(De profesión Cura) En una ocasión ya hablaron de esto nada menos que Rafaela y Joaquina. Hay gente buena, como Joaquina, qué digo buena, buenísima, solidarísima, caritativísima, constructora de puentes y acueductos, en salida y misericodiosísima. Gente que ve una patera y se deshace en llanto y golpes de pecho.
Como son más solidarios, buenos y abiertos más que nadie, gritan cada día clamando por la supresión de las fronteras, la desaparición de los centros de internamiento de extranjeros y el absoluto respeto a costumbres de los que vienen.
Citar hoy a Benedicto XVI me dicen que es de muy mal gusto, posiblemente porque hablamos de un papa iletrado y falto de caridad con su prójimo. Es igual. En su mensaje para la jornada del inmigrante y refugiado del año 2011 afirma que “los Estados tienen el derecho de regular los flujos migratorios y defender sus fronteras, asegurando siempre el respeto debido a la dignidad de toda persona humana”. Me quedo con dos palabras: defender y regular. Por eso fronteras, por eso defensa de las mismas, por eso controlar.
Joaquina, y bastantes Joaquinas y Joaquines de hoy, laicos, religiosos y clérigos, no admiten estas palabras por poco misericordiosas. Por eso uno, siguiendo los ejemplos de la buena de Rafaela, piensa que andar con textos y argumentos de la doctrina de la Iglesia anteriores a Francisco es perder el tiempo con los Joaquines de hoy. Hay que ser misericordioso tal y como lo entienden, que es como lo entiende la izquierda más rancia, cuyas concreciones morales prefiero obviar no sea que me lea gente de especial sensibilidad.
Ayer tuve la última discusión sobre el asunto: qué pena de fronteras, qué horror las vallas y los muros, qué barbaridad los centros de internamiento de extranjeros. Hay que abrir las puertas a los que vienen y hacerlo generosamente, sin trabas, porque los papeles no dejan de ser papeles y todos somos iguales y hermanos.
Perfecto. Aceptado. Abajo las fronteras, abajo los papeles, viva la libertad. Sin problemas. Eso sí: vamos a ser consecuentes. ¿Tienes llaves en tu casa? ¿Rejas? ¿Alarma?
No falla. Sobre este asunto he tenido mis peloteras con mucha gente, incluidos eclesiásticos de alto rango y grito fácil, que mientras claman por la supresión de las fronteras siguen manteniendo en el bolsillo las llaves de casa y han colocado rejas en las ventanas. Discusiones con laicos misericordiosos que me han bloqueado en sus redes sociales. Debates con monjitas de buen corazón con enormes conventos vacíos y locales que han quitado a Cáritas para ceder para cosa más lucrativa.
Uno quiere para su país lo que, en la práctica, desean y tienen el obispo de A., la superiora de las Társilas, Manoli de “solidarios for ever” y Pablo Iglesias: muros, cerraduras, rejas y, si te lo consienten, una pareja de la guardia civil en la puerta, para que en tu casa entre quien tú quieras, cuando quieras y como quieras.
¿Qué es mejor ser abiertos? Pues ustedes mismos. Tiren las llaves, supriman cerraduras, dejen los conventos abiertos y viva la inmigración sin barreras. Y si no lo hacen, que lo comprendo, por lo menos no sigan dando la matraca.
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