Llegamos al domingo III del Adviento que llamamos ''Gaudete'', una jornada para alegrarnos, regocijarnos, estar alegres... El nombre proviene del antífona de entrada o introito ''Estad siempre alegres en el Señor'' «Gaudete in Domino Semper». Y la alegría nos viene por caer en la cuenta de lo cerca que está ya el Señor de nosotros, lo poco que falta para Navidad y nacer de nuevo en nuestro corazón. Y quizás podría uno pensar: ¡Con todo lo que yo tengo encima como para estar alegre por ser navidad!... Hay muchas personas que viven con angustia estos días, que les gustaría pasar del 23 de diciembre al 7 de enero, pues muchas veces pensamos equivocadamente que para vivir el tiempo de navidad necesitamos tener dinero, salud o que todo vaya como la seda en nuestra vida. ¡Nos equivocamos! Para vivir estas fiestas que se acercan sólo se necesitan dos personas, Él y yo. Y si dejamos que Jesús nazca de verdad en nosotros se curarán nuestras heridas, penas, resentimientos, rencores o nostalgias...
Si nos fijamos en las lecturas de este domingo, aparecen personas desgraciadas, y es que para estos viene el Mesías, no para los que ya lo tienen todo o no necesitan ayuda, sino para los que no tienen nada y los que están necesitados de tantos auxilios. Así nos lo recuerda el profeta Isaías: ''Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los inquietos: «¡Sed fuertes, no temáis. He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará». Cuántas personas viven sin esperanza, en una auténtica peregrinación en una vida de desierto, pues caminan orientando su vida de espaldas al Señor: ¡Esto no nos puede ocurrir a los creyentes! Por eso el adviento nos recuerda que somos buscadores incansables de Dios, que nuestra vida ha de ser un adviento sin término, siempre atentos a reconocer y recibir a Cristo que viene y que ya ha llegado a nosotros.
La alegría ha de reflejarse en nuestra vida: ¿Qué puede ser tan malo como para quitarnos la alegría, si cuando acogemos a Jesucristo en nosotros ya lo tenemos todo? Nuestro gozo es ya una predicación y un signo de que sabemos de quien nos hemos fiado, de que estamos seguros que Él vendrá y alegrándonos el presente y a damos un futuro de esperanza, "como se alegrará la estepa y florecerá'', tal como indica el Profeta. El apóstol Santiago por su parte, nos habla en el fragmento de su carta que debemos esperar ''con paciencia hasta la venida del Señor''. Pero aquí no se nos está hablando de la venida del Niño Jesús, sino de la ''Parusía'', término griego que significa ''llegada'' y que se refiere al fin de los tiempos, a la segunda venida del Señor, al juicio último cuando seremos juzgados; sí, pero también redimidos. Por eso vivimos no huyendo del mañana, sino enfocando el futuro como nos ha dicho esta segunda lectura "al igual que el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía''. Toda buena espera debe de ir acompañada de paciencia, serenidad y fortaleza, sino acabará siendo una espera desesperada. Esperemos por Aquél que merece nuestro tiempo y nuestra espera, y preparémonos para su venida.
Finalmente, el evangelio de este tercer domingo está tomado del capítulo 11 de San Mateo, que nos presenta a San Juan Bautista en prisión y al que le llegan noticias del exterior, y cómo ante la duda envía a sus discípulos para hacer la gran pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» Este es el gran interrogante de hoy: ¿Esperamos realmente al Mesías o nos conformamos con cualquier mesías?... Esperar a Jesús y acogerle implica quererle con todo lo que Él trae, es y supone, pues sí decimos ''yo quiero a Jesús, pero no aceptar el sufrimiento''; ''yo quiero a Jesús, pero con matices''; ''yo quiero formar parte de su Iglesia, pero debería ser otra forma''... No nos engañemos: o sí, o no; no esperemos a alguien a nuestra medida, que no es realmente el que viene, o incluso tenemos ya por Mesías una idea preconcebida y puramente humanizada... El Señor viene a buscar a los perdidos, a dar vista a los ciegos, a que los leprosos queden limpios, a que los sordos oigan y los muertos resuciten, etc. Y también dice algo muy curioso: ''y los pobres son evangelizados''... No dice que los pobres dejarán de serlo o los ricos se conviertan en pobres; no habla de capitalistas y marxistas -''Pauperes evangelizantur”- curiosamente el lema del Cardenal Don Marcelo González Martín. Y es que la misión de la Iglesia no es que desaparezca la pobreza, sino que la fe le de la riqueza ponga luz a su oscuridad y a todas las muchas pobrezas. También nosotros en esta recta final del adviento debemos reflexionar que no salimos a contemplar cualquier cosa, sino a esperar al Príncipe de la Paz, que hoy nos dice "¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!" Esto es lo que tienen los profetas como San Juan Bautista: señalan lo que va mal e indican lo que hay que hacer para transformarlo en bien. También Jesús nos presenta esto de una forma más profunda con el evangelio y que tantas veces nos sonroja, como si nos estuviera describiendo milimétricamente. Preparémonos en estos días que nos quedan hasta la Navidad para que nos encuentre bien dispuestos y, profundamente necesitados de Él, a acogerle como dice el salmista: ''Ven, Señor, a salvarnos''.

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