En este peregrinar pascual nos vemos ya en el domingo III donde la palabra de Dios nos presentará el que quizás sea uno de los textos que mejor iluminan la espiritualidad de este tiempo y que la Iglesia nos invita a hacer nuestra no sólo estas semanas, sino durante toda nuestra vida. Saber hacer camino; es decir, vivir sin ignorar lo que que ocurre alrededor no pensando sólo en nosotros, sino teniendo la sensibilidad de reconocer a Jesucristo resucitado que sale a nuestro encuentro y camina a nuestro lado regalándonos su palabra y alimento. Ahora que está de moda el término "sinodalidad", tenemos aquí el ejemplo por antonomasia de lo que es caminar juntos, cada cual a su ritmo y estilo, pero todos en las misma dirección de Emaús; esto es, en la intimidad con el Señor.
I. Vivir del mañana
Siempre que tenemos un día malo parece que nos queda la cierta tranquilidad de acostarnos pronto esperando que mañana sea otro día; una oportunidad nueva para poder arreglar lo estropeado y empezar de nuevo. Esta es también una constante cuando en lugar de un día son muchos seguidos, siempre esperamos que vuelva a aparecer el sol entre tantos nubarrones. Vivimos sujetos a ese ancla que es la esperanza, pero no una esperanza basada en la suerte, "el karma" o el azar, sino en alguien que da sentido a nuestros dolores y penas porque las ha experimentado en primera persona: Jesús de Nazaret. Esto es lo que nos recuerda San Pedro en el fragmento de su primera carta y que escuchamos en este día; el anuncio se nos hace a nosotros para que nosotros lo gritemos al mundo, y es que Cristo ha sufrido, muerto y resucitado para poder vivir más allá, para que haya mañana tras la muerte, y haya luz tras la noche oscura. Pero que Cristo nos haya salvado no significa como dicen muchos que esto sea "jauja", que podamos hacer lo que queramos con tal de querernos; no, el Apóstol nos lo ha dicho claramente: ''Puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa''. No rechacemos la sangre del Señor, no menospreciemos su prueba sublime de amor por nosotros. Esto es igual que cuando una persona hace un sacrificio muy grande, por ejemplo una madre que dona su riñón para salvar a su hijo con problemas de drogas o alcoholismo, y la madre muere en la operación salvándose él: ¿Cómo reaccionará ese hijo? ¿manteniendo el mismo estilo de vida anterior, o empezando una vida sana como agradecimiento a su madre que dio su vida por él?. A esto somos llamados también nosotros en la Pascua.
II. Predicar la vida nueva en Cristo resucitado
En la primera lectura del libro de los Hechos nos detenemos ante el discurso de San Pedro, y es que nos encontramos ante la evangelización y las primeras catequesis que los discípulos anunciaban ya ante los judíos y ante hombres y mujeres de toda raza y religión. En este caso la mayoría de los oyentes debían de ser judíos, por lo que San Pedro comienza con una petición clara: ''escuchad atentamente mis palabras'', que es en definitiva el primer mandamiento hebreo: "¡Escucha Israel!". Después Pedro pasa a hablar del hecho concreto de Jesucristo: ''lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte''. Y por último remata su predicación relacionando a Jesús con el Antiguo Testamento, para que comprendan los judíos que el Nazareno no fue un hombre simplemente extraordinario, sino que se trata del Mesías esperado desde hacía siglos. En este caso concreto San Pedro les habla del rey David, de sus cánticos y en especial un hecho tangible: ''el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo”; previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”. "A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos''... Nosotros creemos que Jesús es el Mesías, pero no debemos dejar de interiorizar cómo hemos sido liberados por su muerte y Resurrección; pensar en nuestra muerte sólo cobra sentido en paralelo con la suya, y que la vida nueva y verdadera no empieza sólo con la resurrección de nuestra carne, sino que debemos resucitar ya aquí muriendo al hombre viejo y resucitando a una vida de mayor fidelidad al evangelio, de conversión de costumbres, actitudes, comportamientos y relaciones, encaminándonos así a la santidad.
