Estrenando la llamada ''nueva normalidad'' (nueva anormalidad, diría yo) ya sin "fases", en los comienzos del verano -21 de Junio-celebramos del día el Señor en este domingo XII del Tiempo Ordinario. Los textos de la Palabra de Dios nos ayudan como siempre a interiorizar y reflexionar nuestro día a día, donde los cristianos tratamos de vivir las enseñanzas del Señor.
La primera reflexión de este día nos la da el profeta Jeremías en su primera lectura tomada de su propio Libro: ''Oía el cuchicheo de la gente: Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo. Mis amigos acechaban mi traspié. A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él"... En la vida de muchas personas de todos los tiempos parece indispensable tener una lista negra de enemigos viviendo de rencores y cuentas pendientes, a la espera de ser saldadas. Para caminar hacia Él, Dios nos pide romper esa dinámica y superar nuestros resentimientos, perdonar y olvidar. Él se propone como único juez para que vivamos con paz en el corazón y afrontemos nuestra existencia con el consejo del profeta Jeremías: ''el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo''.
Para desterrar el rencor se nos presenta la segunda reflexión: ¿dónde sacaré la fuerza para cambiar y ser mejor?. Es evidente que somos humanos, que tropezamos mil veces en la misma piedra, y que aunque nos proponemos a menudo corregirnos, terminamos volviendo a caer. San Pablo nos da la respuesta en su Carta a los Romanos: ''no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud''. Es decir, Jesucristo es la respuesta; a quién hemos de acudir y al que le pedimos que nos dé la gracia necesaria para ello, pues sólo así podremos de verdad ser mejores, nuevos; ser otros. E Señor es nuestra salvación, el que nos arrancó de las tinieblas y al que acudimos en la búsqueda de su gran bondad (Salmo).
El evangelio, también en correspondencia exegética con la primera lectura de de Jeremías, nos propone caer en la cuenta de que para superar los rencores fruto de los temores, necesitamos la gracia de Cristo; para esto el Señor nos hace una llamada: ''No tengáis miedo''. San Mateo insiste hasta en tres ocasiones en ello, particularmente los miedos de nuestros prejuicios y temores internos que suelen ser mucho más peligrosos y difíciles de superar que los que provienen del propio riesgo de la vida.
No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo, "temed" al que puede prescindir de vuestro cuerpo y de vuestra alma si lo negáis. Jesús nos anima a ser testigos coherentes y valientes de la verdad; a no tener dobles discursos ni cautelas para testimoniarlo y anunciarlo con nuestra propia vida. ''Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea''.
Cómo olvidar a los mártires de todos los tiempos asesinados por su fe, en ellos se hace verdad la vivencia radical del evangelio, pues aunque han matado su cuerpo, sus almas están vivas en Cristo que ya les ha premiado con "la corona de gloria que no se marchita". Igualmente en estos tiempos, a los miles de ancianos que se ha cobrado esta pandemia; aquellos que con una generosidad inmensa, perdonantes y perdonados, levantaron nuestra Patria con su esfuerzo y trabajo en el campo o la mar, las fábricas e industrias, los pequeños comercios, las campañas de la fresa, el tomate o la aceituna. O aquellos que con profunda nostalgia y anhelando el regreso enviaban los dineros desde ultramar, la vendimia francesa o las fábricas alemanas... Para algunos soberbios de corazón simplemente han sido "números" o "viejos" olvidados y despachados en encubiertos e infames protocolos eutanásicos.
Por último el Señor nos alerta de los que buscarán la perdición de nuestra alma y el triunfo del maligno. Ese triunfo sólo lo será en tanto en cuanto nos alejemos de Dios o no le consideremos presente, viviendo desde la arrogancia o la indiferencia. Jesucristo nos invita, sin ser ingenuos, a ponernos en sus manos y Providencia, pues ningún gorrión cae al suelo sin que lo sepa nuestro Padre, y hasta los cabellos de nuestra cabeza tenemos contados.
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