(Sin Tapujos/ Óscar Quezada) El Seibo, RD. Han pasado quinientos años desde que los primeros frailes dominicos alzaron su voz en defensa de los más vulnerables en la isla de La Española. Hoy, en pleno siglo XXI, esa misma voz resuena en la figura del padre Miguel Ángel Gullón, dominico asturiano nacido en Caravia Baja, que desde 2005 vive y ejerce su labor misionera en El Seibo, una de las regiones más empobrecidas de la República Dominicana.
A sus 55 años, recién cumplidos el pasado 23 de junio, Gullón se ha convertido en un símbolo de lucha y esperanza. En una tierra marcada por la desigualdad y el abuso, él representa una resistencia pacífica pero firme frente a las injusticias que siguen golpeando a los trabajadores más olvidados: campesinos, haitianos y sus descendientes, empleados de la industria azucarera que, muchas veces, viven y trabajan en condiciones que recuerdan a la esclavitud.
Con serenidad, pero también con coraje, el padre Miguel Ángel se ha colocado en la primera línea de defensa cuando las chabolas de los trabajadores son arrasadas para ampliar cultivos, cuando los derechos humanos son ignorados, o cuando la violencia se impone como castigo por reclamar lo justo. Su compromiso no ha pasado desapercibido. Ha encabezado huelgas, paros, caminatas de protesta —como la emblemática marcha de los Peregrinos al Palacio Nacional—, y ha sido perseguido por su valentía, incluso con órdenes de alejamiento.
Sin embargo, no es solo su activismo lo que define a este fraile. También lo distingue una profunda espiritualidad, una fe activa que lo impulsa a orar por la salud, el bienestar y la dignidad de todos, sin importar su religión ni procedencia. Cree con firmeza en un Dios que es Amor, y esa convicción lo convierte en un líder cercano, empático, solidario y profundamente humano.
En las calles, en las fincas, en las iglesias, y en cada rincón donde hay dolor o necesidad, Miguel Ángel Gullón está presente. Su rostro, sereno pero decidido, aparece en imágenes que ya forman parte de la memoria colectiva de quienes luchan por un mundo más justo. Es un referente, no porque lo haya buscado, sino porque ha sabido mantenerse firme cuando muchos optan por el silencio.
Desafiante ante la injusticia, pero pacífico en el alma; incansable en la lucha, pero tierno en la oración. Así es el padre Gullón: un dominico del siglo XXI que, sin estridencias, continúa la obra de aquellos frailes que hace quinientos años soñaron con un mundo en el que todos los seres humanos valieran lo mismo.
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