
En la Bíblia el número cien es sinónimo de plenitud, abundancia o gracia de Dios. Esta era la edad de Abrahán al nacer su hijo Isaac. Cien es el número de las ovejas de las que nos habla el Señor en su parábola del Buen Pastor, y ciento por uno es la promesa de eternidad con la que habrá de premiar Jesucristo, el juez justo, a los servidores fieles y solícitos que siguieron con la senda de sus mandatos. Por eso, soplar cien velas y cumplir un siglo tiene ese aspecto de fiesta, meta y bendición. Con motivo del centenario de la Romería y de la Cofradía de Nuestra Señora del Buen Suceso de El Carbayu de Lugones, he redactado esta sencilla reseña resumiendo la larga historia de esta devoción en España, en Asturias y en Lugones, aunque lo haré de forma muy sucinta. Únicamente pretendo hacer un pequeño esbozo primero del origen devocional, vinculado con la familia religiosa de los Mínimos y del campo de la sanidad, y luego del nombre, que le viene por el descubrimiento de una imagen en tierras de Castellón y que le fue presentada al Papa Pablo V y que implanta como devoción querida a la Madre del Buen Suceso en nuestra Tierra.
Bernardino de Obregón y Madrid
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Hay varios lugares en España muy queridos para los devotos de Nuestra Señora del Buen Suceso, por un lado Madrid, donde en primer lugar hay que hablar de la Congregación de los Hermanos Enfermeros Pobres apodados en allí ''los obregones'' por haber sido fundados por el burgalés Bernardino de Obregón. Bernardino, nació en Las Huelgas burgalesas en 1540 en el seno de una familia noble muy religiosa. Quedó huérfano muy niño, por ello su tío que era canónigo de la Catedral de Sigüenza fue su tutor, y a la muerte de éste se convirtió en protegido del entonces obispo de Sigüenza, Monseñor Fernando Niño y Zapata, toledano que ejerció de presidente del Consejo Real de Castilla durante el reinado de Carlos I. A la muerte de su Padrino, decide incorporarse al ejército pasando por tierras de Flandes e Italia. Jugó un papel destacado en la renombrada batalla de San Quintín, por lo que el rey Felipe II le nombró Caballero de la Orden de Santiago. En 1566 tuvo lugar su conversión en la calle Postas de Madrid, donde un pobre barrendero le ensució sin querer a su paso en su uniforme blanco de Caballero, y ante su gran enfado, fue tal el impacto del rostro que le quedó a aquel humilde hombre, que Bernardino decidió dejar la vida noble para dedicarse a los pobres de la ciudad. Empezó su apostolado en el hospital llamado de La Corte, que se encontraba junto a la Puerta del Sol.

Ingresó en la Orden Tercera de San Francisco de Paula, conocidos como los Mínimos, nombre que les dio el fundador invitándoles a ser los últimos con los últimos. La Orden, que siempre ha tenido religiosos y religiosas así como Tercera Orden Seglar, siempre se ha caracterizado por vivir el evangelio en clave de conversión continua desde el servicio a los demás y la ascesis personal, con especial atención al carácter penitencial. Toda persona vincula a la familia espiritual de los Mínimos busca vivir su consagración a Dios en plenitud, imitando a Cristo por el camino de la penitencia evangélica. Este carisma busca desde la humildad ponerse siempre en los últimos puestos dar testimonio, ya en este mundo, de que el reino de Dios ha llegado a nosotros. Esto es lo que quiso vivir Bernardino de Obregón, por eso ingresa en la Orden Tercera de los Mínimos al ser la espiritualidad que mejor encajaba con lo que él sentía que Dios le pedía. En resumen, todo "mínimo" está llamado a "dar frutos dignos de penitencia, bajo los votos de pobreza, castidad, obediencia y vida cuaresmal" (III Regla, c.3). Pronto la fama de Bernardino se extendió por Madrid, dado que trataba a muchísimos enfermos y menesterosos en la ciudad, por lo que empezaron a ayudarle personas que se sentían atraídas por su obra de misericordia. Tal fue el número de discípulos que se le sumaron, que una vez superada la cantidad de cuarenta, dio lugar a una nueva fundación en 1569 y que Bernardino concibió como una nueva rama de los hijos de San Francisco de Paula, poniéndole por nombre "Mínima Congregación de los Hermanos Enfermeros Pobres", la cual fue aprobada y auspiciada por el entonces Nuncio en España, el Cardenal Decio Carafa.

