Mochileros de esperanza
Florece de nuevo mayo dejando atrás los meses fríos con sus brumas sin hojas ni frutos en las ramas del calendario. Una fiesta de color y de alegría que abre las yemas de par en par, para apuntar las maneras que nos susurran su esperanza de esa vida que quiere volver a empezar en la explosión gozosa de una primavera rendida.
No tengo presente ahora ningún jardín idílico, ni hablo de un parque temático, sino que guardo en la memoria de mi corazón lo que he vuelto a vivir con seiscientos jóvenes este primer sábado de mayo como cada año, subiendo con ellos hasta Covadonga. Es la vida que se abre en estos muchachos que llena de esperanza el horizonte de una humanidad distinta y diversa. Porque no hubo botellón, ni se arracimaron indignados con pancarta y barricada por encargo, no corrió el humo de la droga porrera o pastillera, ni tampoco el alcohol siempre prematuro que desinhibe la mesura y traiciona la verdad trucando los encantos.
Chicos y chicas acompañados por sacerdotes, catequistas, religiosas, de nuestras diversas parroquias, colegios, movimientos y asociaciones católicas, con su mochila en ristre hasta la casa de María a través del Valle del Auseva. Ante tal espectáculo la gente se preguntaba con razón quiénes eran, a dónde iban, mientras ellos saludaban y ponían su mejor sonrisa no mojigata que testimonia como nada la gracia y la belleza de quienes a sus edades tiernas ya han encontrado a Dios.
Comenzamos con una pregunta en la iglesia de Cangas de Onís. Allí nos recibió una vez más el sacerdote, nuestro querido D. Luís Álvarez, cura de una pieza muy lleno del Señor que ama de veras a la Iglesia. La pregunta era cuál era la prisa de María cuando corrió a la montaña al encuentro de su prima Isabel. Hay prisas que nacen del ansia agobiada, y hay prisas que nacen sencillamente de la urgencia del amor. Así nosotros quisimos subir a la montaña por aquellos preciosos vericuetos, tocados como la Virgen por ese mismo Dios que en ella se encarnó. Y comenzó la marcha.
Tramos de sendero entre bosques con el frescor de sus hojas y ramas que hacían de parasoles en las horas del calor. Subidas y bajadas como la vida misma, llanos en los que tomar respiro, mientras escuchábamos el trino de los pájaros con esa sinfonía que para ellos y nosotros había compuesto Dios. No faltó tampoco el río que nos guiñaba saltarín a la vereda del camino o nos saludaba cuando lo cruzábamos en los puentes de madera o de piedra que se abrían a nuestro paso. Y así llegamos a Covadonga, tras la ascensión que nos hizo compañeros de camino, compartiendo la fatiga, el esfuerzo, la jovial alegría, la conversación improvisada, y la admiración por tanta belleza que ante nosotros se exhibía.
Saludamos a la Santina en la santa Cueva, y tras la comida reparadora y un momento de descanso y de cantos, celebramos juntos la Eucaristía en la Basílica de la Señora, Reina de nuestra montaña que tiene por trono la cuna de España. ¡Qué precioso espectáculo ver esa Iglesia emblemática de Asturias tan llena de jóvenes que celebran su fe, que inundan esa explanada con su mocedad llena de pureza y alegría! Así ha comenzado mayo, mes de las flores, acudiendo gozosos a la casa de nuestra Madre por antonomasia. Pedimos también por nuestras madres siempre jóvenes tengan la edad que tengan, estén donde estén, con el beso de nuestra gratitud y la flor de nuestra plegaria. Un modo cristiano de dar comienzo este mes bendito que nos pone en oración mientras ofrendamos las flores de nuestro cariño a la Madre de Dios.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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