La Eucaristía se sitúa en el corazón de la “iniciación cristiana” junto con el Bautismo y la Confirmación y constituye la fuente de la vida misma de la Iglesia. Y es que este sacramento de amor dinamiza todo el camino auténtico de fe, de comunión y de testimonio.
La Primera Comunión constituye un momento muy importante en la iniciación cristiana del niño; se comprende por ello que sea un acontecimiento de notable relieve religioso, tanto personal como familiar y eclesial. Para participar en la mesa de la Eucaristía, es imprescindible que los niños se hayan incorporado previamente a un proceso formativo, iniciático, cristiano. La preparación de los niños al sacramento de la Eucaristía constituye una fase, ordinariamente de dos o tres años de duración, integrada en el itinerario de iniciación cristiana, que seguirá a la fase del despertar religioso, se apoyará en él, y se prolongará, a través de la etapa de la infancia adulta, hasta la fase de la iniciación cristiana en la adolescencia. Supuesta la necesidad de esta preparación, que ha de ser esmerada, la Primera Comunión se dará, de ordinario en el año que cumplen los nueve.
Hay que cuidar con extraordinario esmero el marco litúrgico de la Primera Comunión para que ésta tenga su máxima significación. Por ello se impone una cuidadosa preparación de todos los elementos de la celebración (ornamentación del templo, colocación de los niños y familiares, homilía, preces, cantos, fórmulas, etc.), evitando todo lo que sea superfluo o resulte teatral. La liturgia ha de tener un hondo sentido religioso, comunitario-eclesial, que no es incompatible con un sentido festivo y alegre; ha de brillar en ella la belleza de la sobriedad y sencillez, evitando tanto el individualismo como la masificación, la “teatralidad” como el excesivo ruido o falta de silencio, el “espectáculo” como la superficialidad o deficiencia religiosa; que no se fuercen las cosas y todo se haga con naturalidad y dignidad; que la presencia en el templo de familiares y amigos que muchas veces se hacen presentes más por compromiso social que por motivos cristianos, no convierta la celebración en algo profano o sin fuerza religiosa. No se puede olvidar, por lo demás, que el “protagonista” principal, si podemos hablar así, es Jesús y no los niños. Así se puede ver la Primera Comunión como una “ocasión propicia para que el niño consciente de lo que significa ser cristiano, haga una profesión personal de su fe; para ello hay que dar un relieve especial al acto de renovación de las promesas bautismales, que debe hacerse tras la homilía, en lugar del Credo, ambientándolo debidamente.
Debemos hacer una llamada urgente y continuada a evitar el derroche y la ostentación que son contrarios al misterio de amor que celebramos en la Eucaristía. Es hoy muy frecuente que, con ocasión de la recepción de este sacramento, muchos padres, parientes o amigos de los mismos, conviertan la Primera Comunión de los niños en un acontecimiento social y pagano, y se dejen absorber por los regalos y gastos abusivos y absurdos. Hay que insistir a tiempo y a destiempo con los padres que eviten todo eso y que pongan todo su empeño en centrar su interés y el de su hijo en la celebración eucarística; que la fiesta inherente se caracterice por la sobriedad y la sencillez. Por todos los medios se ha de evitar que los niños identifiquen el día de su Primera Comunión con una fiesta profana; los niños son lo que seamos y hagamos los mayores; está en nuestras manos evitar el que se convierta todo en una fiesta profana. Los padres han de ser conscientes de que esta celebración es un paso muy importante para sus hijos en su iniciación cristiana que incluye necesariamente el amor y el servicio al prójimo.
En consecuencia, los padres deberán procurar que sus hijos, con ocasión de la Primera Comunión, se interesen de un modo eficaz por la infancia desvalida, por ejemplo entregando un donativo importante a alguna asociación destinada a atender a niños necesitados y marginados o teniendo otros gestos hacia los pobres en ese mismo día de su Primera Comunión, de tal manera que los niños asocien y recuerden después ese día con la caridad cristiana. “Comulgar con Cristo es también comulgar con los demás”.
+ Ángel Rubio Castro, Obispo de Segovia
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