Aunque nada original (no se pretende, es más bien un
recurrente recurso estilístico) puede volver a ser sugerente este título para
“empezar bien el año”. Es el mismo, un comentario bastante escuchado en muchas
parroquias cuando se producen “chispazos” (casi siempre frutos de la ignorancia
y/ó el atrevimiento insolente que suelen ir juntos) entre el cura y algunos
“feligreses” de especial “pedegree” que, desde las actitudes descritas y
soportadas en el tiempo hasta la enésima potencia por haber puesto ellos dos
chinchetas, o cuatro, o seis, o la caja entera; acaban saltando finalmente por
los aires al creerse éstos dueños de la parroquia, del párroco, del cementerio,
de la rectoral y hasta del pararrayos del campanario. Y, cuando se les
contradice o se les pone un poco en su lugar, entonces… “pierden la fe” y dejan
de venir a misa pasando del todo al nada, de la ebullición al cero absoluto.
En este complejo mundo habría que comenzar por decir que
NADIE es imprescindible para nada. Y si no lo es el sacerdote, que sujeto a la
obediencia de su obispo cesa o cambia en función de las necesidades de la
Iglesia, los que están a su alrededor tampoco. Es más, el Código de Derecho
Canónico que regula las normas que rigen el funcionamiento de la Iglesia deja
claro que cuando un sacerdote cambia, todos sus colaboradores cesan con él
hasta que el nuevo Párroco les confirme (que podría ser) o sustituya o renueve (que
también). Pues nada, algunos se creen (con ignorancia arrogante y un tanto aldeana)
que después de ellos “el diluvio”…y, en resumidas cuentas, “pierden la fe”…
La fe, que es pura gracia de Dios (por eso tenemos en la
Iglesia mucha gente con poca gracia -por no decir desgraciados- pues flojean en
ese regalo divino) no se compra de oferta ni se encuentra en activismos más
propios de de ONGs; se recibe en la Iglesia (que no es una asociación cultural
o de vecinos) por medio del sacramento del bautismo; se transmite de generación
en generación y se actualiza, cuida y revitaliza en los demás sacramentos,
especialmente en el de la eucaristía dominical; no sólo en los funerales, bodas
y bautizos para quedar bien.
La fe es “mía”, me la ha regalado Dios por medio de
Jesucristo y me la ha transmitido la Iglesia por medio de mis padres en el
bautismo. No depende ésta de que el cura sea guapo o feo, simpático o
antipático; ni de mis actividades mayores o menores en la parroquia, ni de que
el cura me deje hacer o deshacer a mis anchas o apetencias en ella. La fe es
una gracia que se tiene o no se tiene y no puede ser un pretexto retórico para
protagonismos sociales o rituales huecos y rutinas vacías de contenido.
“De internis neque ecclesia”, pero desde
luego poca fe tiene aquél que la cual depende de otros. Con este panorama y
siguiendo el argumento de estos “fieles” a los que “los curas les quitan la
fe”, muchos sacerdotes también podríamos decir con la misma alegría y por la
misma experiencia que “muchos feligreses
nos quitan la fe”. Nada más lejos.
Joaquín ,Párroco de Lugones y Viella
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