Atrás la Navidad, celebramos ya el día del Señor en el Segundo Domingo del Tiempo Ordinario. Hoy la Palabra de Dios nos adentra en la profunda relación de Dios con su pueblo. Nos hablará de desposorios, unión y alianza. Dios sin necesidad del hombre lo busca, y el hombre sin buscar a Dios lo necesita. Sólo cuando el ser humano comprende su profunda necesidad de acudir al Creador, experimenta que se siente realmente pleno y puede cantar con el salmista: ''Contad las maravillas del Señor a todas las naciones''.
Y tenemos la certeza que Dios está con nosotros a través de los carismas que van apareciendo en la Comunidad y que no son fruto de nuestras valías personales, sino obra del Espíritu Santo que actúa en medio de nosotros. Esta catequesis teológica que nos presenta San Pablo en el fragmento de la Primera carta a los Corintios, pone de relieve que la vitalidad de nuestras obras no tiene otro fin que el bien común de todos los que forman nuestra comunidad.
De fondo, algo de tirón de orejas que el Apóstol nos hace -como a sus contemporáneos- a los que formamos parte de una parroquia al recordarnos: ''Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos''. Por eso no caben protagonismos ni enfados cuando nuestro papel nos parece "secundario". Cada cual hemos de examinar nuestra parte; si somos de los que se pasan la vida haciendo cosas para que nos vean, o de los que, por el contrario, no se implican en nada para evitar que nadie les critique. Sabemos que nunca haremos las cosas a gusto de todos, más la clave de nuestra colaboración y pertenencia está en poner al servicio de la Comunidad nuestros dones y carismas sin protagonismos ni indiferentes apatías. Sólo cuando damos un paso adelante para ofrecernos a hacer lo que sepamos, estaremos haciendo ya una gran obra para el Señor y la Comunidad; no para el cura -si me cae bien o si se pliega a mis apetencias o modelos- para el obispo o el Papa, sino para todos mis hermanos en los que he de ver a Cristo mismo. A unos se les dará bien leer en las celebraciones, otros cantar, otros tocar la guitarra, limpiar, dar catequesis, ayudar en el equipo de Cáritas, visitar a los enfermos... Diversidad de dones y carismas. Hoy 16 de enero, que es el día de la memoria litúrgica del Beato Luis Ormieres, podríamos subrayar como resumen de esta lectura uno de sus lemas: ''cada uno tiene un don para el bien de la comunidad''.
Por último, la relación entre la primera lectura y el evangelio, hemos de detenernos con detalle. En la profecía de Isaías se nos habla de la nueva Jerusalén en este cántico de amor, justicia y salvación. El texto parece como si describiera el enlace de un rey triunfante con su amada, pero en realidad es un paralelismo de la unión de Dios con su pueblo. El profeta sueña con ver a Jerusalén unida definitivamente al Señor, que todo cambie dando paso no sólo a una nueva ciudad, sino también a una nueva religión. Pero para esa boda que sueña Isaías hay un problema, falta el vino del amor, falta la respuesta del hombre al querer de Dios.
Mientras, en aquella Boda de Canaá de Galilea no faltaba el amor, sino el vino para servir a los invitados. Con este pasaje dejamos ya atrás definitivamente la Navidad, pues esta escena es la llamada tercera Teofanía. Tras la Adoración de los Magos, y el Bautismo en el Jordán, hoy centramos nuestros ojos en Jesús que acude con su madre y sus discípulos al banquete de enlace. Está claro que Jesús no era un personaje extraño, participaba no sólo de las costumbres de su pueblo, sino especialmente de la alegría de sus amigos. Acaba de iniciar -forzado por su madre- su vida pública, y ya le vemos integrado como uno más, entrando en nuestra historia no con estridencias, sino sin violentar nada, respetando la libertad de cada cual. Que Cristo vaya a esa boda es la afirmación de que nuestro Dios participa de que el hombre sea feliz, ame y prospere. Y en este enlace se prefigura ya también sus propias bodas con su Iglesia en el altar de la Cruz.
La Santísima Virgen juega en este pasaje un papel imprescindible aunque poco entendido, no la vemos intercediendo por un enfermo ni para nada especialmente importante, tan sólo para echar una mano a aquellos recién casado que se habían quedado sin vino. Los novios no se iban a morir por no tener vino, pero aquello era un grave problema pues la cosa empezaba mal; serían criticados por comensales, parientes y vecinos y, sin embargo, María toma parte y actúa para ahorrarles el disgusto. Hay quienes presentan la respuesta de Jesús como una mala contestación de un hijo a su madre, pero no es eso. Jesús al decir ''todavía no ha llegado mi hora'' está diciendo aún no es el día de la Cruz, el día que repartiré el vino de mi sangre para salvar a toda la humanidad y no sólo a esta familia en apuros. María como madre que conoce a su hijo entiende que aquella respuesta no es un no, sino un por supuesto que sí. Por eso Nuestra Señora, la primera discípula y modelo de todo creyente indica a los camareros: ''hacer lo que Él os diga''. El evangelio de hoy nos invita a ser como aquellos sirvientes: llegar a Jesús por María. A veces nos falta el vino de muchas cosas, pero pensamos que de nada servirá llenar nuestras tinajas de agua. Así nos sorprende Dios, que toma nuestra pobre agua para hacer el mejor vino hasta hacernos rebosar...
No hay comentarios:
Publicar un comentario