(Vida nueva) Esta obra no puede entenderse sin la Madre San Pascual. Una educadora nata. “Es preciso mostrar a los niños una amable sencillez. No basta quererlos, han de notar que se les quiere”. Era una mujer “hábil para discernir”, de una gran fortaleza interior y, a la vez, delicada y sensible. Su alegría y su dulzura movían los corazones y su firmeza la hacía decidida y constante hasta el fin. Desde muy joven había sentido la llamada a la Vida Religiosa y profesó en las Hermanas de Saint Gildas des Bois (fundadas por el P. Deshayes en Beignon), donde era una persona considerada y respetada por sus hermanas, que le confiaron importantes responsabilidades. Hoy nos unen, a ambas congregaciones, lazos de fraternidad y amistad.
Juliana Mª Lavrilloux y Luis Ormières habían nacido el mismo año, separados por los 850 kilómetros entre Quillan y Josselin. Ambos coincidieron en un momento crucial. Luis tenía un proyecto y buscaba personas que le ayudasen a realizarlo y acudió al P. Deshayes. La entonces Hna. San Pascual estaba feliz y no deseaba sino vivir con una entrega, cada vez mayor, su Vida Religiosa cuando –a través del P. Deshayes– se cruzó en su vida la petición de un sencillo sacerdote que buscaba hermanas para educar a las “niñas pobres de Quillan”. Mujer apasionada por hacer la voluntad de Dios, después de muchas luchas y dificultades interiores y exteriores, y de un profundo discernimiento, descubrió este proyecto como una nueva llamada. Por eso fue capaz de arriesgar todas sus seguridades y confiar ante un futuro incierto. Nunca pensó que sería Fundadora. Tenía 30 años cuando dejó su “querida comunidad”, las personas y el lugar que amaba, a los que siempre guardó un profundo afecto. Un mes duró el viaje. El día 3 de diciembre de 1839 nació la primera comunidad. Las dificultades fueron muchas para la nueva fundación. Ormières no era ingenuo, decía que “un edificio duradero no se levanta sobre las arenas movedizas del entusiasmo. El sabio que quiere construir se sienta a estudiar sus recursos y a prepararlos”. Luchador, pero también paciente, se sentía instrumento de una misión, encomendada por la Providencia. “Hagamos siempre lo que podamos y dejemos a la Providencia el cuidado de perfeccionar toda nuestra obra ¿No será que Dios ha querido manifestar que esta es Su obra propia?”.
Hermanas camino a las periferias
La Congregación se extendió rápidamente. Las Hermanas eran enviadas de dos en dos –a veces tres o cuatro–. No todas eran maestras, las había también farmacéuticas, enfermeras... Además de dar clase, ofrecían formación a las madres, se preocupaban de la situación de las familias, atendían a los enfermos, daban catequesis y estaban allí donde hubiera una emergencia (frecuentes en los años de guerras y epidemias). Se sucedían pequeñas escuelas, escuelas-hogar, orfanatos, formación profesional, asilos de enfermos y ancianos, visitas a los presos... Hacían realidad, en lo cotidiano, el envío: “Sed Ángeles Visibles”. “Os esforzaréis queridísimas hijas, por haceros dignas de vuestro hermoso Nombre. La Escritura nos presenta a los Ángeles como criaturas que están en la presencia del Señor, contemplan su rostro y son enviados a una misión salvadora”. Son los más pequeños y menos privilegiados los más necesitados y el objeto de sus desvelos. Todos iguales pero, si hay que hacer diferencias, hacerlas en favor de los pobres: cuando, en una festividad del Corpus, los organizadores de la procesión determinaron que solo fueran las niñas ricas, porque tenían vestidos ‘apropiados’, Luis toma rápidamente una medida: “Si no se permite ir a las niñas pobres, las demás tampoco irán”. Que cada uno encuentre y pueda desarrollar su “propio don”, cultivar la propia vocación: “No debemos adquirir el compromiso de formar a los niños en una profesión determinada... sino seguir los designios de la Providencia sobre cada uno de los niños que nos han sido confiados”.
