miércoles, 20 de enero de 2016

Reflexión del Pontificio Consejo para la promoción de la Unidad de los Cristianos


Destinados a proclamar las grandezas del Señor (1 Pedro 2, 9)


Contexto

La más antigua pila bautismal de Letonia es de los tiempos del gran evangelizador de Letonia san Meinardo. Originalmente se encontraba en la catedral de Ikšķile. Hoy se encuentra en el mismo centro de la catedral luterana de la capital del país, Riga. La ubicación de la pila, tan cerca del púlpito ornamentado de la catedral, expresa elocuentemente la relación entre bautismo y proclamación y la vocación que comparten todos los bautizados deproclamar las grandezas del Señor. Esta vocación constituye el tema de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2016. Inspirados por dos versículos de la Primera Carta de san Pedro, miembros de diferentes Iglesias de Letonia prepararon los recursos para la Semana.

Las evidencias arqueológicas sugieren que el cristianismo llegó a Letonia del Este en el siglo X de la mano de monjes bizantinos. Sin embargo, la mayoría de los relatos datan los orígenes cristianos de Letonia en el siglo XII y XIII, en relación con la misión evangelizadora de san Meinardo y más tarde con la de otros misioneros alemanes. La capital Riga fue una de las primeras ciudades en adoptar las ideas de Lutero en el siglo XVI y XVIII. Misioneros de Moravia (Hermandad de Herrnhut) revitalizaron y ahondaron la fe cristiana por todo el país. Sus descendientes estaban destinados a jugar un papel central para sentar las bases de la independencia en 1918.

El pasado, con sus diversos períodos de conflicto y sufrimiento, ha tenido consecuencias notables en la vida de la Iglesia hoy en Letonia. Es un hecho triste que la utilización de la fuerza por parte de algunos antiguos misioneros y de los cruzados tergiversó la esencia del Evangelio. A lo largo de los siglos la tierra de Letonia ha sido un campo de batalla para muchas potencias nacionales y confesionales. Los cambios en el poder político en distintas partes del país se veían frecuentemente reflejados en cambios en la afiliación confesional de sus gentes. En la actualidad, Letonia es un cruce de caminos en el que regiones católicas romanas, protestantes y ortodoxas se encuentran. A causa de esta peculiar ubicación, Letonia se ha vuelto la casa de muchos cristianos de diferentes tradiciones, ninguna de las cuales domina sobre las demás.

Letonia existió por primera vez como estado de 1918 a 1940, en la estela de la Primera Guerra Mundial y la caída de los imperios ruso y alemán. La Segunda Guerra Mundial y las décadas que siguieron, con sus ideologías totalitarias anticristianas –el nazismo ateísta y el comunismo–, trajeron devastación a las tierras y a los pueblos de Letonia hasta que llegó la caída de la Unión Soviética en 1991. Durante esos años los cristianos estuvieron unidos en su testimonio común del evangelio, incluso hasta llegar al martirio. El Museo del obispo Sloshkans en Letonia da fe de este testimonio común ofreciendo un listado de los mártires cristianos de las Iglesias ortodoxa, luterana y católica. Los cristianos en este tiempo descubrieron su participación en el sacerdocio real, mencionado por san Pedro, padeciendo la tortura, el exilio y la muerte a causa de su fe en Jesucristo. Este lazo del sufrimiento creó una comunión profunda entre los cristianos de Letonia. A través de él, descubrieron su sacerdocio bautismal que les capacita para ofrecer sus sufrimientos en unión con los sufrimientos de Jesús para el bien de otros.

La experiencia de cantar y orar juntos –incluso el himno nacional Dios bendiga Letonia– fue crucial para que Letonia reconquistara su independencia en 1991. Una oración ferviente por la libertad se ofrecía en muchas Iglesias de la ciudad. Unidos en el canto y la oración, ciudadanos desarmados construyeron barricadas en las calles de Riga y se mantuvieron hombro con hombro desafiando los tanques soviéticos.