El rey Felipe II también conoció y admiró el apostolado de Bernardino, por lo que en más de una ocasión lo llamó en audiencia para encomendarle sacar adelante obras de caridad para la villa y corte de Madrid. Un primer encargo del monarca fue en 1579 cuando le encomendó la fundación del hospital de Santa Ana de Madrid, que fue levantado en las proximidades de la calle ancha de San Bernardo, esquina con la calle Antonio Grilo, a la vera del monasterio de Santa Ana de monjes cistercienses. En la obra de levantar este centro sanitario intervino el Contador Real Alonso de Peralta; una vez inaugurado el hospital los obregones lo sostuvieron por medio de las limosnas que recogían cual mendigos por las calles de Madrid. En 1587 el monarca reinante, Felipe II, decide concentrar todos los enfermos de la ciudad en un único centro más apropiado, y encarga este proyecto a Bernardino de Obregón quién comienza concentrando a todos los enfermos varones de la ciudad en las llamadas Casas de Santa Catalina que eran las dependencias del desaparecido convento de dominicas, fundado en 1510 por Doña Catalina Téllez, camarera de la reina Isabel la Católica, junto a la Puerta del Valdanú y frente a la Casa del Tesoro (zona de la actual plaza de Isabel II). El convento quedó abandonado en 1574 cuando las religiosas se trasladaron a un edificio mayor en la plaza de los Mostenses. La falta de espacio obligará a nuevas mudanzas, así en 1587 se inaugura el Hospital General en la Carrera de San Jerónimo, y en 1596 se traslada junto a la Puerta de Atocha, pasando a denominarse en nuevo edificio Hospital de "la Anunciación de Nuestra Señora".

Bernardino de Obregón no limitó su trabajo a Madrid, sino que por mandato real recorrió gran parte de España y Portugal fundando nuevos hospitales, así como reorganizando o mejorando otros ya existentes. El 8 de septiembre de 1596 fija ya su domicilio en el hospital de la Anunciación de Madrid, donde terminará sus días. Falleció en este lugar atendiendo enfermos de peste el 6 de agosto de 1599, siendo enterrado en la capilla del hospital. Al ser demolido este edificio en 1796 sus restos fueron trasladados a la capilla del Hospital General y de la Pasión (hoy Museo Nacional Reina Sofía) construido en el mismo solar. Aquí permanecieron hasta el año 1999 cuando siendo arzobispo de Madrid el Cardenal Antonio María Rouco Varela, se llevaron a cabo las pertinentes gestiones para recuperar sus restos. El 21 de octubre de dicho año tuvo lugar el solemne traslado de los mismos a la capilla del cementerio sacramental de Madrid. Su fama de santidad hizo que pronto muchos madrileños tras su muerte le denominaran el Venerable Bernardino. Obregón escribió un libro de gran utilidad para su tiempo: ''Instrucción de enfermos y consuelo a los afligidos enfermeros. Y verdadera práctica de cómo se han de aplicar los remedios que se enseñan a los médicos'', el cual lo había pensado para el uso privado dentro del hospital, pero el cual, tras su muerte, fue publicado en Madrid ten 1607.
