Jesús irradia amor; ama a Judas, a Pedro, a los soldados, a los sumos sacerdotes… son conscientes de que es un hombre justo. Ahí tenemos a la esposa de Pilato, Claudia Prócula, que tuvo un sueño en el que aparecía Cristo -según nos dice San Mateo- y le pidió clemencia para ‘’este justo’’ a su esposo. La Tradición nos recuerda que luego ella sería de las primeras cristianas, dado que en la Segunda Carta a Timoteo hablan de una tal Claudia.
Jesús no tocó los corazones con palabras sino que en esta recta final de su vida lo hizo principalmente con su bondad. Camina para su ejecución y aún es Él quién consuela a las mujeres, a su madre, al reo que estaba a su lado. No muere renegando, odiando ni maldiciendo sino que las palabras que salen de su boca entre estertores son perdón, confianza, preocupación por los suyos, abandono, humanidad (sed), consumación y entrega. San Marcos dirá que al ver el centurión la forma en que había expirado comentó: ‘’verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios’’. Es decir, lo que impresiona al romano no es tanto que la tierra temblara sino que Cristo a pesar de morir en la muerte más terrible, aún así cerró los ojos mirando a sus verdugos con bondad.
Solamente su aspecto de sufrimiento y sumisión es la mayor lección que enmudece a los que lo contemplan. Así lo anunció el profeta Isaías: ‘’ante él los reyes cerrarán la boca’’. El camino al Calvario y la crucifixión dejaron un impacto total en toda la región, como luego dirán los discípulos de Emaús, no se hablará en tiempo de otra cosa aunque supuestamente había sido un fracaso. Esta fue la primera victoria del Señor, dar ejemplo aceptando el plan que Dios tenía para Él a pesar de que suponía besar el barro.
Decimos que la muerte de Jesús fue una ‘’muerte vicaria’’, es decir, que fue un trueque; Él a cambio de salvar al resto. Fue una muerte sustitutoria. ‘’Cargado con nuestro pecado subió al leño para que muertos al pecado vivamos para la justicia’’. Dios no es indiferente al sufrimiento, por eso está ahí, muriendo de nuevo en cada ser humano que sufre. Como dice una canción: ‘’con los niños de hambre mueres Tú’’.
Hasta los malos sabían que la muerte de Jesús traería bien, aunque ellos lo pensaban de otro modo. Cuando Caifás dice: ‘’conviene que muera un hombre por el pueblo’’ lo dice a buen seguro convencido de que muerto el perro se acabaría la rabia, en el sentido de que acabando con Jesús se dispersarían sus seguidores y nadie más se acordaría más de aquello. Pero las palabras del Sumo Sacerdote nos sirven para entender el ofrecimiento que la liturgia resumirá tan bien al cantar: ‘’uno por todos’’.
Esta muerte no es una muerte cualquiera sino que es el sacrificio de la nueva alianza de Dios con los hombres por medio de Jesús, al que llamaremos desde entonces ‘’el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’’. Y la liturgia nos dirá: ‘’muriendo destruyó nuestra muerte’’.
La Eucaristía del Viernes Santo
Dentro del espectro general del Viernes Santo que se caracteriza por el silencio, la sencillez, la austeridad, el carácter penitencial, nos encontramos con un momento hermoso de este día que a veces pasa inadvertido, y es que en un día como éste no hay misa, no hay eucaristía, y sin embargo comulgamos gracias a que en la Misa del día anterior se ha consagrado "de más" para poder unirnos a Cristo en este día de su muerte.
Comulgamos el Viernes Santo conscientes de que la Eucaristía que ha sido constituida en el día anterior, cuando realmente toma cuerpo, sentido y alma, es precisamente hoy. Por eso hay teólogos que afirman que la Santa Misa tiene más de viernes santo que del jueves, porque la entrega total, el sacrificio supremo, la consumación sacramental se dan en el Calvario.
La primera Eucaristía empezó ciertamente en el cenáculo, pero donde se completó fue en el madero. Cada vez que el sacerdote consagra, eleva el pan que se convierte en su Santísimo Cuerpo. El presbítero no está únicamente repitiendo lo que Jesús hizo en la última cena sino que, mayormente, Cristo está de nuevo muriendo en la Cruz sobre el ara del Altar al hacerse presente entre nosotros.
Del costado de Cristo brota el agua del bautismo y la sangre de la Eucaristía, el agua que limpia nuestro pecado y el cáliz de salvación que nos redime. San Juan Fisher dirá: ‘’Es además un sacrificio perenne, de forma que no sólo cada año -como entre los judíos se hacía- sino también cada día, y hasta cada hora y cada instante, sigue ofreciéndose para nuestro consuelo para que no dejemos de tener la ayuda más imprescindible’’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario