En pleno mes de agosto, a punto de celebrar la Pascua de María -la Virgen de Agosto- nos reunimos como comunidad para celebrar el día del Señor de este domingo XX del Tiempo Ordinario. La Palabra de Dios de este día nos resultará incómoda; nos dice cosas que no gustan, que molestan como suele ocurrir cuando la verdad se pone de forma cruda ante nosotros. La fe es una lucha y un camino de peligros, seguir a Jesús implica renuncias; ser testigo supone muchas veces perder, ser criticado... Así se nos presenta hoy el Señor, como esa bandera discutida y signo de contradicción para nuestro mundo. Adentrémonos en esta palabra que singularmente nos interpela.
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domingo, 14 de agosto de 2022
La única Iglesia que ilumina, es la arde en el amor. Por Joaquín Manuel Serrano Vila
I. Acercarnos a Jesús de Nazaret
No seremos auténticamente cristianos si no nos esforzamos por querer conocer más y mejora Jesús, no hay mejor modelo de fe que Él mismo. San Pablo en su carta a los Hebreos nos lo dice de forma clara: ''corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe''... Una fe apoyada en Jesús es una fe auténtica. A veces nos encontramos con personas que edifican su fe sobre San Antonio, sobre San Judas Tadeo, sobre Santa Rita... y está muy bien ser devotos de los Santos, cuando éstos nos ayudan a ir a Jesús, pero si Jesús no es prioridad no he entendido nada, me he conformado con algo bueno sin haber descubierto lo excelente. El Apóstol nos habla del sufrimiento del Señor en su pasión, la cual da el sentido de la cruz en los hospitales, en los colegios, en las cárceles, a menudo en nuestros propios hogares... Cuando sufrimos, cuando el mal nos tienta debemos mirarle a Él teniendo presente lo que nos ha dicho San Pablo: ''Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado''. Hoy en día tenemos muchos recursos para conocer a Jesús; podemos comprar un libro que nos traen a la puerta de casa o ver un documental en televisión, así como múltiples recursos por medio de internet, pero tengamos cuidado con nuestras lecturas, asegurémonos previamente que a lo que vamos a acceder va a ayudar a mi fe, y no lo contrario. Hay mucha gente que ha escrito y escribe sobre Jesús, unos nos ayudan a contemplar a Jesús de Nazaret, otros en cambio únicamente nos llevan a un personaje que el autor ha amoldado a su medida en función de su ideología, criterios o gustos.
II. Cuando queremos matar al profeta
A veces solemos detestar a personas que nos recuerdan lo que hacemos mal, los que denuncian nuestros fallos, los que nos recuerdan que nos hemos equivocado. Suele ser ésta la primera reacción: rechazar la crítica y, sin embargo, nuestra reacción debería ser el agradecimiento. Agradecidos por esa corrección, que es ayuda, y nos evita seguir por el mal camino. La sabiduría popular dice que "quien bien te quiere te hará llorar", ese es el verdadero amigo, el que hace con nosotros de profeta y nos advierte: ''si vas por ahí acabarás así'', y cuando no hacemos caso y somos cabezotas reconocemos: ''tenía razón; ¡ha sido profeta! ¿Por qué no escuché a este amigo?... Esto es lo que le ocurrió a Jeremías, que ante la situación de catástrofe generalizada que vivía Jerusalén culpó públicamente a los gobernantes de haber dado la espalda a Dios y sustituirlo por otros dioses. He aquí que la medida que toman con él es la que solemos denominar de: ''matar al mensajero'' o, en este caso, al Profeta. Así, lo arrestan tirándolo al fondo de un aljibe vacío esperando que muriera en él de hambre: ¿Se acabarían los problemas de Jerusalén con la muerte de Jeremías? Obviamente no, pero aquellos gobernantes utilizando el miedo ya no tendrían quien les señalara incómodamente. Cuántas veces nosotros queremos matar al "profeta" que aparece en nuestra vida queriendo ayudarnos, y al que tratamos de despachar creyendo que sin él se irán de nuestra existencia los problemas...
III. Arder en el amor
En el duro evangelio de este domingo según San Lucas nos dice en palabras del Señor: "He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!"... Efectivamente, ojalá nuestra Parroquia, la Iglesia Universal y el mundo entero ardiera en el amor de Dios; ese amor que no nos deja indiferentes y que tantas veces nos falta, que contrapone la guerra con la paz y el odio con el amor. Hemos de tener presente que Jesús dice estas palabras al comienzo de su vida pública, que tratan de ser como una advertencia: seguirme implica compromiso, mojarse, apostar radicalmente por un cambio personal que extendido cambie el mundo... Si queremos quedar bien con todos no podremos seguir a Jesús; si quiero estar a bien con toda mi familia no podré seguir a Jesús, si quiero que todos mis vecinos me digan con sonrisa "buenos días", no podré seguir a Jesús... He aquí que se cumple la advertencia: ''¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división''... Asusta ver en nuestros días las persecuciones abiertas que vivimos los cristianos en algunas latitudes, y más solapadas más de cerca; cómo estorba la cruz, molestan los campanarios, sobran la Iglesias y los "profetas". Es asombroso el odio visceral de algunos hacia sacerdotes o religiosas, hacia obispos o hacia los mismos fieles; es algo demoníaco lo que está detrás... Jesús era consciente de que sus palabras y su propia persona provocarían división; sin embargo, somos llamados a ser nosotros fuego de su amor, el fuego del corazón que sin miedo se extienda para iluminar al mundo. Esa es la Iglesia que soñamos, la que ardiendo en caridad y bajo el soplo del Espíritu Santo transforme nuestro mundo.
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