La próxima celebración de los 450 años de la muerte de san Juan de Ávila nos pone en clima de año jubilar, ocasión de volver nuestra atención a Montilla, lugar desde donde voló al cielo el 10 de mayo de 1569 y donde se veneran sus reliquias y su sepulcro hasta el día de hoy. La diócesis de Córdoba guarda entre sus mejores tesoros esta memoria del gran santo y maestro de santos, san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia universal, patrono del clero secular y apóstol de Andalucía.
La memoria de los santos, y de este gran santo, maestro de santos, es un estímulo para todos en nuestro camino de santidad. Para los sacerdotes particularmente, en nuestro camino de santidad sacerdotal. La reforma de la Iglesia, necesaria en todas las épocas, y también en la nuestra, va precedida por la reforma del clero, de los sacerdotes. Si la Iglesia quiere afrontar una nueva época de santidad, una nueva primavera de la Iglesia, ha de poner especial empeño en la santidad de los sacerdotes y de los que se preparan al sacerdocio. Por eso, este nuevo año jubilar es una nueva ocasión y un estímulo, que nos llena de esperanza. San Juan de Ávila destaca fuertemente por su afán evangelizador. Quería que todos supieran que Dios es amor y a eso consagró su vida y todas sus energías.
Nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) el 6 de enero de 1500 muere en Montilla el 10 de mayo de 1569. Hijo único y muy deseado de unos padres pudientes, va jovencito a Salamanca para estudiar derecho. Allí tiene una fuerte experiencia de Jesucristo, que le cambia la vida, y regresa a su casa. Tres años de oración intensa, de penitencia, de discernimiento. Descubre su vocación sacerdotal y marcha a Alcalá para los estudios eclesiásticos. Es ordenado sacerdote en 1526 y lo celebra en su pueblo natal, vendiendo todos sus bienes (que eran abundantes), repartiéndolos a los pobres e invitando a su primera Misa a doce pobres. Quiere ser misionero en el nuevo mundo recién descubierto y se traslada a Sevilla para embarcar rumbo a México.
Además del despojamiento material, Dios le fue despojando de todo lo demás. El arzobispo de Sevilla le retiene y estando en Sevilla es calumniado, llevado a la cárcel, donde pasa más de un año privado de libertad. Cuando sale absuelto y libre de cargos, se traslada a Córdoba, donde queda incardinado para siempre como clericus cordubensis. Dña. Catalina Fernández de Córdoba lo vincula a Montilla y después de predicar por tantos lugares –Granada, Zafra, Fregenal, etc-, funda colegios y la universidad de Baeza (1542) en su afán de completar la formación de los jóvenes.
Los últimos veinte años de su vida se retira a Montilla, y desde este lugar escribe cartas, tratados de reforma y espiritualidad, recibe visitas, aconseja a los santos más notables de la época en España. Y sobre todo dedica muchas horas a la oración y a la atención de sacerdotes, que lo tienen por maestro.
El año jubilar que comenzamos el 6 de abril de 2019 (125 años de su beatificación) para ser clausurado el 31 de mayo de 2020 (50 años de su canonización) sea una nueva ocasión para conocerle de cerca, imitarle en sus grandes virtudes, acudir a su intercesión y tenerlo como referente en nuestra vida cristiana. Todo un calendario de acontecimientos irán jalonando este nuevo años jubilar.
Que todo sirva para que, por su intercesión, nos acerquemos más a Dios y anunciemos con ardor el amor de Dios a nuestros contemporáneos.
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