(Rel.) El muy admirable, aclamado y simpático Stephen Hawking ha dejado este mundo. Ya no está entre nosotros, aunque nos queda su recuerdo luminoso, su ejemplo sin par, y sobre todo, su legado de conocimientos sobre la historia del universo, que tal vez durante un siglo o dos permanecerán vigentes entre los estudiosos de la ciencia que llaman Astrofísica.
Hawking ya no existe. Su prodigioso cerebro ha cesado de funcionar y, si todo lo que confiere ser a la persona humana emana estrictamente de ese órgano, no solo su cuerpo se descompondrá de modo inexorable sino que se habrá apagado para siempre esa luz que fue su conciencia. Hawking vuelve a ser lo que era ochenta años atrás, cuando su madre y su padre todavía no se había ayuntado: nada.¿Nada? Cuando el organismo físico de un hombre perece, ¿se extingue también la voluntad del hombre, se extinguen sus deseos y sentimientos, su esfuma su anhelo de justicia, se aniquila su anhelo de conocer tantas cosas bellas y misteriosas que le fueron ocultas? ¿Se agota la fuente de sus sueños? La fuerza con la que amó o con la quiso amar y hacer el bien, ¿no ha quedado a la postre sino como alimento de fantasmas y de gusanos? ¿Todo es "vil materia, podredumbre y cieno", como escribió hace ciento cincuenta años el poeta romántico español?
Nosotros sabemos muy poco de las cosas de la materia y del cosmos, pero sabemos que Hawking un día fue niño, y, como cualquier otro niño del mundo, lo más probable es que fuera amado extraordinariamente por su madre y su padre. Y ese amor materno-filial es, como todas las cosas humanas, juguete del tiempo. Sus padres murieron tal vez muy pronto y ese amor desapareció, o Hawking no maduró tal vez como buena persona y ese amor se redujo. He dicho tal vez. No sé casi nada de la biografía de Hawking. Es indudable que amó a algunas mujeres, y que ellas dejaron de amarlo. Digo esto porque he leído que Hawking consideraba que las mujeres eran "un completo misterio", y quien dice tal cosa es porque ha probado el sabor incomparablemente amargo del rechazo o desdén femenino. Sólo sé que hubo un momento en su vida, un momento más o menos largo, en que Hawking fue objeto y sujeto de un amor extraordinario, tan extraordinario como el de los padres de ese niño almeriense, Gabriel, asesinado por la mano extraordinariamente malvada de una mujer. ¿Por qué tan gran amor para nada? ¿Por qué el odio estúpido de una mujer, o de un hombre, puede destruir a un niño inocente?
Hawking, como muchos de los científicos, no gustaba de este tipo de preguntas. Los físicos más encumbrados rechazan que queramos interrogarnos sobre las causas últimas. El mundo se creó él solo, según dicen, y no preguntemos por qué ni para qué, por qué hubo un big bang, por qué hay cosmos en vez de no haber nada, para qué el ser, para qué la existencia. Entrar en ese juego es de necios, de cavernícolas. Los científicos reprueban las cuestiones metafísicas, es decir, desacreditan a quienes quieren ir más allá de la física. Pero ya escribió Heidegger que ateo es el que no piensa. Y quizá cabría añadir: "Ateo es el que no piensa ni sueña". Si no piensas de verdad, si no sueñas en serio, tu visión de la vida es chata y plana, por muy inmenso que sea el alcance de tu inteligencia para entender el origen del universo.
El muy admirable, aclamado y simpático Stephen Hawking ha despertado al fin del sueño de este mundo y ha visto de pronto que las preguntas seguían ahí. Que la vida es un misterio en el más allá como lo era en el más acá; que sin misterio no hay dicha humana posible. Sólo que ahora para él el misterio es mucho más envolvente, mucho más fascinante y también mucho más iluminador. Es un misterio que devuelve transfigurada toda la vida vivida, todos los amores y los odios, todas las dulzuras y los desdenes, todos lo que dimos y todo lo que negamos. Un misterio que nos abre para siempre a la libertad del amor, si al morir hay en nosotros un átomo de caridad, o que nos entrega para siempre a la perdición, si solo hay en nosotros egoísmo y arrogancia. Un misterio que llena al fin de música "el silencio aterrador de los espacios infinitos", como dijo Pascal, ese genial matemático y físico, pero también pensador, que no se privó de escribir: "Quien pretenda que los hombres son sólo entes corporales debe reconocer que es imposible conocer nada del universo; significaría afirmar que la materia es capaz de conocerse a sí misma, sin intervención del espíritu, y nada es más imposible que esta empresa"
Tengo para mí que los científicos ateos dedican tanto esfuerzo a investigar el universo que no suelen dedicar ni un minuto a contemplarlo. Y de ahí procede su escepticismo.
Pero, si en el momento de morir Stephen Hawking había en su alma esa átomo de caridad, es seguro que ahora mismo estará conociendo de verdad el universo, descubriendo que resulta ser mucho más bello y pleno de sentido de cuanto su ciencia e investigación pudieron mostrarle.
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