Juan de Fontanet y Guillermo Martínez Rigola, descubrimiento en Traiguera camino de Roma

Ahora que ya hemos conocido la historia de Bernardino de Obregón y su fundación de la Mínima Congregación de los Hermanos Enfermeros Pobres, toca pasar al siguiente momento de nuestra historia, que es la peregrinación de dos miembros de esta Congregación, dos enfermeros obregones que trabajaban en el hospital de Madrid y que en 1606, siete años después de la muerte del Fundador, deciden ir a Roma peregrinando a ver al Papa Pablo V para hablarle de su Congregación y solicitarle autorización para vestir un nuevo hábito. Cuando iban de camino, atravesando tierras de Castellón por la sierra de Traiguera, cerca de esta localidad y por aquellas fechas jurisdicción del obispo de Tortosa, les sorprendió una fuerte tormenta, por lo que decidieron buscar cobijo bajo unas peñas que vieron cercanas, y es aquí donde encontraron una pequeña imagen de la Santísima Virgen María que decidieron llevarse con ellos. José Muñoz Maldonado, conde de Fabraquer, recoge el relato en su obra ''Historia, tradiciones y leyendas de las imágenes de la Virgen aparecidas en España'' que, aunque algo extenso, me parece digno de ser reseñado aquí por la riqueza de detalles y el bello modo de relatarlo:

Quedaron sus hijos sin padre, y el hermano Gabriel de Fontanet, que le había sucedido en el gobierno de la congregación, acompañado del hermano Guillermo Rigosa determinó ir a Roma a fin de alcanzar para su instituto, cuya eficacia se había probado ya en el servicio de los pobres enfermos en el transcurso de tantos años, la sanción de la silla apostólica, ocupada entonces por el pontífice Paulo V.
Caminaban a pie; llegaron a Valencia, en cuyo hospital había también hermanos de su congregación, muy favorecidos por el venerable y santo Patriarca D. Juan de Rivera, arzobispo de aquella diócesis.
Continuaron su viaje, y al llegar a los confines de Cataluña, al salir de Traiguera, pueblo de la jurisdicción de Tortosa, perdieron el camino y una horrible tempestad los sorprendió durante la noche. Caía el agua a torrentes, soplaban desencadenados los vientos, resonaban pavorosos truenos, y los dos piadosos peregrinos iban a perecer víctimas del furor de los elemen — 517 —tos, cuando encomendándose fervorosamente a Dios descubrieron en medio de la profunda oscuridad a la luz de los relámpagos unas peñas y corrieron a refugiarse en ellas.
Hallaron bastante hueco para su abrigo, pero considerando la disposición de las peñas vieron en lo alto un resplandor que al pronto creyeron ser el reflejo de los continuados relámpagos. Llamóles la atención aquella novedad, viendo permanente la claridad aun después de pasada la tormenta.
Difícil y penosa era la subida a lo alto de la peña, pero descalzándose y ayudándose el uno al otro, lograron trepar a su cima, y en un hueco de la peña encontraron un humilladero o pequeña capilla labrada con toda perfección, y como engastada en el peñasco una imagen de la Virgen como de una media vara.
Atónitos quedaron los dos hermanos obregones a quienes podían aplicarse las palabras del profeta Isaías (cap. 65). "Me encontraron los que no me buscaban". Invenerunt qui non quaesierunt me.
Adoraron humildemente aquella imagen, la contemplaron detenidamente después y vieron que era de madera de ciprés, que tenía su divino Hijo en brazos al lado izquierdo, un cetro en la mano derecha y una corona hermosa en la cabeza y de extraña forma, un vestido muy —518 — antiguo y otro reservado a su lado de la misma tela y hechura y una lámpara encendida que estaba acomodada en el peñasco y cuya luz bastaba a alumbrar las más oscuras tinieblas.
Determinaron llevarse la santa imagen con el otro vestido quien junto a sí tenía y que aún hoy se conserva piadosamente, y ponerla por medianera de la pretensión que los llevaba a Roma.
