Salió la fumata blanca que todos esperábamos con ansiedad serena que apareciera. No ha sido la consecuencia de una quema malhadada y cualquiera, porque el fuego que hemos invocado en nuestra oración durante estos días de espera es el hermano fuego que purifica sin destruir nada jamás, que alumbra sin deslumbrar, que caldea sin abrasar. Es el fuego del Santo Espíritu que como en aquella mañana de Pentecostés ha vuelto a ponerse sobre los apóstoles que como discípulos de la verdad, de la bondad y la belleza de Dios, han estado estos días en el cenáculo del Cónclave.
Por ellos hemos pedido a María con toda la Iglesia para que la gracia de la luz, la sabiduría y la fortaleza guiasen su discernimiento. Todo Cónclave es un momento intenso de oración, de fraternidad eclesial para acertar a elegir al que elige Dios. El Pueblo santo de Dios desde nuestros lugares más diversos, y el Colegio de los Cardenales electores dentro de esta reunión de escucha y plegaria. En ello se ha volcado todo cuanto cada uno de los señores Cardenales llevaban en los adentros de su fe, amor y esperanza, y en las afueras de las mil circunstancias que determinan las realidades y culturas de sus proveniencias.
Ahora ya tenemos un nuevo Santo Padre. No es el sucesor de Benedicto XVI, nuestro querido y recordado Papa anterior. Es el Sucesor de Pedro a quién Jesús escogió como ahora ha escogido a Francisco. El sí de aquél viejo patrón de Galilea, con toda la carga de su humanidad apasionada, asustada y fugitiva, y con toda la carga de la gracia que le sostuvo en una fidelidad creciente y renovada, es el sí que ahora ha tenido que pronunciar también este nuevo Sumo Pontífice que llega a la Silla de Pedro, como el Papa doscientos sesenta y seis en nuestros dos mil años cristianos.
Toda la Iglesia universal y la Iglesia particular de Oviedo dentro de ella, nos unimos a la alegría del Pueblo de Dios por este nuevo Padre y Pastor de nuestras almas, que el Señor ha querido nuevamente regalarnos. Nos apresuramos a dar las gracias a Dios por este don, y con la misma gratitud ofrecemos nuestra oración más sentida y nuestra adhesión filial más sincera a quien por ser Obispo de Roma es Pastor universal, también para la Iglesia que peregrina en Asturias.
Nos preside en la caridad, para fortalecer nuestra fe y abrirnos a la esperanza. No viene con un Evangelio nuevo y distinto, o con rupturas y sobresaltos de lo que es la verdadera tradición cristiana. Pero es nueva su voz que nos volverá a anunciar la Palabra. Son nuevos también sus pies misioneros que irán al encuentro de hombres y mujeres para llevarles la gracia de la Presencia de Cristo Salvador. Y en Francisco encontraremos el timbre y recorrido de una biografía que Dios mismo ha cuidado preparándole para este destino. No hay más dictado, ni más deuda contraída que la de servir al Señor en los hermanos, siendo fiel a la herencia recibida y diligente trabajador en esta tarea de ir aquí y ahora a la Viña asignada por la Providencia de Dios.
Gracias, Santo Padre. Gracias, Francisco por tu sí como el que pronunciara Pedro. En la orilla de los mares de nuestros días, te has encontrado con el mismo Maestro para decirle con todo tu Pueblo: tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero, acepto apacentar tus corderos.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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