(www.aciprensa.com) “¡Quiero ser santo!”, exclamaba Santo Domingo Savio cada vez que se presentaba una buena oportunidad. Este santo italiano, que murió con solo 14 años, es patrono de los niños que integran los coros de las iglesias alrededor del mundo, y de aquellos que participan en el ministerio de la música; también lo es de las embarazadas, gracias a que cumplió un encargo de la Virgen María, con el patrocinio de San Juan Bosco.
Domingo Savio nació en San Giovanni da Riva, Piamonte, Italia, en 1842. Desde muy pequeño se sintió llamado al sacerdocio y, apenas conoció a Don Bosco, le pidió ingresar al Oratorio de San Francisco de Sales en Turín. Allí organizó la Compañía de María Inmaculada. Junto con sus compañeros frecuentaba los sacramentos, rezaba el Rosario, ayudaba en los quehaceres domésticos y cuidaba de los niños más difíciles. Además, mantenía siempre un espíritu alegre; le gustaba jugar y estudiar.
El primer biógrafo de Santo Domingo fue el propio Don Bosco. El Santo quiso conservar por escrito la vida aleccionadora y llena de amor del pequeño Domingo. Se dice incluso que Don Bosco la releía de vez en cuando y, cada vez que lo hacía, las lágrimas terminaban rodando por sus mejillas. En aquella biografía, Don Bosco no solo relató aquellos pasajes de la vida de Domingo que podían revelar su precoz madurez espiritual, sino también esas imágenes que se quedaron para siempre en su memoria, como las varias ocasiones en las que vio a Domingo arrobado después de recibir la Sagrada Comunión.
En aquel texto se describe un episodio singular. Cierto día, Don Bosco, encontró a Domingo en el coro del templo:
“Voy a ver –cuenta Don Bosco– y hallo a Domingo que hablaba y luego callaba, como si diese lugar a contestación; entre otras cosas entendí claramente estas palabras: ‘Sí, Dios mío, os lo he dicho y os lo vuelvo a repetir: os amo y quiero seguir amándoos hasta la muerte. Si veis que he de ofenderos, mandadme la muerte; sí, antes morir que pecar’. Cuando Don Bosco le preguntó qué hacía en esos momentos, Domingo le contestó: ‘es que a veces me asaltan tales distracciones que me hacen perder el hilo de mi oración, y me parece ver cosas tan bellas que se me pasan las horas en un instante’.
Durante el proceso de investigación llevado a cabo para su canonización, la hermana de Domingo, Teresa, narró que cierta vez el Santo se presentó ante Don Bosco y le pidió permiso para ir a casa de su familia. Don Boscop le preguntó el motivo y el joven le contestó: “mi madre está muy delicada y la Virgen la quiere curar”.
Entonces, el sacerdote le preguntó quién le había hecho llegar tales noticias, a lo que Domingo contestó que nadie, pero que él lo sabía con certeza. Don Bosco, que ya conocía de sus dones, le concedió el permiso y le dio dinero para el viaje.
Cuando el muchacho llegó a ver a su madre, se percató de que estaba embarazada, pero que sufría de fuertes dolores. Domingo, acto seguido, la abrazó fuertemente, la besó y se sentó junto a ella para oírla. Ella le pidió que fuera inmediatamente con unos vecinos. Domingo, por supuesto, obedeció. Más tarde, cuando llegó el doctor vio que la mujer estaba repuesta y lucía sana. Mientras este y algunas vecinas la atendían y la preparaban para dar a luz, quedó al descubierto alrededor de su cuello una cinta verde que estaba unida a una seda doblada y cosida como un escapulario. Era el presente que Domingo le había dado como signo de que la Virgen sería su compañía. Era el 12 de septiembre de 1856, día en el que nació su hermana Catalina.
Tiempo después Domingo le pidió a su madre que conserve aquel escapulario y lo preste a las mujeres del pueblo que lo necesiten. Así se hizo y muchas mujeres obtuvieron gracias particulares de Dios con la ayuda del escapulario de la Virgen.
No pasarían muchos días hasta que Domingo Savio retornó al oratorio salesiano. Lamentablemente no permanecería allí por mucho tiempo. Su salud se resquebrajó al punto que los médicos se convencieron de que no sobreviviría. Domingo tuvo que despedirse de Don Bosco y sus compañeros para volver a su casa. Antes de morir, en su último aliento, pronunció estas sorprendentes palabras: “¡Qué cosa tan hermosa veo!”. Domingo partió a la Casa del Padre un 9 de marzo de 1857 a los catorce años de edad. Su fiesta se celebra cada 6 de mayo.
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