viernes, 1 de noviembre de 2024

Los Santos intercedan por nuestros difuntos, y nuestros difuntos nos estimulen a ser santos. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Iniciamos el mes de noviembre con la celebración de Todos los Santos, y el día 2 con la de los Fieles Difuntos que es una jornada para la memoria agradecida. Es hermoso ver cómo aún se mantiene esta tradición en nuestra sociedad tan secularizada de cuidar en estas fechas el recuerdo que de generación en generación hemos aprendido desde niños de visitar el cementerio, limpiar las sepulturas y adornarlas con flores y velas pero, sobre todo, elevar una oración por nuestros seres queridos que duermen ya el sueño de la paz. En Lugones, cuántas personas peregrinan en este otoño al cementerio de Santa Bárbara del Cantaranas; muchos a pie y con no pocos años encima y achaques, llegan al camposanto con bolsas de flores y productos de limpieza...

Hay quienes dicen que el cementerio de Lugones es feo, o que está muy "empozado"; es cierto que no hay panteones de lujo, ni obras de arte funerario ni vistas al mar, pero tiene la belleza de ser de algún modo el relicario de la Parroquia donde están los santos anónimos y los fieles difuntos que compartieron nuestra misma fe y ahora esperan que Jesucristo los llame por su nombre para incorporarlos a su Pascua definitiva. Cuando nos acercamos al Cantarranas nos recibe cual antesala ese caminín de castaños que en estos días disfraza el asfalto con el follaje otoñal, que nos recuerda el otoño de tantos que se han ido, y que igualmente actualiza los sentidos a todos los que estas fueyas pisamos, que  algún día habremos de caer del árbol de la vida para volver a la tierra de la que fuimos sacados. Así lo cantó Espronceda: 

''Hojas del árbol caídas
juguetes del viento son:
las ilusiones perdidas
son hojas ¡ay! desprendidas
del árbol del corazón.
¡El corazón sin amor!
Triste páramo cubierto
con la lava del dolor,
oscuro inmenso desierto
donde no nace una flor''

Son fechas en que se activan los recuerdos y la nostalgia, pero también especialmente la esperanza. El primero de Noviembre es un día para la alegría del corazón al celebrar en una sola jornada a todos los Santos, no sólo los que están en el santoral, sino especialísimamente a los que se escapan de nuestros cálculos y a los que Dios ya ha canonizado. Así, a este primer día del mes tenemos que darle un toque de fiesta: en muchas casas hay postre especial como los huesos de santo, y es que hasta en los pequeños detalles se manifiesta que los católicos festejamos a la Iglesia triunfante, a los amigos más queridos de Dios, a los que nos dan nombre, patronazgo, protección e interceden por nosotros ante el trono del Altísimo. Es verdad que aprovechando que este día primero de mes no laborable, nos adelantamos a venir al cementerio y tener aquí la eucaristía y el responso un día antes, dado que así se facilita que muchas personas puedan acudir y que el día 2 les sería imposible, por eso mi reflexión quiere girar en esta relación tan imbricada de los Santos y los Difuntos.

Celebramos a los Santos pidiéndoles de forma especial por nuestros difuntos; muchas familias colocan en la sepultura la imagen, el relieve o el grabado del santo de su devoción, la patrona del pueblo o el santo que daba nombre al ser ser querido. Y eso es un gran acierto, pues los Santos pueden ayudarnos mucho desde la posición en que ahora se encuentran. Por ejemplo, Santa Teresita del Niño Jesús dijo: ''Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra'', y San Pío de Pietrelcina advirtió: ''Daré más guerra muerto que vivo, y a todos los que vengan a pedir nada les faltará''. Los Santos nos ayudan, pero no van por libre, ellos nos unen más a Cristo y sus caminos siempre nos conducen a Él ''como del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (LG 50). Pidamos pues a los Santos que intercedan por nuestros difuntos, especialmente por aquellos más necesitados de la Divina Misericordia del Señor.