En la duda de si aquella santa imagen podía pertenecer a alguno de los pueblos inmediatos que la hubieran colocado allí en aquel humilladero para su veneración y no queriendo robarles el objeto de su culto, se detuvieron algunos días por los pueblos de aquellos alrededores investigando cautelosamente sobre la existencia de una imagen de la Virgen, preguntando a los más ancianos, empero callando siempre su feliz hallazgo.
Tranquilizada su conciencia, creyeron con fundamento que aquella imagen que tan milagrosamente habían encontrado era una de las muchas que el celo piadoso de los cristianos había ocultado en los tristes días de la dominación de los árabes en las entrañas de la tierra, en la espesura de los bosques y en las más ocultas cuevas de los montes.
Comprobaba esta creencia el vestido que junto a la imagen habían encontrado, porque —519- ocultaban también con las imágenes sus ornamentos, y así dice el fénix de los ingenios, el gran Lope de Vega:
Las imágenes encierran,
Y en las campañas las cierran
Con los ornamentos sacros,
Mientras de sus simulacros
Con lágrimas se destierran.
Hicieron los dos hermanos una cesta de mimbres, forrándola con bocací: colocaron en ella la santa imagen y colgándola a la espalda la llevaron alternativamente sin separarse un momento de ella, llegando así a Roma, término de su peregrinación.
Se presentaron a besar el pie del papa Paulo V, el que viéndoles con la cesta que llevaban y que no dejaban jamás de la mano, les preguntó con curiosidad qué era lo que en ella llevaban. Contaron al Papa el milagroso hallazgo que habían tenido de aquella santa imagen, la que habían traído consigo porque de ella fiaban el buen suceso de sus pretensiones, que humildemente le expusieron.
Sacaron la santa imagen de la cesta, y Paulo V admirando su belleza la veneró y quitándose del cuello una cruz de oro de esmalte morado se la puso a la imagen, recomendando —520 —les es la tuviesen por particular patrona de su instituto y congregación, dando a esta Virgen el nombre de Nuestra Señora del Buen Suceso por el feliz que habían tenido sus pretensiones.
Concedió a la imagen muchas indulgencias, y en memoria de la cruz de esmalte dorado que había colocado sobre ella autorizo a los hermanos de la congregación que acababa de aprobar, para (pie usasen una Cruz de paño morado sobre su túnica negra.
Gozosos y alegres dieron la vuelta a España los hermanos Fontanet y Rigosa, dirigiéndose otra vez a Valencia, no tanto para volver a visitar, como lo hicieron, el sitio en que en una noche de horrenda tempestad habían encontrado la milagrosa imagen que tan buen suceso había proporcionado a sus pretensiones con el Pontífice, como porque este había cometido por sus bulas al arzobispo y patriarca D. Juan de Rivera, el arreglo de su congregación, erigida ya en orden religiosa.
Afligía la peste con todos sus estragos a la ciudad de Valencia: cuando llegaron los hermanos, encontraron un vasto campo donde ejercitar su celo y ardiente caridad en una ciudad donde como en los días de la maldición del Egipto el ángel exterminador iba marcando con el signo de la muerte la mayor parte de las casas de sus consternados habitantes. De trece — 522 — hermanos mínimos u obregones que servían a los enfermos, nueve habían sucumbido contagiados en el servicio de los pobres enfermos.
El Patriarca arzobispo D. Juan Rivera iba dilatando cuanto podía el hacer efectiva la bula del Papa y poner a los dos hermanos Fontanet y Rigosa la cruz morada que les había concedido Paulo V, porque quería de este modo detenerlos más tiempo cerca de sí, y deseaba que accediendo a sus instancias se fijasen en Valencia para que residiese en ella el centro y la cabeza de la nueva orden hospitalaria.
El hermano Gabriel de Fontanet no lo creyó conveniente a la congregación y se vino con su compañero a Madrid, y colocaron en un altar su imagen de la Virgen del Buen Suceso en una de las salas del hospital general, y estrenaron sus hábitos y cruz morada el día del Corpus del año de 1610.
