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viernes, 1 de enero de 2016
La Maternidad de María en los Padres de la Iglesia
Proclo de Constantinopla: «Un día se atrevió a presentarse no un marido, sino un Ángel incorrupto y escuché la Palabra, concebí la Palabra, devolví la Palabra. Di a luz a la Luz e ignoro de qué modo; tengo un hijo y no he conocido varón. Le ofrezco la fuente de mi leche y conservo intacto el tesoro de la virginidad. Llevo al Niño en mis brazos, pero no puedo decir cómo llegué a ser Madre. Por eso reconozco a mi Hijo, mi Hacedor y Creador, Niño que es anterior a los siglos».
San Juan Damasceno: «Tú naciste de Ella, tú el solo Cristo, el solo Señor, el solo Hijo, al mismo tiempo Dios y hombre. Mediador entre Dios y los hombres, (…) renovaste lo que estaba destrozado, (…) hiciste a los hombres hijos de Dios. ¿Cuál fue el instrumento de estos infinitos beneficios que sobrepasan todo pensamiento y toda comprensión? ¿No es acaso la que te dio a luz, la siempre Virgen? ¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios, qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! ¡Oh inmensidad de la bondad de Dios! ¡Oh amor que supera toda explicación!».
San Agustín: «Los sabios del mundo prefieren considerar este prodigio como una ficción, antes que creer en su realización. Frente a Cristo, hombre y Dios, desprecian su naturaleza humana en la que no pueden creer, y no creen en su naturaleza divina a la que no pueden despreciar. Pero cuanto más abyecta les parece la humanidad del cuerpo de este Dios hecho hombre, tanto más querida debe serlo para nosotros; y cuanto más imposible parece el parto virginal, tanto más debemos nosotros reconocer en Él la omnipotencia divina».
San Cirilo: «¡Salve, María, que contuviste en tu seno al que ninguna medida puede contener! Por ti, la Santísima Trinidad es glorificada, la Cruz de la redención, adorada en todo el orbe; por ti el Cielo se alegra, los ángeles se regocijan, los demonios son conjurados, el mismo Tentador se precipita en los abismos, y la humanidad —curada de sus heridas— sube a la gloria! (…) por ti alborea el unigénito del Padre, luz esplendorosa que alumbra a cuantos se sientan en tinieblas y en sombra de muerte (…) ¿Qué mortal alabará cual se merece a la que excede a todas las alabanzas?».
San Agustín: «Si la Madre fuera ficticia, sería ficticia también la carne (…) y serían ficticias también las cicatrices de la resurrección».
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