Para comprender en toda su riqueza este acto de Jesús debemos retrotraernos a varios acontecimientos, en primer lugar los solemnes anuncios a sus discípulos sobre su destino como Hijo de Dios, luego su reafirmación y continua insistencia de subir a Jerusalén por más que los suyos buscaron disuadirle; y finalmente, la entrada misma con su preámbulo de amargura.
En ese tramo final del camino a la Ciudad Sagrada, el Señor exclama que dónde va morir un profeta mejor que en Jerusalén. Después vienen las lágrimas de Jesús al divisar la ciudad, y para culmen, la misma entrada por todo lo alto en la localidad, que nada tendría de gozoso en su interior. Jesús sabe que los vítores se convertirán pronto en petición de muerte y que la contradicción humana será la que le lleve a la Cruz.
La epístola nos volverá a recordar como ‘’siendo de condición divina’’… tomó nuestra condición. Ahí está la humanidad de Jesús que llora, gime y suspira. Los cristianos han llamado a ese lugar ‘’Domus flevit’’; he ahí la tierra regada por las lágrimas de Dios.
Es la aceptación primera de su final, por eso la antífona de la comunión de este día emplea las palabras de Getsemaní: ‘’Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad’’ (Mt 26, 42). Jesús hace gala de su libertad para abrazar -pudiendo no hacerlo- el camino hacia la muerte que aquí empieza.
El pueblo reconoce en Jesús al Mesías esperado, y se ejemplifica ya aquí la venida del Reino prometido. No salen a recibirlo las autoridades, poderosos ni sabios, sino los niños cuya espontaneidad y libertad siempre cuestiona a los adultos. El martirologio alude explícitamente a cómo se cumple la profecía de Zacarías en Cristo que llega, no en un burro, sino en un pollino de borrica. Es decir, se reitera la humildad total del Señor en el modo de hacer su entrada. Pero nosotros nos quedamos en el detalle de quienes supieron salir a su paso y acogerlo; estos son los sencillos y humildes de corazón de quienes será el reino de los cielos.
La Pasión según San Lucas
La lectura de la Pasión es el acento más propio de la celebración del Domingo de Ramos, con ella rompemos la estructura habitual del domingo. No se pueden omitir la lectura de la Pasión ni ninguna de las lecturas de este día dado que todas son imprescindibles para poder interiorizar los dos aspectos que la celebración, que de forma catequética nos trasmiten del triunfo y de la Pasión del Hijo de Dios.
La pasión según San Lucas que es la que este año se proclamará, aunque menos teológica que la del viernes, nos presenta numerosos detalles en los que detenernos. Antes de nada es de justicia recordar que nos encontramos ante el relato más preciso en muchos aspectos que los otros dos sinópticos. Sabemos que lo primero que escribieron los evangelistas fue precisamente esto, la Pasión, y luego el resto de los relatos por lo que algunos entendidos en Sagrada Escritura han denominado a los evangelios como prólogos de la pasión.
Escriben primero el final, no sólo por ser los hechos que estaban más frescos en la conciencia de los creyentes, sino porque tenían perfectamente claro qué era lo principal. Y es que el anuncio de la Buena noticia, el Kerigma, como lo definirá San Pablo, se resume aquí: ‘’la Pasión, muerte y Resurrección de Cristo por nosotros’’.
San Lucas nos adentra en las escenas con una visión muy catequética, poniendo de relieve la continua relación entre el Señor, los apóstoles y el pueblo; y de forma clarísima el evangelista nos regala con transparencia la visión y el enfoque teológico que Cristo le da a su propio final. Detengámonos pues en los recovecos del texto y sus diálogos.
Introducirnos en los misterios de estos días santos
Con el Domingo de Ramos inauguramos la Semana Santa, sin embargo, no terminamos la Cuaresma. En muchos lugares adornan ya con flores este día considerando que se ha producido un cambio cuando en realidad el tiempo cuaresmal lo concluimos al entrar en el Triduo Pascual con la Misa de la Cena del Señor. Este marco de tiempo entre el domingo de ramos y el atardecer del Jueves son días para seguir viviendo las prácticas cuaresmales y el acento penitencial, que se ve enriquecido con las celebraciones penitenciales del ‘’cumplimiento pascual’’. Esta es la primera clave, disponerse a estar en gracia de Dios para acompañarle por el itinerario de sus últimos días en la tierra.
La liturgia del Domingo de Ramos es toda en sí una profecía, un anticipo y anuncio de lo que pasará en los días sucesivos. Muerte y victoria, gloria y cruz, pasión y salvación se abrazan en este día en que entramos con Cristo en Jerusalén ya conscientes de que habrá patíbulo y sepulcro.
Nos concentramos con palmas para entrar en el templo como homenaje y exaltación a la realeza de Cristo Señor y Rey de nuestras vidas. Las palmas secas nos llevan a recordar a los mártires, y las ramas verdes nos traen al pensamiento las coronas de los atletas. Es como vemos hoy a Jesús, modelo de todo martirio y vencedor de la carrera de su vida mortal que llega aquí a su meta a las puertas de Jerusalén.
Entonamos lo que Dios es para nosotros: pastor, fortaleza, amparo, refugio… en los salmos 46 y 23 que recomienda la Iglesia para el acompañamiento musical de este día. El primero de ellos, el salmo 46 correspondería al contexto de la primera parte de la celebración, pues en su texto podemos vernos nosotros como fieles acompañando al Hijo de David que entra en Jerusalén: Dios es nuestro refugio y fortaleza — Dios habita en Su ciudad, hace cosas maravillosas y dice: Quedaos tranquilos, y sabed que Yo soy Dios.
Por otro lado, el salmo del pastor tan asociado a los ritos de exequias nos acerca entre muchas otras cosas a esto, a que Jesús se encamina a cañadas oscuras más sin miedo, consciente de que el Padre le sostiene.
Queremos acompañar al Señor, no sólo hoy sino cada día de nuestra vida, por eso guardamos con respeto las palmas y ramos bendecidos en casa, los regalamos a los seres queridos, lo colgamos de puertas y balcones y con todo ello estamos diciendo: Jesús, yo en esta carrera de mi vida también aspiro a llegar al pódium donde tú me esperas para darme la corona de laurel que no se marchita; es decir, la vida eterna contigo.
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