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"El Señor ha visitado y redimido a su pueblo" (Lc 1, 68)
Esta es la verdad que proclama a María en su canto del Magníficat, oración que brota de sus labios y de su corazón tras el saludo a su prima Santa Isabel. Esto es lo que la Iglesia Católica celebra en este año jubilar en que hace ahora 2025 años Jesucristo, el Verbo encarnado, vino a visitarnos y redimirnos. Y esto fue posible por María, por su sí y por su disposición total a aceptar el plan de Dios para su vida haciéndose imprescindible en la obra de la redención.
I. Hemos sido visitados
En el evangelio que hemos proclamado y que conocemos tan bien, vemos cómo San Lucas nos detalla el saludo entre Nuestra Señora y Santa Isabel. Es un pasaje que los biblistas siempre han vinculado con la escena del antiguo testamento del traslado del arca de la alianza, de la cual se dice en el segundo libro de Samuel (2 Sam 6, 2-16) que “iban danzando delante del arca con gran entusiasmo” (v.5), y es que en ambos casos se pone de manifiesto la alegría, el gozo, la felicidad, al sentirse el hombre tan cerca del Señor; también en María vemos el Arca de la nueva alianza como la llamamos con cariño en las letanías del rosario, pues Ella porta en su seno al nuevo Adán, a Cristo mismo, quien restaurará la unión entre los hombres y Dios rota por el pecado. María llena de Dios mismo no se sienta para que la sirvan, sino que sale de sí misma, se olvida de su comodidad y piensa antes en los demás que en ella misma; sale de su pueblo, de su confort, de su rutina cotidiana para convertirse en portadora de la presencia de Dios mismo cuya gloria irradia a su paso.
Pensemos cada uno cómo el Señor nos ha visitado en tantos gestos sencillos que tocaron nuestro corazón y nuestra alma, en los que supimos ver como María e Isabel los designios del Altísimo en nuestra vida. Detalles únicos a los que supimos responder unas veces, y en las que otras tantas no supimos estar a la altura. Por eso en esta fiesta queremos pedir la gracia de agudizar nuestros sentidos, para saber ponernos también en camino cuando nos toque imitar a María, y saber dejarnos visitar agradecidos cuando nos toque ser Isabel.
Lugones se viste esos días de azul y blanco, nuestros colores, los de nuestra localidad, los de María e Isabel, los del interior de nuestra iglesia, los del Oviedo dirán unos, los de los pitufos dirán otros... Pero lejos de bromas o polémicas (que las fiestas no son para eso) sepamos reconocer lo bueno de cada persona y cada realidad. Todos estamos llamados a contribuir en la edificación de un pueblo que quiere seguir mejorando, de una Parroquia que quiere seguir haciendo camino, de un Lugones que puede presumir de ser tierra acogedora para todo el que nos visita y se quieren quedar entre nosotros.
II. Hagamos visitación
Celebrar la Visitación de María a Isabel en nuestra Parroquia implica adoptar este misterio como espejo para nuestra vida, y más hoy en nuestro mundo egoísta, indiferente, insensible e indolente ante tanto sufrimiento ajeno. Cuánto necesitamos salir de nuestro yo para llevar a Cristo a los demás, para descubrirlo en el otro o dejarnos sorprender cuando pasa a nuestro lado o llama a nuestra puerta... Vivir las actitudes de María e Isabel ha de llevarnos a dejar de ver tanto los fallos de los demás para centrarnos más en los propios; que no nos quiten el sueño sólo nuestros problemas, sino también los del prójimo e ir con prisa a las montañas de la vida que son las realidades de nuestro alrededor y que tantas veces evito y esquivo, pues me complican.
Hacemos canto a la vida en la escena de estas madres que en sus vientres gestantes esperan al Mesías y a su Precursor. La vida es sagrada desde su concepción hasta su último aliento (1); la Iglesia siempre ha defendido y defenderá -y no puede ser de otra forma- esta verdad inmutable. Hoy ante la la también dramática crisis demográfica de nuestra Nación, de nuestra Comunidad Autónoma, de nuestros pueblos... hemos de reconocer la labor callada y constante de la Iglesia, a menudo contra corriente, en tantas Casas Cuna, hogares para madres gestantes o centros para mujeres en peligro de exclusión. La Visitación es un sinónimo de alegría, la que llega a un hogar con una nueva vida que es capaz por sí misma de recapitular y reconciliar lo irreconciliable... El Papa León XIV en su homilía del pasado 31 de mayo afirmaba: ''La alegría de Dios no es ruidosa, pero cambia realmente la historia y nos acerca unos a otros. Es icono de ello el misterio de la Visitación, que la Iglesia contempla. Del encuentro entre la Virgen María y su prima Isabel surge el Magníficat, el canto de un pueblo visitado por la gracia'' (2).
