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viernes, 15 de enero de 2016
Un bebé en el Congreso de los Diputados. Por Guillermo Juan Morado
Me ha encantado la imagen. Es muy loable que una madre lleve a su hijo, muy pequeño, a donde pueda llevarlo. Ni nodrizas, ni guarderías, ni nada por el estilo. Un niño necesita a su madre. A su padre también, obviamente. Pero quizá más, al menos a esa edad, sobre todo, a su madre.
Privar a un niño de padre es injustísimo; privarlo de madre, no tiene perdón. Yo siempre observo la relación de las madres con sus hijos pequeños. Es de absoluta dedicación, de total dependencia mutua: de la madre hacia el niño, sin duda, pero también del niño hacia la madre.
En este mundo inhóspito, al que venimos, la patria es la madre. Privar de patria, de madre, es condenar a un bebé a la condición de alguien que no sabe ni cómo ni por qué ha venido al mundo.
Yo no soportaría haber nacido sin el amor de mi madre. Como soy el hijo mayor, también he sido “príncipe destronado”. Pero, esa seguridad básica, la del amor de mi madre, no me ha abandonado en la vida. Gracias a Dios.
Un bebé en el Congreso de los Diputados es, casi, como un bebé en la iglesia parroquial. Es, casi, algo anómalo, pero es una presencia que infunde esperanza. Esa presencia viene a decir que la vida merece la pena, que no es un castigo, sino un don de Dios.
¡Y en el Congreso de los Diputados! Donde, por desgracia, se han aprobado leyes que no favorecen, precisamente, que nazcan niños. Un bebé de 5 o 6 meses es un regalo del Cielo, pero también lo es con cinco o seis meses – o con un minuto - de gestación, antes de nacer. Un bebé siempre es un regalo.
Yo apuesto porque se llenen de bebés las iglesias y los Congresos. La política, si se toma en serio, no puede ir en contra del derecho básico de todos: el derecho a nacer, a vivir. La Iglesia, por su parte, se sabe madre. No podrá engendrar a nuevos hijos de Dios, por el Bautismo, si no nacen niños.
“Cristo nunca está sin agua”, decía Tertuliano. Es decir, Cristo nunca está sin la Iglesia. Jamás somos “hijos” sin madre. Sin la madre propia – que jamás será, si se toma ese papel en serio, “de alquiler” - , ni sin la madre Iglesia.
¿Niños en el Congreso? Cuantos más, mejor. A ver si se enteran de que dar a luz y amamantar a un hijo no es un pecado, sino una bendición. Claro, con la colaboración del padre, que es esencial. Nadie, al menos yo, lo negaría nunca.
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