Las palabras del Papa Pablo VI: "Hermanos, buen suceso habéis tenido en vuestro viaje. Téngalo también vuestra pretensión", fueron al mismo tiempo afirmación y respuesta a su consulta sobre el hábito y origen del nombre de esta advocación. El Papa se arrodilló ante la imagen y fue en ese momento cuando se despojó de su pectoral, el cual regaló a Nuestra Señora. Después abrazó y besó la venerada imagen y comentó: ''¡Mirad, hermanos!¡Ella ríe!¿Por qué está sonriendo así? ¡Que éxito ha tenido en este viaje!. No hay duda que Nuestra Señora se ha dignado protegeros y apoyaros en vuestro trabajo. Por tanto, no seré yo quien vaya contra Ella. ¡Que todos vuestros esfuerzos tengan éxitos!''.
La devoción a Nuestra Señora del Buen Suceso en Asturias

Decía un religioso madrileño que la devoción a Nuestra Señora del Buen Suceso, advocación eminentemente española y hoy extendida por muchos lugares del orbe está especialmente vinculada a la climatología, a la sanidad y a las necesidades físicas y espirituales. Así es, primero por la propagación de su devoción por parte de los religiosos Mínimos y más concretamente de los Obregones, cuando se empezó a extender principalmente en capillas de centros hospitalarios. Luego también en ciudades, villas y aldeas que empezaron a rendir culto a la Santísima Virgen María, especialmente por la promoción que le dio el Hermano Gabriel de Fontanet y después por las gracias, favores y milagros que Nuestra Señora del Buen Suceso empezó a obrar tanto en tierra como en el mar. Así su culto lo encontramos al igual en lugares de interior como en pueblos costeros. Por poner algunos ejemplos cercanos tenemos que la villa de Gijón que tiene una calle dedicada a la Virgen del Buen Suceso. En Lastres, donde la Virgen del Buen Suceso recibe culto desde el siglo XVI en pleno barrio ballenero, donde se encuentra su capilla. La Santina del Buen Suceso de Lastres es la patrona de la cofradía de pescadores del lugar, e incluso anexo a la ermita, estaba la casa de la campanera encargada de repicar a diario para invitar a los llastrinos a la oración por las ánimas, el ángelus, así como avisar de las malas noticias que llegaban al puerto como naufragios o desapariciones.

También en Candás tuvo culto Nuestra Señora del Buen Suceso, cuya capilla con los avatares de las historia cambió en varias ocasiones de lugar. Tras la guerra civil se conservó ya únicamente su nombre aunque sin imagen, esta capilla desapareció hace varias décadas, aunque los candasinos ya no la conocían desde principios del siglo XX con este nombre, sino como ''capilla de doce''. Era el lugar donde la Virgen del Rosario pasaba la noche del sábado santo enlutada, en espera de la mañana de resurrección. También están vinculados de algún modo Candás y Lugones en esta bella historia de la devoción a la Virgen del Buen Suceso: Parece que la primitiva capilla del Buen Suceso del Carbayu podría ser de finales del siglo XVII. Por desgracia, fue totalmente destruida; a buen seguro dinamitada con pólvora como hicieran con el templo parroquial de San Félix de Lugones del siglo XII, y otros templos cercanos, debido a las provisiones de explosivos que fueron tomados de la fábrica aquí ubicada. La guerra nos ha privado de muchos edificios, obras de arte o documentos de nuestra historia... Sería hermoso que hubiera llegado hasta nosotros la capilla original con su talla primitiva y su retablo, los documentos que relataban la fundación de este templo, su leyenda o motivación. No conservamos fotos ni ninguna persona mayor del lugar recuerda el sitio exacto donde podría estar antaño la capilla de la Virgen, pero por suerte, sí sabemos más o menos cómo era la imagen de la Virgen, y todo gracias a que el estandarte de la Cofradía sólo se llevaba a la capilla para la fiesta, y el resto del año lo guardaba a buen recaudo en casa de Antón el Pegu.
