(dominicos.org) Francisco Coll i Guitart nació en mayo de 1812. Vivió la exclaustración de los religiosos en 1835. Fundó la congregación de las Dominicas de la Anunciata. Fue apóstol incansable de la educación de la mujer. Murió en 1875.
Síntesis biográfica
Estamos acostumbrados a planificar la vida como si tuviéramos el poder de prever y controlar el futuro. Sin embargo, con facilidad los acontecimientos irrumpen y cambian nuestros planes. La vida de san Francisco Coll es un ejemplo de ello. Sin embargo, a pesar de las contrariedades nunca abandonó su confianza en Dios. Nació en 1812. A los cuatro años murió su papá. Entró al seminario de Vic, Cataluña, en 1822.
Tras sentir el llamado de Dios a ingresar a la Orden de Predicadores, ingresó al convento de Gerona e hizo su primera profesión en 1831. Durante sus años de formación se dice que «nada se veía en él de extraordinario, pero llamaba, sí, la atención por hacer tan bien las cosas ordinarias». Recibió el diaconado en 1835 en Barcelona.
En el contexto de la Primera Guerra Carlista, Francisco Coll fue exclaustrado junto con su comunidad en agosto de 1835. El gobierno prohibió celebrar el sacramento del Orden, sin embargo, logró ordenarse en mayo de 1836. Durante varios años ejerció el ministerio como coadjutor y misionero en varias diócesis de Cataluña. Su fama de predicador creció rápidamente.
Impresionado por la realidad social y religiosa que observaba, empezó a promover la educación en los pueblos, especialmente en el ámbito de la mujer. Esto lo llevó a fundar la Congregación de Hermanas Dominicas de la Anunciata el 15 de agosto de 1856. La congregación se extendió rápidamente, a pesar de las dificultades.
En diciembre de 1869 sufrió un ataque de apoplejía. Su salud empezó a declinar. Falleció el 2 de abril de 1875.
¿Qué nos dice hoy?
Francisco Coll fue un incansable promotor de la educación de la mujer. A pesar de los avances, aun en la actualidad las mujeres continúa siendo víctima de injusticias en muchos sectores de la sociedad. La vida de este dominico nos recuerda el compromiso de los cristianos para alcanzar la equidad y la justicia entre todos los miembros de la sociedad.
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