La El mapa de la vida suele ser plano, como los que estudiábamos en los libros de geografía. Y cuando comenzamos los doce meses de este año apenas estrenado, también aparecen planos los contornos del tiempo que tenemos por delante. Habrá cuestas empinadas hacia arriba, alguna pendiente que nos acelerará el paso hacia abajo, y tramos llaneros en los que recuperar el resuello mientras seguimos caminando.
Las novedades que nos traerán las distintas variantes de nuestro andar diario, no las podemos prevenir mirando el mapa. El almanaque es una fría catarata de números con las fechas de cada jornada, en la que se dice poco más que el santo del día, y alguna anotación de la agenda de trabajo. Pero qué ocurrirá, a quién encontraremos, que susto nos darán o por qué motivo brindaremos, no está ni en el mapa ni en la agenda. Y, sin embargo, estas páginas en blanco del año del Señor 2022, las iremos escribiendo día a día sin que nos demos cuenta, tratando Dios de sugerirnos su dictado amable y bello, tratando nosotros de complicarnos con los renglones torcidos. Los márgenes limpios en su sitio encuadrando cada página, el texto de la vida vivida, la vida biografiada, con alguna tachadura de lo que sobraba, algún borrón que pone su mancha, y las palabras no escritas que deberían haber sido vividas y pronunciadas.
Así nos encaramos a estos meses de un año que comenzamos. Dejamos atrás los días festivos de la Navidad pasada, se guardan en los baúles de los recuerdos los motivos que han adornado con ilusión inocente y tierna estas semanas, y nos zambullimos ya a la tarea de proseguir la aventura de añadir vida a los días y no simplemente días a la vida.
Todo nos aguardaba allí donde lo dejamos. Todo e incluso algo más que no estaba previsto cuando nos despedimos al comenzar la Navidad cristiana. De hecho, no han sido pocas las personas que en estos días nos han alertado con situaciones personales que han podido llenar de tristeza o preocupación nuestro corazón, cuando hemos sabido de sus novedades pandémicas, o de realidades que arrugan la esperanza por enfermedades graves, por catástrofes varias, por penurias económicas. Cuántas veces nos sorprendemos por cosas que nos pasan a nosotros o a la gente más cercana y que más queremos, sin que pudiésemos entrever ni sospechar que pasarían.
Al comenzar un año nuevo se nos agolpan los buenos deseos que hacen de trasiego de los sentimientos más nobles que nos anidan en el alma. Pero no somos nosotros los únicos escribanos de esa trama que llamamos vida cotidiana. Hay muchas plumas junto a la nuestra, muchas manos que tienen su particular trazo caligráfico, y entre todas ellas, la más discreta es la de Dios que teniendo en su corazón el mejor desenlace que ofrecernos, sin embargo, respeta como nadie nuestro relato. No por falta de imaginación, por ausencia de interés, o porque no sepa cómo hacer con nosotros para un final dichoso y feliz, sino por amor a nuestra libertad, que con paciencia divina acaricia y sostiene incluso dejándonos tropezar, permitiendo nuestros atajos a ninguna parte, o las distracciones que nos enajenan temporalmente del destino para el que fuimos creados.
Así, con esa renovada certeza de sabernos acompañados por Dios mismo, por María y por los santos, por tanta gente buena que Dios pone a nuestro lado, iremos escribiendo línea a línea, página a página, los capítulos inéditos de nuestra biografía que coincide con los meses que nos aguardan en este libro cerrado que poco a poco iremos deshojando en el tiempo que diariamente se cumplirá y en el espacio que habitaremos con cuidado. La historia ha comenzado, el telón ya está arriba, viene ahora la trama de una vida que se asoma cada día a lo que no estaba estrenado.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
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