La mañana amanecía con las brumas matutinas y tardaron en dejar ver la silueta de la Basílica y asomarse desde su balaustrada a la Santa Cueva de la Santina. Pero el día se hizo sitio con el paso de las horas y permitió en el primer domingo de adviento poner nombre a la espera que llena el corazón cristiano de esperanza. Con las primeras sombras de la noche, acudimos a Covadonga con cita previa. Del arcón de mis pensamientos saqué estas palabras como frontispicio de un concierto.
Muchas veces subí a Covadonga por el camino de un bosque lleno de misterio. No es la carretera con su ruido y velocidad inevitable, sino una senda distinta que, paso a paso, pausadamente nos conduce hasta la Santa Cueva. Pude pararme para contemplar la belleza que atrae y el canto que la sostiene. Subiendo el serpentín del angosto sendero, escuchas músicas diversas que Dios, autor de toda belleza, compone cada mañana como quien estrena su más hermosa melodía. Así aparecen los trinos de los pájaros mañaneros, y los vientos que susurran sus brisas en las hojas de los árboles frondosos, mientras las aguas saltarinas se divierten bajando desde el corazón de la tierra en Orandi, a través de los ríos de montaña. Todo un concierto que en ese valle del Auseva tiene como musa para entenderlo quienes lo paseamos, a la Virgen de Covadonga, nuestra Santina.
Es la belleza natural que te envuelve en su magia con olor a bosque acogedor, a humedad ancestral, a sol fraterno, a lluvia fecunda y a verdor fresco. Una belleza que te arrulla con sus mil sonidos, imponente sin arrogancia, obligándote a levantar tus ojos a las cumbres cercanas que presiden majestuosas el lugar, allí donde la Cruz de Priena rompe la soledad de su horizonte.
Nace así una composición nueva que quiere, como homenaje filial, introducirse en ese concierto eterno, poniendo unas notas inéditas que, para la acción de gracias por antonomasia, la santa Misa tributada a Dios, quiere agradecer a la Señora lo mucho que para nosotros significa. Tiene el talento, el afecto y la devoción de quienes la han hecho posible. La parte musical es de Guillermo Martínez, antiguo escolano de Covadonga que comenzó su brillante carrera musical a la sombra de la Santina. El texto literario ha sido escrito por José Antonio Olivar, poeta de fina sensibilidad religiosa. La excelente soprano Tina Gutiérrez y las voces blancas de la Escolanía de Covadonga. Una magistral dirección de Yuri Nashuskin con la Orquesta de Cámara Ensamble Ars Mundi, la virtuosa solista de violín Valeria Zorina y el maestro gaitero José Manuel Fernández.
Fue una puesta de largo memorable, llena de belleza, de unción, de hondura recitada como cuando se cantan los versos de los salmos. La música se hizo sonora con una letra que embelesó, mientras la noche nos cubría con estrellas que con su titilar ponían fondo a la vigilancia y la espera, tan propias de este tiempo que nos prepara para la Navidad que llega.
La Santina de Covadonga se engalana por el afecto de todos sus hijos que en estos cien años de su coronación canónica hemos venido con nuestros versos y cantares a dejarnos mirar por su santa imagen, esa que es mirada por su Hijo pequeño. Hermoso cruce de miradas: la nuestra que lleva en su retina las heridas y esperanzas que nos hacen humanos, la de María que nos acerca tiernamente lo que los ojos de Dios no dejan de contemplar cuando nos miran con divina piedad. Bendito concierto el de esa tarde, que en el pentagrama de la vida puso la música del agradecimiento y la letra de la alegría. Todo por nuestra Santina en una velada inolvidable.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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