Ormières y San Pascual no querían para las chicas una educación “de adorno” muy al estilo de aquella época (tareas de la casa, modales, costura y música), querían también formar sus mentes (con gramática y aritmética) y sus espíritus (con una sólida formación religiosa y ética). Actualmente, la promoción de la mujer, a través de la educación escolarizada o no, o de diversos proyectos de promoción y formación, constituye un objetivo claro para las hermanas. Su interés por “hacer el bien, siempre y en todas partes”, su deseo de buscar por encima de todo la voluntad de Dios, le hace responder a una necesidad nueva que descubre en un lugar diferente. Un objetivo era no entrar en competencia con otras instituciones, sino ir allí donde todavía no había ido nadie, donde nadie había comenzado una obra similar. En España, la Congregación pasa del mundo rural a las ciudades y esto se debe únicamente a esta actitud de discernimiento ante una situación social y política completamente distinta a la de Francia y, consecuentemente, a unos objetivos también diferentes en la Iglesia española.
“Las necesidades de la Iglesia son las nuestras”, escribe el
beato Luis en 1869. Adaptación y creatividad: “Estamos
estudiando cuales modificaciones pudiera, sin alterar el
espíritu del Instituto, acomodarse mejor al carácter y varios
modales de las Naciones a donde nos mande la Providencia”.
desde francia a vietnam
Desde Francia, nuestro país de origen, y respondiendo a
los deseos de nuestros Fundadores: “El Ángel, ¿irá a otros
países? Este es el mayor de mis sueños” –decía Ormières–. Las
Hermanas hemos extendido las ‘alas del ángel’ a diferentes
lugares: España (1839), Venezuela (1950), Malí (1951),
Colombia, Italia y Japón (1956); Estados Unidos (1962),
Alemania (1967), Guinea Ecuatorial (1968), Ecuador
(1975), Nicaragua (1981), México (1991), El Salvador
(1994), Costa de Marfil (2001) y Vietnam (2016).
Hoy, nos reconocemos como una Congregación dinámica,
que vive el gozo de beber en las fuentes de nuestras raíces y
de los valores que nos dan identidad; en itinerancia, siempre en búsqueda, con los ojos abiertos para contemplar el
mundo, las nuevas periferias que nos llaman a salir y anunciar
la alegría del Evangelio. Nos sentimos llamadas a recrear
nuestro Carisma, afianzando nuestra consagración como
opción de vida identificada con Cristo, vivida en sencillez y
transparencia, desde una espiritualidad encarnada, centrada
en la Palabra de Dios. Y a ofrecer este carisma, en la Iglesia
y en el mundo, a través de nuestra misión apostólica y la
Familia Laical Ángel de la Guarda.
Vivir hoy la sencillez evangélica significa para nosotros, Hermanas y Laicos: sinceridad, honradez y autenticidad personales, buscar primero a Dios y su Reino (Mt 6,33), fe humilde y confiada en la Providencia, transparencia y descomplicación en las relaciones y el modo de vivir, incompatible con el engaño y las apariencias, entrega al Señor y a los hermanos en lo cotidiano. La figura del ángel, tal como se nos muestra en las Escrituras, sigue siendo para nosotras, y para todos los laicos asociados a nuestra misión, la inspiración de nuestro modo de hacer: cuidar (Gn 16,7-11; Mt 18,10), liberar (Hch 12,7-11), guiar (Ex 23,20-23), orientar (Mt 1,20), anunciar buenas noticias (Lc 2,10), consolar (Lc 22,43), proteger (Sal 34,8), alabar (Lc 2,13). Son algunas de las muchas citas que nos muestran las actitudes que queremos vivir. Nos apasiona lo que somos y estamos llamadas a ser en el mundo. Para todos, sin distinción de edades, culturas y situaciones, ser “Ángeles visibles” es una llamada a testimoniar con gozo nuestra identidad, recrearla y compartirla con otros en nuestra misión apostólica, para que el Carisma –recibido por parte de nuestros Fundadores, el beato Luis Antonio Ormières y Madre San Pascual– se expanda en el mundo, como un modo específico de encarnar el Evangelio. Como María, modelo de seguimiento de Cristo, de vida interior y mujer creyente, avivamos nuestra mirada, escucha, sensibilidad y disponibilidad, para guardar la palabra de Jesús en nuestro corazón y estar prontas a hacer lo que Él nos diga.
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