Hay fechas más redondas que merecen ser recordadas de modo especial. Todos tenemos nuestros calendarios personales, familiares, amistosos, sociales, eclesiales. Se dan los motivos para celebrar un encuentro, un acontecimiento que puede habernos cambiado la vida. En Asturias contamos con una querida presencia de cuatro jóvenes mujeres que pertenecen a un movimiento apostólico reconocido mundialmente por la Iglesia: los Focolares. El nombre viene del italiano y lo alumbró en 1943 una chica veinteañera llamada Chiara Lubich cuando hizo un pacto con Dios en la víspera de la fiesta de la Inmaculada Concepción consagrándose a Él. Focolar significa “hogar”, o “llar”, como decimos en Asturias. Un espacio donde la lumbre y el fuego caldean la casa y el alma, creando un ambiente familiar donde uno se siente querido, esperado, perdonado, acompañado.
Han pasado ochenta años desde aquel día en el que Chiara caminaba temprano hacia la iglesia, con tres claveles como ofrenda de su vida ante el sí que Dios le estaba reclamando. Era una joven maestra que colaboraba con los franciscanos en la educación de los niños. Llena de ideales nobles y hermosos, Chiara y sus amigas hacían proyectos de una vida toda ella por vivir aún. No era la margarita que deshojaban entre el sí o el no de un pálpito incierto, sino la certeza de quien sabe lo que quiere en la vida y lo que la vida quería de ellas. Algunas pensaban en un hogar con el hombre de sus sueños y los hijos compartidos como bendición del cielo, otras aspiraban a darse todo lo más a quienes más lo necesitasen en un alarde de entrega y caridad, también estaba quien apasionada por la verdad deseaba ir a la universidad y dedicar lo mejor de sus preguntas y la paciencia de sus pestañas para indagar en la belleza de lo verdadero.
Pero hubo un contexto que todo providencialmente lo desbarató paradójicamente. Chiara y sus amigas compartían todo esto en aquel año 1943 antes del bombardeo en su Trento natal. En ese ambiente de guerra terrible, algo sin cita previa malagüera se les impuso tenaz aquel día inolvidable: la margarita de sus sueños de pronto perdió todas sus hojas posibles porque estalló la pesadilla indeseada del odio y la barbarie. Aquel bombardeo segó para siempre lo que un grupo de chicas jóvenes, en su inocencia y en su pureza eran capaces de soñar lo mejor de la vida. Parecía que ahí terminaba todo, que se truncaba todo. Los escombros sepultaban una historia aún no vivida, y no había en el mundo un lugar donde esconder sus lágrimas, o su desolación y su rabia quizás. Pero sucedió algo aún más imprevisto, algo que en forma de pregunta brotó del corazón de Chiara y sus amigas: ¿existe un ideal que no haya bomba alguna que lo pueda destruir? Dios, se dijeron asombradas, Dios y sólo Dios. A Él le daremos nuestra vida, nuestro corazón y nuestros ensueños.
Y comenzaron a leer el evangelio como una luz más potente que toda la oscuridad de aquel túnel de la guerra. Aparecieron palabras nuevas sin ser desconocidas, y reclamos de alegría que contagiaba de esperanza tanta desesperanza destruida: amar al otro como lo ama Dios, darle mi atención, mi afecto y mi tiempo, y vivir de tal modo unidos que Jesús esté en medio de nosotros como Él mismo prometió, y hacer nuestra la gran plegaria de Jesús de que todos seamos uno para que el mundo crea, superando así la herida de la división que nos enfrenta, el rechazo excluyente, el odio que nos zahiere. Todo esto sucedió como luz y gracia, en aquel momento tan oscuro y desgraciado que siempre conlleva una guerra. Nació de este modo un carisma que ha llenado de alegría santa, de unidad sincera, de amor a Dios y a su Iglesia, de entrega al prójimo próximo sin importar su religión o bandera. Hace ochenta años de esto, y nosotros damos gracias. También por poder contar con un precioso “focolar” en Oviedo con las cuatro focolarinas que hacen presente entre nosotros aquel sí que pronunció Chiara.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
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