(de profesión cura) Pasó lo que se sabía podía pasar. Desde hace tiempo, especialmente desde la publicación de “Amoris Laetitia”, la cosa está entretenida. Y esto no me lo van a negar. Amoris Laetitia ha conseguido el nada despreciable logro de hacer que, no ya obispos y cardenales, sino conferencias episcopales, mantengan posturas diametralmente opuestas sobre el acceso a los sacramentos de los católicos que rompieron su matrimonio canónico y viven una posterior unión more uxorio. Por ejemplo, Wuerl y Burke. Por ejemplo, Malta y Polonia.
Carta hubo con preguntas, las famosas dubia, que aún están esperando respuesta. Se habló de algún tipo de “corrección formal” al santo padre por parte de algunos cardenales. Lo que sí ha ocurrido ha sido una corrección que un grupo de intelectuales católicos ha hecho llegar a Francisco dese su convicción moral que debían hacerlo. Están en su derecho. Si una persona o grupo cree en conciencia que debe dirigirse al santo padre, a su obispo o a quien sea para manifestarle algo, hágalo con su firma.
Me ha resultado interesante la catarata de reacciones al escrito de estos intelectuales. Especialmente porque aún no he leído argumentos en contra, sino apenas una ametralladora de adjetivos y descalificaciones que yo creo más bien descalifican a quienes disparan.
Hubiera deseado un debate serio. La carta de los sesenta y dos intelectuales es indudablemente un texto de peso. No es afirmar por afirmar. Cada una de sus “correcciones” viene avalada por una profunda reflexión que se elabora a partir de innumerables textos de la Escritura y el Magisterio. Para nada un texto superficial. Para nada algo a vuelapluma.
Las reacciones son, naturalmente, de varios tipos. Una inmensa mayoría de católicos pasa ampliamente porque no está para dudas, correcciones, líos ni gaitas. Los hay preocupados por la confusión teológica y moral que hoy se vive y por un relativismo creciente. De estos más preocupados, la inmensa mayoría, incluyendo naturalmente obispos y cardenales, mantiene un mutismo total, porque el silencio, piensan, es su mejor aliado. Eso tan viejo de no dar la cara por si te la parten. Otros se alegran de este texto y esperan pacientes a ver si desde el Vaticano se pone en claro lo que parece color de hormiga. Los hay, incluso, que se posicionan con su firma a favor de esta respuesta clara aun barruntando que nada de nada.
Hay otras reacciones. Las de aquellos que se revuelven y, a falta de argumentos, simplemente sueltan adjetivos y barbaridades. Ya saben: carcas, conservadores, ultraconservadores, antiguos, negados a la evolución. Mal empezamos. Porque uno quisiera saber qué es exactamente lo de ser carca, la diferencia entre conservador y ultra conservador y por qué tal cosa sea mala.
Se sigue por el argumento “ad hominem”, según el cual tanto los cardenales de las dubia -los dos que quedan- y los 62 intelectuales lo que buscan es el poder, mandar, aferrarse a sus antiguos privilegios, resucitar la Iglesia de Constantino e implantar una nueva inquisición.
Qué quieren que les diga. Personalmente preferiría una contra argumentación. En primer lugar, sobre la legitimidad del hecho de que cuatro cardenales o sesenta y dos intelectuales puedan dirigirse al santo padre exponiendo sus dudas y pidiendo aclaraciones a lo que ellos, en su pobre ignorancia quizá no saben ver. Si no es legítimo, se demuestre con el derecho canónico y con lo que sea menester.
Y si es legítimo, me encantaría leer la contra argumentación. Es decir, textos mal interpretados, magisterio manipulado, continuidad o no con el magisterio precedente. Porque no me negarán que atacar la carta de estos sesenta y dos porque son unos ultraconservadores que buscan seguir viviendo de sus privilegios parece argumento débil. Pero así es la vida.
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