I. De la pasión a la salvación
II. La confianza en el Señor como fundamento
La primera lectura de este día es un fragmento muy breve del capítulo 12 del Libro del Génesis, donde se nos presenta la llamada a Abrahán por parte de Dios: ''Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré''; he aquí la realidad de nuestra frágil humanidad ante la grandeza de la divinidad, que un sólo hecho marca la diferencia entre los que aciertan y los que se equivocan, los que arriesgan y los que pierden el tren, los que saben mirar más allá y los que no ven delante de sus narices: La confianza. Es como cuando nos llega un vendedor de aspiradoras y nos dice que es una apuesta segura, que no nos vamos a arrepentir, que nos va a cambiar la vida al ganar en limpieza y salud etc... Y nosotros podemos confiar en lo que nos dice, o desconfiar y dar un portazo. Es un desconocido: ¿por qué se va interesar en que me vaya bien o viva yo mejor? Pero aquí el que nos pide su confianza es Dios: ¿dudamos de que quiera nuestro bien? Abrahán pudo habérselo pensado y, sin embargo, confió sin titubear, por eso le llamamos Padre en la fe, porque dejó su tierra, su vida y sus planes para cumplir el plan que tenía el Señor para él. Aquí se hace evidente que Dios no se olvida del hombre a pesar de haberse alejado por el pecado; es el Señor en que nuevamente se hace el encontradizo, el que da el primer paso y toma la iniciativa en busca de la alianza. No estamos ante un Dios mudo, inoperante, que guarda silencio y nos da la espalda, sino que continuamente nos da una nueva oportunidad para que volvamos a ser su pueblo y Él nuestro Dios. Caminar hacia lo extraño y desconocido no es sinónimo de caminar hacia la perdición; a veces para llegar a la salvación hay que atravesar la noche oscura de la duda; seguro que Abrahán tendría dudas, pero a pesar de todo confió totalmente en la palabra que le había dado el Señor.
III. Transfigurarnos hoy para Resucitar mañana
El evangelio de este día nos presenta el relato de la transfiguración qué, como dijimos al principio trata de recordarnos la meta de este tiempo y también de nuestra vida. Para muchos decir que Jesús se transfigura puede no decirles nada, no decir nada, pero para sus discípulos y para nosotros mismos es un anticipo de nuestro destino. El Señor tuvo un momento de confianza con sus mejores amigos: Pedro, Santiago y Juan. Como cuando está en casa el traje para el día de la comunión y mamá dice que hasta ese momento no se enseña a nadie, pero uno quiere tener un gesto con sus mejores amigos y se lo enseña en secreto para que vean que no les mentía cuando decía que iba a ser único. Algo así hace el Señor tratando de abrirles los ojos; les deja ver parte de su divinidad para que vieran que no estaban sólo ante el hijo de un carpintero ni ante un pobre nazareno que acabaría ejecutado, sino que su destino sería ser la luz del mundo. La transfiguración vino a ser un regalo anticipado de su futuro, el cual sería la gloria tras la resurrección, y no la muerte. Los niños entienden este ejemplo muy bien; es como cuando vamos a la feria y nos dicen: ''este es el mejor chocolate del mundo'', pero a continuación nos dan una prueba y acabamos comprando varias chocolatinas. No tenemos ya duda de que va estar bueno el chocolate, pues nos han dado un anticipo, una prueba que nos da confianza para dar un paso más. En la transfiguración es exactamente lo mismo, Jesús les hace partícipes de esta gran experiencia mística siendo testigos de tal prodigio. En nuestra vida de fe necesitamos de estos momentos, de estar aquí en la iglesia tranquilos a solas con Jesús y decir: ¡qué bien se está aquí! Todos los jueves al terminar la misa exponemos a Jesús Sacramentado un rato y, para ello, colocamos una pieza sobre el altar que eleva un poquito la custodia en su altura: ¿sabéis como se llama este objeto?, pues igual que el monte donde Jesús se transfiguró: ''Tabor'', pues donde está Jesús presente siempre estamos a gusto. Este evangelio es una advertencia: ¡ojo!, que no todo es cruz; la cuaresma no nos lleva únicamente a la cruz del viernes santo, sino al sepulcro vacío de la mañana de Pascua. También nosotros necesitamos transfigurarnos, limpiar nuestra alma y nuestro corazón durante esta cuaresma para poder vivir la Pascua desde el corazón predispuesto, y encaminarnos así mejor a la Resurrección que nos promete, anticipa y anhelamos .
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