En plena Navidad, tiempo de plenitud de la esperanza, Benedicto XVI, durante su breve pero eficaz pontificado, nos regaló no sólo a los fieles católicos, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad un tesoro de sabiduría de plena actualidad, para transitar por este mundo en tiempos tan confusos y desesperanzados por un futuro que algunos ven como oscuro y sin sentido. La encíclica “Spe salvi” –SALVADOS POR LA ESPERANZA- es una apuesta por volver a analizar la esperanza fundada en Cristo después de la crisis de todas las ideologías totalitarias y utópicas que en nombre de la revolución y del paraíso en la tierra han empujado a Europa en particular al nihilismo existencial postmoderno y pesimista, por el que la Historia ha perdido sentido y el hombre vive instalado en la alienación como forma de existencia cotidiana desesperada.
Para el Papa existe una esperanza fiable con la que afrontar el presente, aunque sea fatigoso y vivir esperando una realidad definitiva que no puede ser el aquí y ahora, sino que se basa en Jesucristo, quien no sólo es el Buen Pastor, sino el verdadero Filósofo que nos indica con su Vida, Pasión, Muerte y Resurrección qué es y dónde está la Vida.
Desde este perspectiva cristiana, el Papa establece un diálogo que las ideologías de la modernidad, muy especialmente con la utopía marxista.
En efecto para Benedicto XVI, Marx es el referente obligado para entender los procesos revolucionarios de la modernidad, que tuvieron como paradigma el modelo soviético y que hoy perdura de forma contradictoria en China con su doble moral política y económica. El gran error del Marxismo de todos los tiempos, con su teoría del cambio revolucionario, que tanto fascina hoy a los herederos tardoburgueses de cierta izquierda progre española, está no en cómo lograr el cambio, sino en cómo se había de proceder después. Las suposiciones de Marx sobre la expropiación de la clase dominante, con la caída del poder político y con la socialización de los medios de producción, se establecería el paraíso comunista, que para Marx como descendiente de judíos ortodoxos sería la Nueva Jerusalén.
Con la profundidad de gran pensador y máximo teólogo, el Papa descubre el gran error de todos los marxismos pretéritos, y los presentes del S.XXI. Marx no quiso o no pudo ordenar jurídicamente el tiempo posterior a la revolución, porque la fase intermedia entre la revolución y el paraíso proletario, la conocemos muy bien en sus consecuencias terriblemente desoladoras. Además Marx, no quiso saber nada de la libertad humana. Como afirma el Santo Padre, el hombre siempre es libre, incluso para el mal. Además Marx fantaseó con el materialismo, como lo hace el liberalismo capitalista, al pensar que el hombre es sólo un producto de las condiciones económicas y que satisfechas éstas la esperanza está colmada.
El Papa al someter a una crítica rigurosa, pero caritativa, las utopías inmanentes de la postmodernidad, obliga a los cristianos a replantearse el sentido de su Esperanza que no es una huida de las realidades terrenas, sino un compromiso vital y existencial con las mismas y que no tiene un sentido individualista sino comunitario y solidario. La esperanza sólo es verdadera y total –afirma el Papa- cuando está fundamentado en Dios, pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo a cada uno en particular y a la Humanidad en su conjunto. El Reino de Dios no está en un más allá imaginario que nunca llega; su Reino está presente allí donde su amor nos alcanza. ESO ES NAVIDAD.
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