"NOS QUEDAMOS A CUATRO VELAS"
Avanzan las fechas de estas semanas previas a la Navidad cristiana. En casi todas nuestras iglesias se ambienta este tiempo litúrgico con la llamada “corona del adviento”. Es una hermosa tradición que viene de centro Europa, y que poco a poco va adentrando en ese círculo de ramas una luz cada vez más encendida. La vida a veces se nos apaga en lo que en otros momentos fue realmente luminosa. Se nos enfría en lo que en tiempos pasados fue cálidamente ardiente. Y ese círculo formado por el ramaje de unas hojas de abeto, de pino o de laurel, nos está recordando que vivimos inmersos en nuestras vueltas cotidianas, sin que el día a día, sin embargo, tenga vuelta atrás.
Me pregunto con la gente que en estos días encuentro si hay que esperar algo nuevo, si la Navidad hacia la que caminamos será algo que se estrena o la repetición cansina de unos ritos y escenografías que, de tantas veces celebradas ya, han dejado de conmovernos y de aportar algo que sepa a novedad.
Este es el reto que todos tenemos. Nuestra vida no es cíclica, aunque pase por paisajes parecidos o iguales según vamos cumpliendo los años que nuestra edad delata. Es, más bien, un itinerario que sigue adelante imparable mientras se hace camino al andar. Habrá fechas que nos traen recuerdos de personas y acontecimientos que se hacen, de algún modo, presentes cuando los traemos a la memoria con el pretexto de una calenda o una efeméride. Y, al igual que nos sucede con las estaciones del año, nos van acompañando los distintos climas con sus inviernos borrascosos, sus primaveras saltarinas, sus veranos agostadores y sus cenicientos otoños. Pero, cada vez que llega una nueva estación, el recuerdo de alguien o la celebración de una fecha significativa… acaso los únicos que hayamos cambiado seamos sólo nosotros. Porque la vida no pasa en balde, y nos va trayendo o sustrayendo lo que hace que cada instante sea un momento nuevo entre el pasado con sus guiños y el futuro con sus quimeras.
Cuatro velas encendemos, cuatro luces que alumbran lo que con su nombre y su circunstancia se nos puede haber apagado con tibias sombras o con pertinaces penumbras. Cuatro llamas que acercan la lumbre cálida que pone un calor amable a lo que en nuestro camino de hoy se hace indiferente con desdén y escéptico tirita. Cuatro cirios que con sus colores variopintos ponen sus trazos vivarachos que humildemente acompañan el tran-tran de cada día. La vela morada que quiere reconciliarnos con sincera conversión en nuestros caminos altivos y retorcidos meandros, mientras oímos la advertencia de Juan, profeta bautista: allanad vuestros senderos, enderezad vuestros laberintos y preparad el camino al Señor que llega. La vela verde nos habla de la esperanza que rebrota, como cuando algo que dábamos por mustio y perdido, reverdece apuntando maneras mientras nos dice que el fatalismo no forma parte de los ensueños cristianos. La vela rosa viene a poner en nuestros labios el más hermoso himno de la alegría, porque el sayal se viste de fiesta cuando dejamos que Dios entre, los lutos se convierten en inocente blancura y los llantos cambian sus lágrimas por contagiosas sonrisas. La vela amarilla nos habla del sol que amanece sin declinar ya tras todas nuestras noches oscuras y malditas.
Son las cuatro citas que tenemos con una luz que fue malva, fue verde, fue rosa y fue amarilla, para pintar nuestro momento con los colores de la esperanza que llena el corazón y la ciudad de la verdadera alegría. Se acerca la Navidad. Estas son las luces de nuestra cita.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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