Ya terminó la tregua piadosa de las fechas navideñas. Han sido días de volver a escenificar agradecidos valores que tuvieron su punto de partida en aquel pequeño establo de Belén en torno a una santa familia. No sólo fueron Jesús, su madre María y el discreto José, sino que han ido desfilando pastores y otros curiosos lugareños ante el anuncio de los ángeles. Una cita especial tuvo como protagonistas a aquellos escrutadores de los cielos, sabios orientales que cotejando sus saberes y escritos, y sobre todo abriendo de par en par sus ojos y sus corazones se dejaron guiar por la estrella. Ésta era sólo el pretexto, pues cuando estuvieron cara a cara con la luz de aquel Niño, no hubo ya más estrellas que seguir al ver entre pajas a quien era el Sol más grande amanecido que no declinaría en ningún ocaso jamás.
Ahora realizamos el rito de devolver a las cajitas de guardar nuestros recuerdos lo que en estos días navideños ha podido llenar de ilusión y de esperanza la vida cotidiana. En torno al misterio de Dios que se hace hombre y acompaña cada tramo de nuestro sendero, hemos vuelto a brindar con aquellos que queremos en unos días entrañables, mientras soñábamos juntos en un nuevo año que comienza que es posible intentar de nuevo tantas cosas fallidas, extrañas o enfrentadas.
Con cantares y villancicos, con nacimientos beleneros, con turrones y mazapanes, con una mirada tierna que nos hace familiares, comprensivos, hacedores de paz y mensajeros de perdones. Así hemos vivido durante años y siglos estos días tan señeros y mágicos, como resulta de esa escena en la que aprendemos tanto humana y cristianamente al asomarnos callandito a contemplar a Dios que se hace Niño, a su madre bendita y al bueno de José. Ahora toca volver a traer lo que hemos vivido y aprendido en estos días especialmente cristianos, a todo eso que representan nuestras cuitas, nuestros entresijos cotidianos, los dimes y diretes nos confunden y astillan, los jaleos que nos traemos en los enjuagues postelectorales, el carrusel de pretensiones, zancadillas y mentiras, la corrupción consumada por los de siempre y la no consumida todavía por los que acaban de llegar…
¡Cómo ha resultado violento y tramposo el patético intento de desalojar lo cristiano de estas fechas navideñas! Tanto, que en algunos casos ha sido obsceno el desaire de tamaño trucaje truculento, cuando se han tocado con hostilidad provocativa los sentimientos religiosos de los cristianos (¡bien saben ellos que con el ramadán no se juega con mofas ni en torno a la Meca se hacen befas!), o la ilusión inocente de nuestros más pequeños. Y ahí están, dando lecciones y apuntando maneras para cuando tengan menos apuros en apuntalar nuevos gobiernos de perdedores.
Dicho lo cual, seguimos adelante el camino emprendido en la aventura de vivir, porque aquí no hay botón de pausa. La cuesta de enero cuesta, y este año por tantos motivos. Pero al comenzar el año, quizás vemos en lontananza no pocos retos que, tanto personal como socialmente, nos desafían como ciudadanos creyentes: hay nubes y hay soles, horizontes límpidos y nubarrones, las noticias consabidas y algunas que nos sobresaltarán sin cita previa con sus disgustos y sus traiciones. Todo eso se nos agolpa ahora de repente, en este enero de las cuestas arriba, más delgados de presupuestos y más atiborrados de algunos excesos impenitentes. Por eso, nuestra puesta a punto, nuestro recomienzo tras las navidades, no tiene ese trasfondo triste y cansino como quien vuelve a lo de siempre, sino que poniendo nombre y acaso fecha a las cuestiones, queremos vivirlas con Dios, para Él y sin hacerlo contra nadie, pero con toda la responsabilidad que nuestro momento reclama: sin complejos y sin presunciones, con tacto y con libertad, con arrojo y paciencia, con imaginación creativa y con humildes soluciones. En la vida cristiana en medio de la sociedad.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario