David Cueto es el párroco de Degaña. De Cerredo. De San Antolín de Ibias. De Marentes... De quince parroquias. Se reparte entre 2.000 personas dispersas en 423 kilómetros cuadrados
(Octavio Villa/ El Comercio) Tiene una mirada limpia, hasta soñadora. 42 años que le hacen el más joven de la iglesia en la mayoría de las misas que celebra y un don de gentes por su sencillez, su humildad y su empatía. Se llama David Cueto, nació en Granada aunque vive en Asturias desde los ocho años y es el párroco de las quince parroquias de Ibias y Degaña desde hace tres años. El cuentakilómetros de su Citroën C4 negro (sencillo, pero seguro) está a punto de rebasar los 160.000 kilómetros, en ese tiempo y el año que estuvo de diácono en Panes.
Miles de kilómetros para predicar, compartir, escuchar, atender, confortar, cuidar y, a veces, pocas, confesar a unos cientos de personas. Las pocas de dos concejos que han sufrido una despoblación acelerada por el fin de la mina. Y pese a todo, pese a tantos kilómetros diarios a solas, lo más duro de esos cuatro años «han sido estos dos últimos meses, aunque uno se adapta a todo. Hemos tenido pocos casos de coronavirus, pero la gente lo ha vivido con preocupación» y David ha tenido que «tirar de teléfono en lugar de coche» para hacer su labor. Para estar con los fieles... Y con los necesitados, crean o no.
En lo más urbano (Degaña y Cerredo) las calles estaban vacías ya antes del coronavirus. Bares y pubs cerrados que aún tienen en sus cristaleras anuncios de partidos de la Champions de equipos que hoy juegan en Segunda. Gente mayor encerrada en sus casas antes del estado de alarma. Y ahora, «mucho más». Es el vacío montañés.
Un vacío mayor de lo que dictan los censos. En Ibias y Degaña viven de continuo poco más de la mitad de los 2.000 habitantes oficiales. Eso se traduce en que David conoce a casi todos. Que sabe de sus cuitas, sus dolores, sus alegrías, sus miedos y sus anhelos.
En febrero, EL COMERCIO recorrió con David todas las parroquias a las que acude en un fin de semana. Las visitas que hace para comprobar que los vecinos estén bien. En Tormaleo, David visita a Carmen, de 66 años y una soledad profunda, matizada por una sonrisa infantil y generosa hasta el exceso. Buena para todos salvo para sí misma. David está preocupado y comprueba que su casa esté limpia, que Carmen se alimente, que se vea con los vecinos.
Luego se va a Uría, casi en el límite con Galicia. Un pueblo hermoso y montuno que tuvo 200 habitantes tiene ahora tres. Uno de ellos es Aníbal Blanco, un cultísimo astur-venezolano que disfruta a solas de su jubilación y para el que la visita de David es el gran momento de la semana. La festeja con su mejor hospitalidad. David respira por él.
En la tarde del sábado, comienzan las misas. Primero, en Marentes, en la cola del embalse de Grandas de Salime. Siete fieles y mucho de qué hablar. Un templo que necesita mucha obra, además de la buena disposición y el trabajo de los vecinos.
Siguiente destino, Posada de Rengos. 44 kilómetros de curvas. En la preciosa y novísima iglesia de la localidad canguesa, fieles de al menos nueve localidades están ensayando la representación de la Pasión de Cristo que hasta la irrupción del coronavirus tenían prevista para el sábado 28 de marzo. A Jesucristo lo encarna José Manuel Suárez, profesor de religión, músico de heavy metal y de verbenas, guitarra y líder del coro de Cerredo. A Judas, el muy pacífico José Higinio Martínez, Pepe de Casa el Ferreiru, de Moal. Así, hasta 40 personas. Se preveían cuatro ensayos que ahora están aplazados. Serían una dinámica comunitaria que va mucho más allá de su papel religioso. El ensayo se va hasta las tres horas. Largas. Fuera, Venus reina ya en el cielo. Del templo todos salen con amplias sonrisas, alguna duda sobre su capacidad actoral y la férrea voluntad de mejorar.
El domingo es el día de las tres misas. Comienza, con frío, en Degaña. Ese día son solo siete, los fieles. En Cerredo, una hora más tarde, 20 asistentes. De ellos, solo tres hombres. En un templo con 30 ventanas verticales que dan al Sur. A la montaña, nevada. El sol se abre paso cuando David habla de la transfiguración, e ilumina su cara. El coro canta con entusiasmo. Son las últimas misas presenciales antes de la crisis sanitaria.
El confinamiento rompe con esas dinámicas. El silencio reinó durante dos meses en Ibias y Degaña. Y el miedo. Una inquietud que todavía hoy «mantiene a muchos habituales lejos de las iglesias». Para solventarlo, el padre Cueto y los copárrocos de Cangas del Narcea, Juan José Blanco y César Augusto Acuña, están ensayando con una Unidad Pastoral que englobe todas sus parroquias. Están pendientes del teléfono, han creado un grupo de wasap para los fieles y «tenemos que potenciar Cáritas, concienciar a todos de que esta crisis puede generar situaciones muy duras en el pueblo de al lado. Esta crisis a trastocado el sentido de comunidad, tenemos mucho en qué trabajar», dice David, sin perder la sonrisa.
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