En Asturias hay una única parroquia de las 932 que tiene la Diócesis dedicada a Nuestra Señora del Buen Suceso; se trata de la feligresía de Bobia en el concejo de Onís, datada en el siglo XVIII y que celebra su fiesta patronal al igual que en El Carbayu de Lugones los primeros días de Agosto. En este lugar también se abrió una mina de carbón en 1916 a la que se le puso el nombre Buen Suceso, propiedad del gijonés Ángel González Posada. Después encontramos diez capillas en Asturias dedicadas a la Madre de Dios del Buen Suceso, curiosamente tantas como templos parroquiales hay dedicados a San Félix. Algunas son privadas vinculadas a casonas, palacios o familias nobles como son por ejemplo la del Palacio de Gobiendes (Colunga), Palacio de Santa Cruz de Mohías (Coaña), Casona de les Portielles de Collado en Candanal (Villaviciosa) o la de la Casa del Estudiante en la aldea de Cabañas del concejo de Tineo, en nuestra parroquia hermana de San Félix de Mirallo. Luego encontramos capillas de tipo popular como la de Villar de Triongo (Cangas de Onís), la cual ya aparece citada por Pascual Madoz en su diccionario de mediados del siglo XIX. En el occidente asturiano encontramos nada menos que cinco capillas del Buen Suceso. Muy hermosa la de Llaneces de Santa Coloma (Allande), construcción barroca del siglo XVIII, época de la que también es la talla de la Virgen y su retablo. Aquí la fiesta tiene lugar el primer domingo de septiembre. Pasamos al concejo de Villayón, en concreto al pueblo de Valdedo en la parroquia de Ponticiella, donde Nuestra Señora del Buen Suceso es conocida como “a Santía”. Aquí la fiesta de la Virgen tiene lugar a primeros de junio. Y luego está el que podemos decir que ha sido históricamente el pueblo más devoto de Asturias a la Virgen del Buen Suceso, me refiero a la parroquia de Santa María de Herías en Illano, que cuenta en su territorio con dos capillas dedicadas a Nuestra Señora del Buen Suceso. La primera la encontramos en la aldea y paraje de Estela, algunos defienden que esta ermita era originalmente un templo románico tardío. Capilla muy hermosa, típica del estilo arquitectónico tradicional asturiano; conserva en su interior un valioso retablo. Aquí su devoción está asociada a favores que la Virgen a concedido, en especial con relación a su cuidado ante catástrofes naturales. Su fiesta en el lugar es el 8 de septiembre. La otra capilla se encuentra en la aldea de Tamagordas y data del siglo XVII. Construcción barroca, de cuya época es el retablo y la talla de Nuestra Señora. Aquí la fiesta tiene lugar a finales del mes de agosto. Hay que resaltar que tanto las capillas de Lastres como la de El Carbayu de Lugones siempre han tenido una estrecha vinculación con su Cofradía, una más de tipo marinero y otra más de ámbito rural, pero con una devoción mariana muy clara. En Lugones la fiesta de Nuestra Señora siempre ha sido el primer domingo de agosto, vinculada a la fiesta patronal de San Félix, mientras que en Lastres su día grande es el 8 de septiembre.

