Quisiera hoy reflexionar sobre una realidad que en Asturias no acabamos de corregir como es la temática de las procesiones y todo lo que engloba la religiosidad popular en nuestra tierra. Pienso que no soy sospechoso de ser contrario a este tipo de manifestaciones, al contrario; sin embargo, sigo pensando que hay muchas cosas que no se acaban de encauzar. Este tema es extenso, pero me voy a limitar hoy a comentar tres ideas muy concretas: el sentido de la procesión, la actitud de las personas participamtes y el tema de los ramos de pan típicos de nuestra región, que se bendicen en la misa y luego procesionan y su posterior subasta.
¿Para que hacemos una procesión?
Hay quién piensa que la procesión es un simple "paseo" que se le da a una imagen, sin otro particular más allá de la rutina imperada o el cliché de que siempre se ha hecho así. Sin embargo, la procesión es también oración física del cristiano, el cual manifiesta con su cuerpo una realidad que se hace patente y empapa toda la palabra de Dios: desde los patriarcas al pueblo de Israel salido de Egipto y que peregrinó por el desierto; la peregrinación al templo de Jerusalén; la presentación de todo judío al templo... Jesús peregrinó durante tres años por su tierra, los apóstoles, San Pablo... o la peregrinación de la mujer del Apocalipsis que buscaba poner a su hijo a salvo.
Peregrinar o procesionar, forma parte de la identidad de los seguidores del Señor, pues como dijo el ángel a las mujeres en el sepulcro: ''Él va por delante de vosotros''.
Cualquier procesión ha de ser un momento para enriquecer nuestro interior, para dar testimonio de la fe ante creyentes y no creyentes, ya que todos tenemos parte y tarea en la misión de anunciar su muerte hasta que el vuelva. Se equivoca el que piense que basta con cuidar el interior de uno sin favorecer en lo posible -sino más bien perjudicar- la vida espiritual del vecino. No sólo predica el sacerdote, sino todo bautizado con su forma de vivir, hoy en día clave de creyente verdadero.
Por eso una procesión no podrá ser una autentica procesión mientras no evitemos el ir de tertulia con la persona que llevemos cerca; ir criticando a la que va delante, etc... Estamos a años luz de lo que fuimos, pero poniendo todos un poco de empeño se podría encauzar y recuperar un poco de la verdadera piedad que han de irradiar nuestras procesiones. No favorece esto el que las procesiones compartan espacios (aunque sea puntualmente y circuntancial) con barracas y tiovivos, carpas de música y comidas, el prau de la fiesta, ect... pues son campos antagónicos por naturaleza. El que se está tomando una sidra no puede estar al lado y a la vez del que quiere orar. Esto siempre puede llevar aparejado conflictos y malas experiencias. Muchos párrocos se han visto envueltos en polémicas precisamente por tratar de modificar el recorrido de la procesión religiosa para preservar el sentido sacro y de oración con el que nació, aunque algunos lo consideren una especie de patrimonio local o cultural donde la iglesia nada tiene que decir. Nada más lejos; las procesiones son una prolongación de los sacramentos, particularmente del de la Eucaristía.
La actitud del que va y del que no va
Considero que, como antiguamente, la mejor forma de hacer una procesión es en dos filas indias; una detrás de cada cirial, haciendo pasillo a las imágenes, acompañando, siendo Comunidad y evidenciando la unidad.
Cuando se deja al pueblo fiel por detrás, apelotonado, sin orden ni concierto, únicamente se consigue que la gente vaya como en un aparte del acto, favoreciendo la "anarquía" verbal que lleva a la pérdida de identidad del acto de fe y a la propia irreverencia (aunque sea involuntaria e inconsciente). Mientras que si va en fila de a uno se evita en la tentación de ir hablando con el de al lado y se favorece la oración personal, la participación en el canto y la interiorización espiritual. En una palabra, la atención e implicación en lo que se está viviendo.
Hemos participado ya en tantas procesiones, que las vivimos ya como algo más; como un recorrido que siempre se hace pero que finalmente nada me dice ni en nada me ayuda comunicarme con el misterio y compromiso que me convoca.
