carga sacrílega y blasfema de lo que entiendo como una auténtica profanación que supuso dejar al Señor en la palma de la mano como si de un pincho de queso se tratara. Infame, indecente y sacrílego acto que quiero pensar que fue por pura ignorancia soberbia.
Da la impresión de que hay personas que se acercan a comulgar sin creer ni siquiera en Dios; es la impresión que da, pues si verdaderamente sabemos que el Señor está en la sagrada forma, ¿por qué se le desprecia de esa manera?...
Lo más curioso de todo es que la mujer que lo hizo es una maestra jubilada, y es que al final va ser verdad aquello de que los más humildes y los menos estudiados son los que más saben y conocen a Dios. Estoy seguro que un devoto pastor de las montañas de Asturias que no supiera leer o escribir jamás hubiera hecho tal afrenta al único Rey de Reyes, al mismísimo Cristo Sacramentado y realmente presente en la sagrada Hostia.
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