domingo, 24 de agosto de 2025

“Esforzaros de entrar por la puerta estrecha”. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


En este domingo XXI del Tiempo Ordinario la Palabra de Dios nos lleva a poner la mirada sobre dos cuestiones en las que reflexionar, que además van unidas, entrelazadas y son inseparables. Por un lado el llamado proyecto de Jesús que se nos expone en su predicación frente a la misión salvífica a la que somos llamados. Ante situaciones de catástrofes como las que vive nuestro país con los incendios, y las guerras que no cesan en nuestro mundo, los problemas que se nos multiplican... Nos vienen las preguntas de los escépticos, y no tanto: ¿es el amor de Dios para unos pocos o para todos? ¿Hay realmente en el corazón de Dios voluntad por nuestro bien? ¿Cuánto vamos a esperar hasta la segunda venida de Cristo?... Hemos de responder en voz alta que se nos ha revelado el Padre por el Hijo bajo la acción del Espíritu Santo, y así afirmamos que nuestro Dios es misericordia, perdón, amor. Que Dios quiere que el hombre se salve y llegue al conocimiento de la verdad, y que sólo Él sabe el día y la hora en que llevará a plenitud su proyecto cuando seamos juzgados en amor.

En la primera lectura de hoy encontramos un texto tan profundo como esperanzador; se trata de un pasaje que corresponde al final del cautiverio del pueblo hebreo en Babilonia. He aquí que las palabras del profeta Isaías parecen la promesa del Señor que anuncia a Israel que se terminarán los tiempos de la tristeza, la dispersión y la humillación pues "Yo, conociendo sus obras y sus pensamientos, vendré para reunir las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria". 

La división nunca es camino, mientras que la unión, la acogida y la mano extendida sí. A esto somos también llamados nosotros, a la universalidad; es decir, a abrirnos a todos los pueblos en el sentido católico. El pueblo israelí estaba tan preocupado de mantener su autenticidad, su pureza y su esencia que ello mismo les llevó al fracaso. A veces nos ocurre algo parecido, creemos en un Dios familiar, local, le ponemos raza, lengua y color de piel olvidándonos que nadie tiene la exclusividad en el proyecto de salvación, sino que este es únicamente de Dios y universal. Estamos ante un reclamo misionero que empieza por superar las fronteras de nuestro propio corazón y de nuestra mente. El salmo responde a esta cuestión con el mandato del Señor: "Id al mundo entero, y proclamad el evangelio".

La segunda lectura por su parte nos da otro aldabonazo de esperanza ante algo que cada vez nos cuesta más, y es que a todos se nos da muy bien corregir al prójimo, pero cada vez llevamos peor que los demás nos corrijan propiamente. Es lo que trata de explicar San Pablo a aquella comunidad primitiva de "ex judíos" que vivían las tensiones de haber pasado de una religión tan marcada por la ley, a otra más marcada por la caridad. El Apóstol como buen conocedor del mundo hebreo les invita a acoger con paciencia las correcciones, dado que redundarán en su crecimiento espiritual. Ante ello San Pablo tiene claro que no tienen derecho a quejarse, pues si vivieron la dureza de la ley judía no pueden ahora hundirse por ninguna corrección fraterna.

Finamente, el evangelio nos presenta ese reclamo del Señor tan curioso donde nos pide “esforzaros de entrar por la puerta estrecha”. Y es que Él quiere nuestra salvación, pero no nos obliga a ir al cielo y a estar a su lado, pero sí que espera que nosotros desde nuestra libertad tomemos ese camino. También Jesús tuvo que pasar por esa estrechez que es la renuncia de lo que a uno le apetece para anteponer lo que uno debe hacer. Así Cristo no dio marcha atrás, sino que subió a Jerusalén, consciente de que se encaminaba a su patíbulo. Pero, ¿a qué se refiere la puerta estrecha? Pues sencillamente a menguar nuestro ego para que tenga más sitio Él en nuestro interior, a vivir con radicalidad el evangelio que es la única fórmula para entrar en el corazón del Señor a través de su costado abierto en la cruz. Así cuando muere mi orgullo, crece mi humildad; cuando se hace más pequeño mi odio hacia una persona, más grande es mi amor; cuando dejó de criticar y ver siempre lo malo para empezar a valorar y buscar siempre lo bueno, me estoy encaminando y esforzando por entrar por la puerta estrecha. A menudo nos quejamos de que el mundo, la Iglesia, mi diócesis, mi parroquia, mi congregación, mi cofradía está muy mal. Pero, ¿qué haces tú por cambiarla distinto de criticar, buscar defectos o promover el mal ambiente?... Cada uno de nosotros con nuestra forma de vivir y nuestro seguimiento del Señor cooperamos y somos causa del buen o mal camino de nuestra familia en la fe. El Señor nos ha regalado la ésta, compartamos este tesoro y no lo estropeemos con nuestro mal testimonio, con malas acciones o palabras. Jesús hace suyo el anuncio de Isaías: "Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios". Ojalá seamos también nosotros reconocidos de Dios e invitados a su mesa.

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