(de profesión cura) Recuerdo un sacerdote, hace años, en una celebración eucarística. Justo momento de la consagración y unos mozalbetes riendo y bromeando y hasta remedando los gestos del sacerdote. El buen cura paró en seco la celebración y les dijo: “de mí os podéis reír lo que queráis y llamarme de todo, pero que a nadie se le ocurra faltarle al respeto a Dios. Por ahí no paso”.
Me he acordado de este sacerdote al enterarme ayer de la rueda de prensa de Willy Toledo en el centro pastoral San Carlos Borromeo, un centro de la iglesia católica. Willy Toledo es un individuo acusado de ofensa a los sentimientos religiosos por ciscarse en Dios y en su santísima Madre. Una cosa sin importancia, parece ser.
Uno ya no se asusta de nada. Supuestas celebraciones de la eucaristía presididas por seglares, celebraciones gays, negación de verdades fundamentales. No pasa nada. Los ejemplos los tienen los lectores. No pasa nada. Nada de nada. Nunca pasa nada.
Sin embargo, nos ha sorprendido el silencio o alejamiento de la vida pastoral o de los medios de comunicación, de sacerdotes que doctrinalmente son intachables como D. Custodio Ballester o D. José Luis Aberasturi. La gente se pregunta, mucha gente, cómo es posible que un Javier Baeza ceda el centro pastoral San Carlos Borromeo a un tipejo que se cisca en Dios y en la Virgen, o que nos cuente que en ese centro pastoral la misa dominical es “habitualmente presidida por alguno de los sacerdotes de la comunidad, pero también en ocasiones por otro miembro de la misma, religioso o seglar, mujer u hombre”. Nadie entiende que un sacerdote se refiera a la resurrección diciendo: “Y sin entrar en lo de la resurrección… Tú acompañando a Dios…, es que… Bueno, yo no quiero ridiculizar esta espiritualidad…”
No se entiende que alguien pueda ciscarse en doctrina, moral, liturgia… en ocasiones de manera tan burda y absurda, y que no pase nada. No gusta, pero bueno…
A la vez, Aberasturi, por ejemplo, calladito. ¿Cuál es la diferencia? La diferencia es que Aberasturi y los que son como él, intachables en doctrina, osaron rozar, criticar, cuestionar actuaciones del papa o de algún obispo. Y por ahí sí que no.
Es decir, que vamos al revés del buen cura del principio: “digan de Dios lo que quieran, patinen en dogma, liturgia o moral… pero a mí no me toquen, porque entonces se lía”.
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