¿Y qué podemos decir de los difuntos? Pues que nos vemos ante un enigma; deseamos que los nuestros hallan llegado ya al cielo esperado, pero no sabemos si ya estarán en la gloria o en el purgatorio, ese gran túnel de lavado donde se purifican las manchas que en el camino de la vida hemos ocasionado a la vestidura blanca de nuestro bautismo. En España siempre ha habido una gran sensibilidad hacia esta realidad de las Benditas Animas del Purgatorio, tradición donde hacemos nuestro lo que ya Judas Macabeo afirmó en el siglo II antes de Cristo, que orar por los difuntos es ''una idea piadosa y santa'' (2 Mc 12,46). Cuando estuve como sacerdote en el suroccidente asturiano, compañeros sacerdotes me contaron muchas anécdotas de una mujer muy curiosa que vivió en un pueblecito de la parroquia de A Ronda, en Boal. Yo no conozco la zona ni conocí a esa mujer que murió en 1995 cuando yo aún era seminarista, pero era muy famosa en todo el occidente asturiano, y la gente acudía a ella sobre todo a preguntarle por los difuntos. La llamaban "bruja", pero aquella anciana no hacía brujería sino que decían que hablaba con los muertos; en todo caso era una nigromante. ¿Sabéis que solución daba siempre aquella mujer?: Misas; encargad misas. Tantas como hicieran falta por sus acciones al alma y necesidad de la persona fallecida. Había sacerdotes que no quería celebrar esas misas, pues al saber que estaba detrás la llamada "bruxa de Brañavara" les molestaba pero, en realidad, aquella mujerina era honrada, no sacaba la bola de cristal para hacer falsas adivinanzas, ni les decían a los que acudían a hacerle consultas que ella iba a sacar a sus difuntos del purgatorio, sino que derivaba a la gente a los sacerdotes... 

En la catequesis aprendemos que una obra de misericordia es "enterrar a los muertos", y esto no sólo implica que si encontramos un cadáver tenemos la obligación moral de avisar a las autoridades pertinentes para que ese difunto sea tratado con dignidad, dado que ese cuerpo fue templo del Espíritu Santo, también en su vertiente espiritual la obra de misericordia implica orar por los fallecidos, y de forma especial por aquellos que ya no tienen quien les recuerde ni ore por ellos. La Iglesia nos enseña también que que esto forma parte de nuestra vida de fe, no sólo la Comunión de los Santos, sino igualmente la comunión con los difuntos, pues ''nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor'' (CIC nº 958). Si nuestros difuntos pudieran hablarnos, ¿Qué nos pedirían para ellos, y qué nos pedirían a nosotros? A buen seguro para ellos nos rogarían oraciones, y esto no quiere ser una campaña de marketing clerical; en Asturias hay más de 900 parroquias donde poder encargar misas por los difuntos; hay personas que las encargan en Covadonga, en la Catedral, en el Santuario del Acebo, del Cristo de Candás, la Casa Sacerdotal etc... El lugar es lo de menos, lo importante es que les ayudemos cuanto antes a gozar de la presencia del Creador. 

¿Y qué nos dirían hoy nuestros difuntos?... No dejéis la misa del domingo; la fe, la confesión; no deis la espalda a Dios que llegada la hora de la muerte uno se da cuenta de sus errores y olvidos. Ante esto, podemos pensar en esa parábola que Jesús relata del mendigo Lázaro y el rico Epulón. Murió el mendigo y después el rico, y viéndose Epulón en el infierno entre tormentos pidió a Abrahán que enviara a Lázaro para mojando la punta del dedo le refrescara la lengua en medio de aquellas tormentosas llamas. Y Abrahán le respondió que debía recordar que él en su vida había recibido bienes y Lázaro males, por ello el aparente perdedor ahora es consolado y el aparente triunfador atormentado. Dice el evangelio además que entre un lado y otro, entre los que quisieron estar con Dios y los que no quisieron saber nada de Él hay un inmenso abismo para que no puedan cruzar de un lado a otro. Ante esto, San Lucas nos cuenta la reacción última del rico Epulón pidiendo un último encargo para el bendito Lázaro: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Los difuntos deben estimularnos a querer ser Santos, a que la muerte nos pille preparados espiritualmente, y eso no se puede dejar para última hora dado que no sabemos el día en que terminará nuestra peregrinación por este mundo. Como afirmó Benedicto XVI: ''Ante el silencio de la muerte, al desvanecerse las expectativas humanas, sentimos viva la esperanza cristiana, que, más allá de las apariencias, descubre el amor de Dios, fiel a sus promesas''. Rogamos de modo especial por los difuntos por las consecuencias de la catástrofe natural en Valencia y Albacete, así como los que experimentan en estos días la cruz antes esa terrible tragedia que pone en evidencia la incapacidad del hombre y sus tecnologías y previsiones, y la profunda necesidad de Dios en nuestras vidas: Jamás menospreciemos el valor y el poder de la oración. 

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