Con el curso ya iniciado, nos vemos en este domingo XXV del Tiempo Ordinario en que de nuevo nos reencontramos en torno al altar del Señor para enriquecernos de su palabra y alimentarnos de su Pan. El mensaje central de este día gira concatenadamente a la línea de los pasados domingos, en torno a algo siempre presente en nuestras vidas: el dinero, y la enseñanza que Jesucristo quiere ser una llamada de atención a uso que hacemos de él y en qué orden de nuestra vida lo situamos; nos hace una advertencia y una sacudida a la conciencia. Si hemos convertido el dinero en nuestro dios, como los israelitas hicieron con el becerro y cuyo relato escuchamos hace una semana, es evidente que hemos dado la espalda al Dios verdadero y por ende adentrándonos en un desierto sin final ni destino.
I. Que todos los hombres se salven
El fragmento de la epístola de San Pablo a Timoteo nos presenta una obligación del cristiano como es la orar por todos. Si os fijáis en el momento de las preces, cada día cambian las peticiones, unas veces se pide por el rey, muchas por los gobernantes, los enfermos... Hay gente que se extraña de que pidamos en la Iglesia por los reyes, por los políticos o por los que nos persiguen, pero es que los seguidores de Jesús no vivimos al margen del mundo y queremos transformarlo y mejorarlo. Así nos lo recuerda hoy el Apóstol en su carta: ''Ruego, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto''... He aquí que es ninguna tontería que en la Parroquia nos hayamos tomado tan en serio lo de orar por la realidad de Ucrania, Nicaragua, Venezuela y tantos países que sufren la guerra o donde los cristianos son perseguidos y martirizados. Creemos en la fuerza de la oración por sí misma, sabemos que no cae en saco roto y que lo mismo que el pueblo clama a Dios, Él escucha a su pueblo. El Señor nos pidió orar por todos, hasta por los enemigos, y es que para Él nadie está tan lejos que no pueda arrepentirse, convertirse y volver a Él. Doble motivo para orar por los que no nos quieren, sabedores que ''Esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad''. Esta es la ética del cristiano y el proyecto social de Cristo para la humanidad. Necesitamos pedir por los que tienen en sus manos el poder, los que gobiernan, deciden y mandan, para que sea en bien de todos, para que no promuevan injusticias, sectarismos ni decisiones que vayan en contra del bien del hombre.
II. Una profecía social
La primera lectura del libro de Amós presenta con dureza la promesa de Dios ante engaño y el menosprecio de los pobres; el autor es todo un profeta de la causa social que defiende con vehemencia. Podríamos pensar que estas palabras nada tienen que ver con nosotros que ni pisoteamos al pobre ni "elimináis" a los humildes del país. Pudiera parecer un texto trasnochado que nada nos dice hoy, pero al contrario, tiene la misma vigencia que entonces. Es cierto que hoy no engañamos al pobre con las balanzas del grano ni las sacas del cereal, pero les engañamos y nos engañamos a nosotros mismos de otras formas. Por ejemplo, hacemos limpieza general en casa y sacamos dos sacos de ropa que ya no nos sirve, que no usamos y que ni siquiera está presentable; no queremos tirarla a la basura aunque casi lo sea porque es "nuestra", entonces la llevamos a Cáritas. Limpiamos al mismo tiempo la casa y nuestra conciencia, cuando siendo sinceros hemos destinado para los pobres una ropa que nosotros jamás nos íbamos a volver a poner, adjudicándole al pobre por ser pobre, una dignidad inferior a la nuestra. O si nos sobra mucha comida, regalos de navidad podemos tener un detalle con la Cocina Económica o el Albergue Cano Mata u otra institución. En ocasiones estamos sensibles para anestesiar la conciencia tras haber gastado tanto dinero en cosas que no nos hacían falta, y por ello tenemos un gesto con los pobres, pero pocas veces nuestro compromiso con ellos es serio y significativo, comprometido y, sobre todo permanente. Es muy importante que sintamos el valor de descubrir las pobrezas de nuestro entorno, y no autocomplacernos con gestos puntuales.
III. Administradores del Señor
San Lucas nos presenta su evangelio -en consonancia directa con las lecturas- una temática de trasfondo social. El primer detalle es que hoy no habla a escribas, a pecadores ni a los que le seguían, sino que habla ''a sus discípulos''. Es evidente que entre los apóstoles había también sentimientos de ambición, de poder, de estima por las riquezas... Jesús les sale al paso con esta parábola del administrador infiel como una lección para ellos, y de cómo ha de comportarse un buscador del Reino de Dios ante las tentaciones del mundo. El administrador astuto actúa de forma inteligente, pero en ningún momento injusta. En el fondo el Señor rompe una visión hasta entonces muy extendida de que el hombre con riquezas era simplemente un bendecido por Dios, sino que viene a ser esta enseñanza una crítica clara al que amontona poder y riqueza. Un detalle importante es la llamada ''a cada uno de los deudores''; es decir, a todos los deudores, lo que viene a significar a todos nosotros. A fin de cuentas todos somos deudores del único Señor, de Dios mismo, que nos ha dado todo el poder sobre lo creado y que nos hace ricos tan sólo por pura gracia. En nuestras manos nos han puesto unas valías, unas posesiones, un montón de cosas que disfrutamos, pero no podemos perder de vista que sólo somos administradores de ello; un día nos vamos a morir y tendremos que dar cuenta de todo lo que hemos hecho en esta vida con todas las riquezas que aquí se quedarán. ¿Quién es un buen administrador? ¿El que guarda lo que tiene para que su dinero no vuelva a ver la luz del día, y ni siquiera es generoso con los suyos y su entorno? El verdadero y buen administrador es el que vive la equidad, el que no actúa como dueño de lo que no es suyo ni para negar todo ni para dar de más... Somos administradores de mucho más que dinero y hemos de hacerlo conforme al Evangelio, pues de otro modo el día que toque rendir cuentas, mal si llegamos al único dueño con las manos vacías. No valdrán las ideologías ni las políticas de ningún tipo; el Señor nos llama a vivir la caridad en comunidad, y desde la comunidad extensiva a todos los necesitados. A no vivir apegados al dinero ni caer en la trampa del tener y amasar, a no ser esclavos de cifras ni billetes enfajados; no podemos servir a dos señores y so Uno enjuiciará nuestra administración
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