Hace relativamente poco, una tarde de domingo de esas de entretiempo, salí de casa con el ánimo de retarme con las cuestas del Naranco y sumar así kilómetros a mis zapatos. En compañía de mi esposa subí hasta el repetidor de RTVE, bromeamos juntos sobre los efluvios que emanaban de la parrilla Buenos Aires, bajamos fijándonos en varias casas que nos gustaban (no tanto por lujosas, sino porque nos invitaban a soñar con vidas más emocionantes) y fue cuando, en la serpenteante avenida de los Monumentos, pasamos frente al Monasterio de la Visitación de Santa María, actual hogar de las monjas Salesas. Estas religiosas tienen allí un cartel anunciando la venta de pastas artesanas que siempre nos habían tentado. Esa vez al final, nos dejamos sugestionar y nos compramos una caja. ''Delicias del Naranco'' se llaman. Sólo se vive una vez, no todo va a ser deporte.
Consumado el pecado de gula, me quedé dándole vueltas al hecho objetivo de que un ovetense de mi edad no asocia las Salesas con una orden religiosa ni con una llambionada de repostería artesana. Para nosotros, aunque pueda parecer un aberración generacional. Salesas es el gran centro comercial de nuestra infancia. El primero, el pionero. Que lleve ese nombre es circunstancial, porque se construyó en el solar donde se hallaba el monasterio original, pero yo no guardo ni el recuerdo de aquel edificio. Incluso tengo que reconocer una absoluta falta de curiosidad durante la mayor parte de mi vida acerca de por qué le habían puesto tal nombre a ese gran bazar americano que tanto llamó nuestra atención en los ochenta.
Soler del Monasterio derribado
Monasterio actual
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