El 8 de diciembre es un día grande para la Iglesia Universal, pero de forma singularísima para España que desde tiempo inmemorial -muchísimo antes de que el dogma de la Inmaculada fuera declarado- nuestros antepasados defendieron, promovieron y alabaron a la Santísima Virgen María como ''Inmaculada''. Por eso la tenemos por Patrona, pues aquellos fueron unos adelantados a su tiempo; fueron teólogos de primera al comprender desde el “sensus fidei ” lo que otros sabios no comprendieron, que María fue concebida “sin mancha original''; es la "sin pecado", la que nació libre del error de Adán. Siempre me gusta recordar el privilegio que tenemos en nuestra nación de utilizar el color azul en la liturgia, el color de la Inmaculada como reconocimiento de nuestra Patria a Santa María. Hay una preciosa talla gótica de la Virgen en el Monasterio de Silos donde el niño señala la manzana y el cuello de su madre, y dicen los monjes que el niño está diciendo: ''por tu garganta, no pasó la manzana''. Dios predestinó a María para una misión tan grande como la de ser su madre, para ser instrumento en el plan del Redentor, para ser puerta del cielo en nuestro mundo.
La lectura del Génesis donde se nos presenta el pecado original, nos ayuda a contemplar a María como la nueva Eva. El mal acecha, pero hemos de saber pisar a la serpiente como lo hace Nuestra Señora. Que el maligno no tenga la última palabra, sino que triunfe el bien. Dios nos promete esto, que el bien vencerá si sabemos encauzarlo en nuestra vida desde el amor y el valor que le damos. El mal no se limita a un fruto, en el texto lo que ha de interpelarnos es la desobediencia, el salirse de los planes del Creador. El maligno nos tienta y caemos; somos tan obstinados que buscamos ser como Dios, quitarle su lugar y suplantarle en nuestro propio perjuicio y miseria. María representa todo lo contrario, se llama “esclava”, no quiere dominar, sino servir. La escuela de María es la lección de la sencillez y la humildad. Ella, como nos recuerda el salmista, canta al Señor “un cántico nuevo porque ha hecho maravillas”.
La epístola de San Pablo a los Efesios es un recordatorio de cómo Dios nos destina a algo grande dándonos a María como madre, suya y nuestra. “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos''. ¿Cómo no vamos a cantar unidos a María que el Señor también ha hecho maravillas en nosotros? Tenemos un Dios que no es ajeno, sino cercano; no está oculto, sino que se nos manifiesta, que no ha olvidado su creación, sino que camina con ella. Y para poner fin a nuestras rebeldías y desobediencias, desde el principio se encarna en nuestra propia carne haciéndose parte de nuestra historia a través de María, a la que llamamos ''corredentora''.
Hoy no celebramos el nacimiento de María -para eso está la Natividad de Nuestra Señora- ni tampoco la encarnación del Hijo de Dios -para eso está la Solemnidad de la Anunciación-; en realidad este día es para festejar que incluso desde el mismo instante en que María fue concebida por su padre San Joaquín y su madre Santa Ana, ya estaba libre de pecado. Por eso canta el “prefacio” de este día de forma tan concisa: ''Purísima tenía que ser, Señor, la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad''. Y esta pureza de María nos viene de los méritos de su Hijo. El evangelio que se proclama en este día del relato del anuncio del ángel, nos presenta cómo en la vida cotidiana de María se ponía de manifiesto su pureza en sus obras y palabras, cómo se palpaba ya su grandeza en su pequeñez y docilidad a Dios.
El ángel Gabriel regala a la Santísima Virgen el título de ''Gratia plena'' -¡la llena de gracia!- que a diario rezamos en el “ave maría”; es un reconocimiento explícito por parte del Altísimo de que, ciertamente, María es Inmaculada; es la libre de pecado por la propia gracia de Dios que la preservó para cumplir la misión más alta. Este año celebramos también hoy “el día del Seminario” que no fue posible durante él confinamiento. La Inmaculada es Patrona de muchísimos Seminarios de nuestro país, pues en estos centros jóvenes de carne y hueso como María se preparan para una misión tan grande como hacer presente al Hijo de Dios en el mundo. Os pido una oración por nuestros seminaristas, los que colaboran en nuestra Parroquia y por todos los que dicen como Ella Sí al Señor, tanto del “Redemptoris Mater” como de nuestro Seminario Metropolitano. Y, cómo no, un recuerdo también entrañable en este día para el Ejército español -en especial al Arma de Infantería-, Cuerpo Eclesiástico del Ejército y del Estado Mayor; del Cuerpo Jurídico y de la Farmacia militar. Que la Inmaculada interceda por España, por esta tierra tan suya que en cada rincón de su geografía la celebra. Termino con las palabras de San Juan Pablo II en la Base Aérea de Cuatro Vientos (Madrid) en 2003: “Santa María, Virgen Inmaculada, reza con nosotros, reza por nosotros. Amén.”
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