"La pregunta del millón" tantas veces repetida en estas fechas es: ¿Cómo pudo llegar el Mesías y no enterarse tantísimos como lo esperaban?... Tal vez pensaron que haría una entrada triunfal y apoteósica cuando en verdad llegó sin hacer ningún ruido. Esto nos pasa a menudo; construimos una idea predeterminada y luego cuando llega la hora de la verdad no tiene nada que ver lo uno con lo otro. Así fue la llegada de nuestro Salvador, que como ha dicho estos días el obispo de Orihuela-Alicante entró en nuestro mundo por la puerta del servicio. Esta realidad la conocen casi todos cuando en casas importantes, negocios o restaurantes, dependiendo de si eres el que paga o el que sirve, el rico o el pobre, el esperado o el no, te indican que puerta de acceso deberás usar.
Jesucristo al venir a nosotros, ya con su nacimiento rompió todos los esquemas naciendo sin posada ni lujos, sino en una pobre gruta con animales. Así se cumplió la profecía de Isaías que algunos supieron ver en aquel alumbramiento: "El buey conoce a su amo, | y el asno el pesebre de su dueño; | Israel no me conoce, | mi pueblo no comprende». ¡Ay, gente pecadora, | pueblo cargado de culpas, | raza malvada, | hijos corrompidos! | Han abandonado al Señor, | han despreciado al santo de Israel, | le han vuelto la espalda" (Is 1, 3-4). Esto mismo ocurre hoy; nuestro mundo le da la espalda, no le espera, no le abre la puerta de su hogar, sino que buscamos otros mesías menos exigentes que no nos interpelen sobre preguntas esenciales que obliguen a implicarnos y complicarnos en el arduo camino de la santidad.
La cita la sabemos de memoria: "vino a los suyos y los suyos no le recibieron", pero eso no es argumento para que yo no le reciba, no le espere, o no le abra mi corazón anhelando que un día oiga de su propia voz: "bendita tú, bendito tú, que sí me diste posada en tu alma, y no abandonaste ningún domingo, ni pasaste de largo cuando me viste en el que sufre"... En estos días de Navidad brota la generosidad de forma espontánea; ojalá el espíritu navideño nos durara todo el año en cuanto a la alegría, la caridad y la facilidad para estrechar la mano de la gente y generar empatía, incluso con la persona más opuesta a mi forma de pensar. El Señor se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y es que nos hace mucho bien descubrir que la felicidad no lo da el tener mucho, sino el necesitar poco y poder compartir viviendo ligeros de cargas terrenas.
En esta Navidad tampoco puede faltar un recuerdo para la figura de San Francisco se Asís, al cumplirse 800 años de aquel primer belén viviente que él mismo organizó con los frailes que le acompañaban en la localidad italiana de Greccio. Allí el Poverello, que regresaba a pie de Roma hacia Asís de haberse entrevistado con el Papa, tuvo esta feliz ocurrencia al contemplar que a las afueras de aquel pueblo italiano del valle de Rieti había unas cuevas naturales en la roca. San Francisco había estado poco antes en Tierra Santa donde quedó cautivado por la gruta de Belén, que debía ser muy parecida. El Santo propuso llenar la cueva con hierba y animales y celebrar allí la "misa del gallo" en lugar de la iglesia del pueblo. Todos los habitantes del pueblo incluido el párroco aceptaron su propuesta, pues San Francisco les había librado de una plaga de lobos que atemorizaba la localidad, por lo que aunque no gustara del todo la idea de celebrar una misa en pleno invierno en la montaña italiana se sentían en deuda con Francisco. El santo quería que aquel gesto ayudará a contemplar la pobreza, el frío y la vulnerabilidad humana entre la que nació el rey de reyes.
También hoy nosotros necesitamos vaciar la Navidad de tantos aditivos que han deformado su verdadero sentido, mensaje y significado. Hoy en la tierra nace Dios, que se abaja para elevarnos a nosotros y darnos la vida, para librarnos del pecado y hacernos partícipes de su gloria que los ángeles aquella noche cantaron. Feliz y Santa Navidad; ¡sí!, no "felices fiestas" que hay muchas y eso se puede decir en otras ocasiones. Los católicos en estos días decimos sin contaminaciones ni pudores extraños: ¡Feliz Navidad!.
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