Sin embargo, el oscuro totalitarismo del siglo XX alejó a mucha gente de la verdad acerca de Dios Padre y su autorrevelación en Jesucristo y del poder dador de vida del Espíritu Santo. Afortunadamente, el período postsoviético ha llevado a una renovación de las Iglesias. Muchos cristianos se juntan para orar juntos en pequeños grupos y para celebraciones ecuménicas. Conscientes de que la luz y la gracia de Cristo no ha penetrado y transformado a todo el pueblo de Letonia, quieren orar y trabajar juntos para que las heridas históricas, étnicas e ideológicas, que aún desfiguran la sociedad letona, puedan ser curadas.

La llamada a ser pueblo de Dios

San Pedro le dice a la Iglesia primitiva que en su búsqueda de sentido antes de encontrarse con el evangelio era «no pueblo». Pero a través de la escucha de la llamada a ser «raza elegida» de Dios y de recibir el poder de salvación de Dios en Jesucristo, se ha vuelto «pueblo de Dios». Esta realidad se expresa en el bautismo, que es común a todos los cristianos, en el que renacemos del agua y del Espíritu Santo (cfr. Juan 3, 5). En el bautismo morimos al pecado para resucitar con Cristo a una nueva vida de gracia en Dios. Constituye un desafío cotidiano mantenernos conscientes de esta nueva identidad que tenemos en Cristo:


¿Cómo entendemos nuestra vocación común de ser «pueblo de Dios»?
¿Cómo expresamos nuestra identidad bautismal de ser «sacerdocio real»?

Escuchando las grandezas de Dios

El bautismo nos abre a un nuevo y apasionante viaje de la fe uniendo a cada cristiano con el pueblo de Dios que peregrina a lo largo de los siglos. La palabra de Dios –las Escrituras que los cristianos de todas las tradiciones rezan, estudian y meditan– es el fundamento de una comunión real aunque incompleta. En los textos sagrados que compartimos oímos acerca de las grandezas de Dios en la historia de la salvación, sacando a su pueblo de la esclavitud; y de la gran obra de Dios: la resurrección de Jesús de la muerte que inauguró una nueva vida para todos nosotros. Más aún, la lectura orante de la Biblia lleva a los cristianos a reconocer las grandezas de Dios en sus propias vidas:

¿De qué manera reconocemos y respondemos a las grandezas de Dios en el culto y el canto y en el trabajo a favor de la justicia y la paz?

¿De qué manera valoramos la Escritura como Palabra viva de Dios que nos llama a una unión mayor y a la misión?

Respuesta y proclamación

Dios nos ha elegido pero no como si esto fuera un privilegio. Nos ha hecho santos, pero no en el sentido de que los cristianos son más virtuosos que los demás. Nos ha elegido para llevar a cabo una misión. Somos santos en la medida en que estamos comprometidos con la obra de Dios, que es siempre la de llevar su amor a todos los pueblos. Ser un pueblo sacerdotal significa estar al servicio del mundo. Los cristianos viven esta llamada bautismal y dan testimonio de las grandezas de Dios de distintas maneras:

Curando las heridas: Las guerras, los conflictos y los abusos han herido la vida emocional y relacional de la gente de Letonia y de otros países. La gracia de Dios nos ayuda a pedir perdón por los obstáculos que impiden la reconciliación y la sanación, de obtener misericordia y de crecer en santidad.

Buscando la verdad y la unidad: La conciencia de nuestra identidad común en Cristo nos empuja a trabajar para superar las cosas que aún nos dividen como cristianos. Como los discípulos de Emaús, estamos llamados a compartir nuestra experiencia para poder descubrir que en nuestra común peregrinación Jesucristo está en medio de nosotros.

Un compromiso activo a favor de la dignidad humana: Los cristianos que han sido sacadosde las tinieblas a su luz maravillosa reconocen la enorme dignidad de toda vida humana. A través de proyectos sociales y caritativos nos acercamos a los pobres, los necesitados, los adictos y los marginados.


Al considerar nuestro compromiso por la unidad de los cristianos, ¿por qué cosas deberíamos pedir perdón?

Conociendo la misericordia de Dios, ¿cómo nos comprometemos en proyectos sociales y caritativos con otros cristianos?

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