III. Al partir el pan
El evangelio de este domingo es un texto para saborearlo y de los que personalmente más me agradan, pues es la realidad misma de nuestra "distraída" vida que está plagada de múltiples realidades que nos dispersan y nos hacen incapaces de ver las pistas y guiños que nos hace el Señor... Sobre el texto sabemos que uno de los discípulos se llamaba Cleofás, y del otro el evangelista no nos dice ni palabra. Si algún día tenéis la oportunidad de ir a Emaús y participar allí de la Eucaristía y visitar el pueblo, encontrareis algo muy sugerente: un panel o montaje fotográfico donde sale Jesús con los dos discípulos y uno de ellos tiene la cara recortada y pongas allí la tuya para una la foto. Es esto lo que decimos siempre, ese discípulo sin nombre somos nosotros: tú y yo. En estos domingos de Pascua vemos que Jesús resucitado se aparece, y que para Él no hay barreras, atraviesa muros, entra en casas cerradas... Y hoy sin embargo, lo vemos como simple peregrino. Pero no perdamos de vista esto, hoy Jesucristo vencedor de la muerte quiere atravesar el muro más duro y difícil, el del corazón del hombre. Viene a cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne, para que sepamos pasar del abatimiento a la esperanza, del individualismo a la vida en comunidad, de la deserción a la vida testimonial. Se nos presenta como compañero de camino, pero no por que empiece a caminar ahora con nosotros, sino para que nos enteremos de una vez de que Él siempre ha estado ahí para nosotros, aunque nosotros no hayamos estado para Él. Y que nos dice: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?», que es lo mismo que decirnos: ¿Qué traéis entre manos? ¿Cuáles son vuestras preocupaciones? ¿en que os puedo ser de utilidad?. Nosotros podríamos decir muchas cosas, pues son tantas las que van mal en nuestro mundo que al final aquellos dos iban hablando de lo que hablamos todos en cualquier tertulia, de lo mal que está todo por haber tanto mal en nuestro mundo. Y es que para ellos el mal había puesto fin a su esperanza. Ellos son muy sinceros: ''Nosotros esperábamos que..''. Cuánta gente en nuestro mundo se ha quedado aquí, a mitad de camino y no han llegado hasta Emaús. Y es que se han quedado en sus expectativas y pequeños horizontes, en aquello puntual que pensaban que Jesús iba a solucionar, en sus simples aspiraciones terrenas. Ahora que estamos en período preelectoral lo vemos perfectamente, hay promesas y promesas, y todos van a solucionar todo; también Cleofás y su compañero pensaban en clave política: ''esperábamos que él iba a liberar a Israel''; es decir, no querían a Jesús para otra cosa que para que les quitara a los romanos de encima. Y aquí Jesús les da un aldabonazo: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!"... Y el Señor se hace Maestro paciente que empieza de nuevo a repasar con nosotros la historia de salvación, lo que las escrituras anunciaron y lo que estas querían realmente decir. Jesús paciente, vuelve a explicárnoslo todo, pues aún no nos hemos enterado de qué va esta historia. Esto que hemos proclamado en este evangelio es lo que hacemos todos los domingos: salimos de casa, venimos a la iglesia y por el camino encontramos amigos y vecinos con los que charlar; hablamos seguramente de la última mala noticia del telediario y llegamos aquí a la iglesia, a Emaús, donde -como dice la liturgia- "Jesús nos explica las escrituras y parte para nosotros el pan". Esto es la santa misa, liturgia de la palabra primero y después de la Eucaristía. La pregunta es: ¿le reconocemos en ambos momentos?. Da igual que el sacerdote de mi pueblo sea feo, pequeño o antipático, que se llame Pepe o Manolo; nosotros no tenemos que creer en el cura ni vamos a la iglesia a verle a él, sino a Jesucristo vivo en medio de nosotros y a reconocerle en sus mensajeros. A aquellos discípulos ''se les abrieron los ojos y lo reconocieron al partir el pan". No se nos abren los ojos escuchando hablar a un sacerdote por bueno que sea, como mucho se nos puede encender el corazón, pero cuando realmente reconocemos al Señor es en su presencia viva y real en la Eucaristía... Caminemos pues, esperanzados, hacia Emaús.
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