También nosotros podemos llevar vida nueva y esperanza a tantos que viven hoy en tinieblas y en sombras de muerte, llevandoles la luz que es Cristo. El saludo de María que quedó allá en el pasado, lo queremos hacer hoy presente. Esa salutación que estremece a Santa Isabel, hace saltar a Juan de alegría y la lleva a profesar llena del Espíritu Santo a su prima: "¡Bendita tú entre las mujeres!" El Señor cumple su palabra, da cumplimiento real a su promesa. Qué hermoso que Santa Isabel nos descubra su fe al decir: "¿quien soy yo para que me visite la madre de mi Señor?", cuando la que habla es la mujer del mudo por incrédulo Zacarías. La mejor forma de vivir hoy la Visitación es poniéndonos al servicio del Señor, de su palabra, de la eucaristía y de los pobres y los que nos necesitan, sólo así seremos visitados para poder nosotros visitar.
En nuestra plegaria de esta mañana también pedimos la lluvia, no sólo la que necesita nuestra tierra en sequía y el efecto fuego destructor que aún sigue activo, sino la lluvia de las ayudas que necesitan los que lo han perdido todo (no puede ser que alojemos en hoteles a chicos de 20 años que llegan buscando también su sueño y un futuro, y mandemos a un polideportivo a una silla de madera y una colchoneta a un matrimonio de 90 años a los que el fuego ha arrasado su casa, su vida y su historia)... Necesitamos la lluvia de la gracia para tantos necesitados y heridos de alma y cuerpo.
III. En espera de la visita definitiva
Pero también nuestra celebración tiene mirada de esperanza, y es que esta escena concreta de María subiendo a prisa a la montaña, manifiesta que Nuestra Señora es peregrina de la esperanza, como así la contemplamos en este año jubilar. Los cristianos vivimos en esa continua espera, seguros de que vendrá el Señor a visitarnos, a llamarnos por nuestro nombre y a preguntarnos si hemos aprovechado el tiempo que se nos ha dado para llevar paz a donde hay odio, misericordia donde hay heridas, amor donde hay rencor... María e Isabel son el exponente de cómo vivir la vida como una peregrinación de fe, de confianza total y absoluta entrega en la providencia divina. Santa Isabel dice: ''dichosa tú porque has creído'', y ciertamente la fe de Nuestra Señora fue gigante, pues creyó que sería madre sin haber conocido varón, pero la fe de Santa Isabel tampoco fue pequeña, pues aunque sí tenía esposo, ambos eran ya ancianos. La fe puede cambiarlo todo; cómo una mera palabra transformó por completo a Isabel que por unos momentos olvidó que enfrentaba un embarazo de riesgo para su edad, y se puso a celebrar que el Mesías entraba en su hogar por medio de su prima como le alertó su pequeño con sus saltos.
Yo quisiera invitaros hoy a que en esta tarde, es estos días, penséis en esa persona que hace tanto tiempo que no llamo por teléfono, en ese vecino que llevaron a una residencia y no he vuelto a ver, en esa visita que tanto tiempo llevo pospuesta por falta de ganas y que hasta ya me da apuro y bochorno recordar... Estos son los mejores deberes para ponernos cada uno de nosotros como el mejor broche a estas queridas fiestas.
Concluyo con una oración que compuso San Carlos de Foucauld, un místico contemporáneo que vivió la etapa más fructífera de su vida en el desierto del Sahara argelino, retirado a la oración y prestando ayuda a los tuaregs. Fue asesinados por unos forajidos en su cueva de ermita del desierto en 1916 cuando tenía 58 años. Se halló entre sus escritos está esta bella plegaria (3):
María, madre solícita en la Visitación
enséñanos a escuchar la Palabra,
una escucha que nos hace estremecer y, a toda prisa,
hace que nos dirijamos hacia todas las situaciones de pobreza
donde se necesita la presencia de tu Hijo.
Enséñanos a llevar a Jesús
en silencio y con humildad, como tú lo hiciste.
Que nuestras familias se hagan presentes
entre los que no lo conocen
para difundir su Evangelio,
dando testimonio de él, no con palabras, sino con la vida;
no anunciándolo, sino viviéndolo.
Enséñanos a viajar con sencillez
como tú hiciste,
con la mirada puesta siempre en Jesús
presente en tu vientre:
contemplándolo, adorándolo e imitándolo.
María, mujer del Magnificat
enséñanos a ser fieles a nuestra misión:
llevar a Jesús a la gente.
Oh amada Madre, esta es tu propia misión,
la primera que Jesús te confió,
y que te has dignado a compartir con nosotros.
Ayúdanos e intercede por nosotros para que podamos hacer
lo que tu hiciste en la casa de Zacarías,
glorificando a Dios y santificando a las personas en Jesús,
¡por Él y para Él! ¡Amén!
(1) «La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables» (GS 51)
(2) Homilía de León XIV en la Santa Misa con Ordenaciones Basílica de San Pedro. Fiesta de la Visitación de la Virgen María - Sábado, 31 de mayo de 2025
(3) Escrito 2 de julio de 1898, a su prima Isabel, O.E.,73
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