Concluimos aquí estas reseñas con un epílogo que dé cabida a algunas pinceladas más sobre este lugar tan querido y emblemático para los asturianos. Dentro de tres años se celebrará el centenario de la coronación canónica de la imagen de Santa María de Covadonga. Con joyas y donativos aportados por todos los asturianos, la corona fue diseñada en 1918 en el taller madrileño de orfebrería del sacerdote -de Pola de Lena- don Félix Granda Buylla. Está realizada con 551 gramos de oro y 232 de platino, 32 perlas, 983 rubíes, 2.572 zafiros, 2.046 “rosas de Francia” (corindones rosas) y 1.109 brillantes, con esmaltes azules. En una cámara acorazada del Museo de Covadonga se puede contemplar, junto con la de Jesús Niño. El modelo elegido fue el de corona real nimbada por aureola y representación del Espíritu Santo, para la imagen de la Virgen, mientras la del Niño está inspirada en las coronas imperiales carolingias (con 115 gramos de oro, 85 g. de platino, 52 brillantes, 72 zafiros, 759 “rosas de Francia” y 25 perlas). En muy excepcionales ocasiones la imagen de La Santina del siglo XVIII la lleva sobre su cabeza pero -cuando esto ocurre- se toman muy férreas y estrictas medidas de seguridad, de las que puede dar fe quien escribe estas líneas. En su origen -y hasta 1936- la corona se mostraba a los fieles sobre la cabeza de la muy bella imagen sedente que -con rostro de alabastro- había tallado el escultor valenciano José Capuz Manzano. En el atardecer del 8 de diciembre de 1923 la dos coronas fueron robadas en el piso bajo de la sala capitular, en Covadonga, por el alemán Nils Wolmann, el cual se alojaba en el Hotel Sta. Cruz de Cangas de Onís mientras hacía algunos trabajillos como mecánico. Las coronas -tras su confesión- aparecieron enterradas cuatro días después en el lugar llamado El Escobio, a orillas del río Güeña, en Cangas. Nils fue condenado a seis años de prisión, de los que cumplió dos y -como indemnización- hubo de pagar 12.000 pts. al abad. Tras ser indultado fue bautizado en Oviedo, siendo su padrino el Marqués de la Vega de Anzo. Y ya que hablamos de la coronación canónica de la Virgen de Covadonga, es preciso destacar que los cangueses de hace un siglo comenzaron a preparar este acontecimiento -coincidente con el XII centenario de la Batalla de Covadonga- desde dos años antes (1916). Meses después ocurrió que la Junta Provincial pretendió trasladar la imagen de La Santina a Oviedo, para celebrar allí la solemnidad de la coronación, lo que soliviantó a los vecinos del concejo. El periódico cangués “El Popular” se hizo eco de la cuestión el 30 de abril de 1918, al recoger la noticia de que más de 6.000 cangueses -convocados por el Círculo de Artesanos, entre otros- habían recorrido las calles de la ciudad hasta llegar al ayuntamiento con la finalidad de solicitar al alcalde (Manuel Pendás Junco) “que hiciese saber a la superioridad que los habitantes de este concejo no permitirán de ningún modo que se les arrebate el derecho que legítima y naturalmente les pertenece de que se celebren aquí dichos actos, que son una manifestación de su gloriosa tradición y de su propia historia”. El coraje de los cangueses se impuso y la coronación hubo de celebrarse en su lugar lógico y natural, el santuario de Covadonga, enclavado en el concejo de la que ya se conocía como Canicas mil doscientos años antes. El 8 de septiembre de 1918, de manos del cardenal Primado de España y ante los reyes D. Alfonso XIII y Dña. Victoria Eugenia, fue coronada la imagen de la Santina y la del Niño. Esa misma tarde, los reyes inauguraron el que pasó a llamarse Parque Nacional de la Montaña de Covadonga. Como decíamos, en menos de tres años será el centenario de tan memorable acontecimiento.
“Covadonga tiene un color especial”… no es el título de ninguna composición musical ni poética. La basílica, los muros, las escalinatas, la vía sacra y varias edificaciones fueron construidos valiéndose de la hermosa piedra caliza de la próxima cantera de Peñalba. Teñida por el mineral de hierro que abunda en la zona, atesora la compacidad y formación de una caliza marmórea de muy bella tonalidad rojiza. De hecho, ha dado nombre al “rojo Covadonga” cuando se habla de este tipo de piedra, como es el caso de las nuevas aceras de la avenida Covadonga, en Cangas de Onís.
Por otra parte, no olvidaremos aquí que en 1911 el capitular de la Real Colegiata de San Fernando era el sacerdote, pedagogo y escritor don Pedro Poveda Castroverde, fundador de la Institución Teresiana (canonizado en el año 2003). El día 1 de marzo de 1930 estas religiosas teresianas ocuparon su nueva casa, próxima a la Santa Cueva, desde donde siguen cuidando con mimo de muchas tareas relacionadas con el santuario. Con motivo del primer centenario de la estancia en Covadonga del canónigo Pedro Poveda -entre 1906 y 1913- así como de la fundación de su benemérita Institución Teresiana, se hizo grabar esta efeméride -para memoria perpetua- directamente sobre una piedra de la Santa Cueva, a la derecha de la entrada a la misma, (inscripción que -por cierto- alguien debería revisar para que sean corregidas las faltas de ortografía que contiene…).
Concluyamos aquí señalando que Covadonga -tras superar tantas mitificaciones y depurada de reducciones partidistas- es un lugar de referencia popular y universal. Aglutina y reúne en sí misma espíritu y materia, naturaleza y arte. Covadonga es raíz, cuna y corazón. En ella se funden intimidad, fe, maternidad y cultura, consolidando nuestra conciencia como región, porque Covadonga condensa en sí misma nuestra milenaria historia y proyecta su plural valor más allá del símbolo, como plural es también el nombre de Asturias.
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