SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE:
MÁRTIR DEL AMOR EN EL ABISMO DEL DOLOR
La Iglesia recuerda hoy al sacerdote polaco asesinado hace 80 años, el 14 de agosto de 1941, en Auschwitz. Su vida, inspirada en la Inm
aculada Concepción y marcada por la vocación franciscana, ilumina la oscuridad del odio. Margherita Perchinelli, presidenta nacional de la Milicia de la Inmaculada: es una luz que sigue brillando aún hoy
Amedeo Lomonaco - Ciudad del Vaticano
"Nadie tiene mayor amor que éste: dar la vida por los amigos". Estas palabras, tomadas del Evangelio de Juan, se han plasmado a lo largo de los siglos en los testimonios de multitud de hombres y mujeres, incluidos santos y mártires. San Maximiliano Kolbe, fundador de la Milicia de la Inmaculada en 1917 y misionero en Japón en los años 30, los vivió, dejando una huella indeleble capaz de vencer a Dios y a las tinieblas del mal con la luz del Evangelio. En 1941, fue deportado al campo de exterminio nazi de Auschwitz, despojado de su hábito franciscano y enviado a los trabajos más humillantes, como el transporte de cadáveres al crematorio. Para sus carceleros es el número 16670.
Una vida entregada
San Maximiliano, definido por Pablo VI como un "mártir del amor", ofreció su vida a cambio de un padre de familia, Franciszek Gajowniczek, que más tarde recordaría aquellos dramáticos momentos con estas palabras: "Kolbe se salió de la fila, arriesgándose a morir al instante, para pedir al Lagerfhurer que me sustituyera. Era impensable que la propuesta fuera aceptada, de hecho era mucho más probable que el sacerdote se sumara a los diez seleccionados para morir juntos de hambre y sed. ¡Pero no! En contra del reglamento, Kolbe me salvó la vida". El sacerdote polaco está encerrado, junto con otros prisioneros, en el "búnker del hambre".
Muerte por amor
En esa celda, donde los condenados se quedaban sin comer hasta la muerte, San Maximiliano pasó dos semanas en medio de un sufrimiento indescriptible, calmado sólo por la oración. El 14 de agosto de ese año, su muerte fue precedida por una inyección de ácido carbólico. Antes de morir, al ofrecer su brazo a un guardia del campo de exterminio, pronunció dos palabras: "Ave María", el último sello de una vida confiada a la Inmaculada. "La muerte sufrida por amor, en lugar del hermano -dijo san Juan Pablo II el 10 de octubre de 1982, durante la misa de canonización- es un acto heroico del hombre, por el que, junto con el nuevo santo, glorificamos a Dios. De él procede la gracia de tal heroísmo, de tal martirio.
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