Es una recta final como cuando se termina una etapa ciclista, en la que hay que apurar el esfuerzo para llegar airosos y con buen resultado a la meta prevista. Estamos ya en las puertas de la Navidad y se afilan los modos de llegar con resuello a la fecha desde siempre acordada. Para unos esta fiesta entrañable no tiene ningún sentido o, acaso, hace tiempo que perdió su significado por tantos motivos. Entonces se empeñan en vaciar de toda apariencia religiosa lo que es, de suyo, una religiosidad popular muy arraigada. Y ahí andan inventándose adornos neutros, calendarios extraños, para intentar imposiblemente vaciar de su contenido cristiano unas fechas dulce y gratamente deudoras de un acontecimiento señero que no puede ni quiere ser recordado de modo pacato y cicatero.
Para otros, la Navidad es simplemente un agosto en sus comercios, aunque caiga en los aledaños del año que ya termina: hay que colocar productos y modelos para que compradores compulsivos se superen a sí mismos y los compradores de ocasión no falten a esta cita. Y es que, hacer el agosto en el otoño tardío tiene sus ganancias sin treguas.
Fiestas y comidas con diferentes manteles y escenografías: las que se tienen de empresa, de amigos, de escalera y vecindario, y por supuesto las fiestas y comidas de familia. Todo ello genera el típico vaivén entre el bullicio juguetón de estos días especiales con sus adornos luminosos y sus alegres algarabías. Nada de todo esto es ajeno al sentido hondo de la Navidad aunque no forme parte del motivo principal que le da su verdadero significado, pero todo es bienvenido con desigual entusiasmo y oportunidad, pues sin duda, colabora con la magia de un tiempo diferente que goza de algo distinto entre las personas llegando las calendas de estos días navideños. Hay algo que entronca con la escenografía más exterior de estas fechas, y es el paisaje interior que coincide con nuestro corazón con sus puertas abiertas. Necesitamos lo que la Navidad nos regala, y ese corazón no sabe y ni puede renunciar al anhelo que lo reclama, pues hemos sido creados precisamente con la pregunta en el alma que en la Navidad encuentra su inaudita respuesta. Es lo que llamamos correspondencia entre nuestras humanas demandas y cuanto Dios nos ofrece con sus divinas respuestas. Andamos con todas las crisis a flor de piel, con los tiras-y-aflojas, con los dimes y los diretes, con los enjuagues parlamentarios y callejeros, con encuestas que nos abruman, con elecciones varias que ya nos saturan. O en otro orden de cosas, con situaciones de enfermedad sobrevenidas en nosotros o en las personas que más queremos, casos de apuros económicos o de soledad depresiva sin ganas para nada. ¡Cuántas personas nos faltan de las que hace un año nos gozábamos con su presencia! ¡Cuántas han llamado a nuestra puerta regalándonos su compañía! Y así, la oscuridad que nos ensombrece o la claridad que nos despierta, hace que esta Navidad tenga de modo ineludible un sabor de estreno tan inmenso que la hace sencillamente distinta.
Jesús nos nace como Luz y quiere que su llama y lumbre arda y prenda en nuestra vida como un humilde candelero que disipa nuestras tinieblas y encienda nuestras más hermosas chispas. Para eso vino hace dos mil años, para eso nos prometió que regresaría, para eso se ha quedado entre nosotros cada día ofreciéndonos su discreta compañía. No hay rincón de nuestros sueños ni rasguño de nuestras heridas en donde Él no pueda ponernos la paz de su bálsamo y encender su luz bendita. Feliz Navidad con Jesús, José y María.
Fray Jesús Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo
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