Otro problema es la actitud de algunos no participantes pero sí "testigos" de nuestra manifestación. Lo normal es que la persona indiferente, atea o agnóstca -pero "curiosa" ante esta realidad- observe si quiere (ya que nadie obliga ni prohíbe nada) aunque el problema se presenta cuando algunos participan faltos del respeto que todos nos debemos, "reventando" el acto con alguna intervención o incluso con abiertas muestras de desprecio. En nuestro país, por desgracia, hemos presenciado ya muchas muestras de ello que atentan (incluso penalmente) hacia los sentimientos religiosos de los que como ciudadanos y contribuyentes ejercemos la libertad de manifestación de nuestros sentimientos que propugna y ampara nuestra democracia.
En esta vida se puede ser de unas ideas o de otras, más o menos amigos de la religiosidad, pero ante todo hay que saber demostrar un mínimo de educación.
Desde mi experiencia, un ejemplo en este sentido ha sido siempre la villa de Noreña, gracias al buen hacer de la Cofradía del "Ecce Homo" que lograba no sólo el silencio y la participación del pueblo fiel durante el traslado de la Imagen de la capilla a la Parroquia, sino que incluso lograban que los bares que se encontraban a lo largo del recorrido de la procesión hicieran un parón de puntual silencio al paso de los que procesionaban, poniéndose en pie la gente que estaba en las terrazas y apagando los bares la luz en consideración de lo que no era sólo cosa de "beatas" sino que era el cuidar la digna memoria de lo que sus antepasados les habían inculcado: el amor a Jesús Nazareno, que en la hermosa Villa llaman "Ecce Homo". En contraposición de otros, Noreña siempre me causó agrado y admiración.
Los ramos
En el Principado de Asturias, sobretodo en la franja centro oriental y costera, hay una arraigada tradición con muchos siglos de antigüedad de ofrecer ramos de pan el día de la fiesta sacramental o del patrono. En el devenir de las cosas, en época post-conciliar, cuando el clero empezó a dar la espalda a la religiosidad popular, se acabo desfigurando también el sentido de estos ramos que nacieron siendo la ofrenda del pueblo fiel a Dios como forma de dar gracias por la cosecha del año y suplicar que fuera mejor la del siguiente. Los ramos cantados o no cantados, con verde y flores o hierba seca, portados por cuatro o por una sola persona, eran un tributo del campo a su patrono o patrona, y por este motivo lo recaudado iba dedicado como ofrenda de forma íntegra a la Parroquia. Aquí cabe señalar que hace más de medio siglo no estaban de moda las comisiones de festejos, y normalmente eran los propios grupos parroquiales con el párroco a la cabeza los que organizaban "La Ofrenda" y daban forma a la pequeña romería en torno a la fiesta patronal o sacramental.
Con la aparición de las referidas comisiones, sociedades y asociaciones, el papel de la Parroquia fue quedando relegado a lo puramente religioso, por lo que muchos párrocos, en función de cada caso y circunstancia, empezaron a ceder dicha recaudación a la junta organizadora de los festejos, no por que el ramo o su recaudación les perteneciera, sino por que el sacerdote en uso de su libertad y autoridad así le pareció más acertado, teniendo en cuenta que parte de ese dinero sería destinado a pagar el ornato del templo y de las imágenes, el coro, la gaita y el tambor, los voladores etc., lo que redundaba en el esplendor de la propia fiesta.
Ahora bien, a mi entender, el tema de los ramos requiere de una revisión urgente desde la jerarquía eclesial, pues en muchos casos dichas comisiones se han ido aprovechando y apropiando de manera individual y a su discreción de algo que inicialmente no les correspondía, con el agravante de que en ciertos casos se convierte en una fuente de ingresos propios y ni siquiera socorren ni colaboran con los gastos de la celebración. En mi humilde opinión urge que desde la autoridad eclesiástica se concrete y especifique de manera clara esta cuestión, que ya se abordó "tímidamente" ante conflictos habidos anteriormente, mediante un decreto (un tanto ambiguo a mi forma de ver) por el cuál se limitara la participación de todo ramo de pan en la Eucaristía de la fiesta y procesión, si finalmente su recaudación no va a ser ofrenda alguna y ni tan siquiera la Parroquia compensada en los gastos que genera la propia celebración.
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