El lugar que hoy ocupa la capilla de Nuestra Señora del Buen Suceso del Carbayu era en verdad el lugar de la capilla privada de la Familia Estrada Nora, familia vinculada históricamente a Lugones, así como se refiere a Sarandeses y como también a Candás. Tras la guerra civil, la familia donó su capilla de San Antonio, que había sido menos dañada que la del Buen Suceso, para que fuera rehabilitada y así recuperar lo más pronto posible la Novena, la fiesta y su Romería. Parece que en aquella gestión intervinieron no sólo la familia Estrada Nora y la familia de los Pegos, sino también el párroco Don Leandro Vigil Miyar, la familia Rivas y el canónigo magistral de la Catedral de Oviedo que muchos años predicó el día de la fiesta, Don Eliseo Gallo Llamas, sacerdote que estuvo destinado en Lugones antes de obtener por oposición su plaza en el Cabildo-Catedral. Los años de ancianidad y enfermedad de Don Leandro acudía con mucha frecuencia a Lugones para ayudar a su buen amigo. Otro vínculo con Candás es el ya citado José Rivas, quien veraneaba todos los años en Candás. Hace unos ya unos cuantos, ante una disputa en prensa entre diferentes autores sobre si la obra de Armando Palacio Valdés estaba ambientada más en Candás o más en Cudillero, me comentaba el párroco candasín Don José Manuel García Rodríguez el detalle de que en esa novela el pueblo marinero llamado "Rodillero" tiene una capilla dedicada a la Virgen del Buen Suceso, cosa que Candás siempre tuvo, y Cudillero no. Hablando de la desaparición de esta capilla -que fue un gran debate en la villa candasina- al que le tocó vivir sus primeros tiempos de párroco en Carreño, me explicaba que se pusieron sobre la mesa varias posibilidades, y una fue la oferta de la familia Rivas (tan vinculados a la fundación de la Cofradía del Buen Suceso del Carbayu) la cual estaba dispuesta a costear una nueva "capilla de doce" en su terreno para que pasara allí la Virgen la noche de sábado santo. Sin embargo, ''los candasinos de pura cepa'' impusieron su criterio para que la Virgen bajara al puerto y se velara en la sede de la cofradía de pescadores, considerando que no se podía permitir que gente que no es del pueblo les dijeran a ellos cómo había que hacer las cosas. Sin duda fue un gran error, pues cualquier día la cofradía de pescadores candasina podría decir que no quieren saber nada con la Iglesia, y nuevamente la Virgen del Rosario tendrá que buscar posada el sábado santo. El orgullo caciquil candasín privó a la Villa de poder contar hoy con una nueva "capilla de doce" del Buen Suceso. En 1845 ya, escribía Pascual Madoz sobre Candás: ''También existen tres ermitas; la de Nuestra Señora del Buen Suceso, arruinada en el medio del pueblo; la de San Roque en la salida para Gijón, y la de San Antonio sobre el monte de este nombre llamado también la Atalaya''.

Poco podemos analizar de la iconografía de la Virgen del Buen Suceso debido a la ya citada pérdida y destrucción del patrimonio religioso en los años treinta del siglo pasado; sin embargo, la zona del occidente asturiano donde la guerra apenas afectó en este sentido, nos permite encontrar las representaciones más antiguas en nuestra Diócesis a la madre del Buen Suceso. Merece especial mención la imagen del Buen Suceso que se venera en la aldea de Barcia de Santa Eulalia de Oscos, en su capilla de San Antonio; una talla datada en el siglo XI que los fieles denominan la Virgen del Buen Suceso. Otro lugar con gran devoción a Nuestra Señora del Buen Suceso es la parroquia de Las Agüeras en Quirós, donde la celebran el primer domingo de septiembre. Una característica que siempre ha sido muy propia de las imágenes de Nuestra Señora del Buen Suceso a partir del siglo XVII es su rostro con una leve o notable sonrisa, como recuerdan a aquellas palabras del Papa Pablo V ''¡Mirad, hermanos!¡Ella ríe!¿Por qué está sonriendo así?''. Pero cuando verdaderamente sentimos que la Santísima Virgen sonríe ó, mejor dicho, nos sonríe, es cuando acudiendo con nuestras penas somos consolados, presentándonos con nuestras dudas somos aconsejados, y yendo con nuestros ruegos somos escuchados. Ambrosio de Morales afirmó: ''Cuánto quiere Dios que hagamos todo lo que a nosotros es posible en todas las cosas, aunque suplicándole por ellas, esperamos de Él Buen Suceso''.
A buen seguro, por mediación de su Madre nos lo concederá: ¡Feliz Centenario de la Romería y la Cofradía!
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