Este domingo es especial, y es que nos tocaría estar viviendo el domingo XXIV del Tiempo Ordinario; sin embargo, al caer este año el 14 de septiembre en domingo, queda eclipsada la liturgia dominical por la de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. De esta forma la Iglesia nos invita en este día a poner nuestro ojos en el madero redentor, al que las gentes de nuestra tierra siempre han profesado tanta devoción, como demuestra el culto a las reliquias de la Pasión en nuestra Catedral y los Santuarios diseminados por toda la Diócesis, e incluso al tener a la Cruz como emblema de Asturias, de Oviedo y de tantos municipios que así la tienen en su escudo o bandera como Gijón, Caso, Allande, Gozón y tantos otros.
¿Por qué celebramos siempre este día de septiembre la Cruz, el Cristo...? Porque fue un 14 de septiembre el día en que fue dedicada la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, en el año 335. Es por esto que en esta fiesta se no llama a sumergirnos en el misterio de la Cruz, que para unos es locura y y escándalo, y para nosotros sabiduría de Dios.
La primera lectura del Libro de los Números nos relata la escena del pueblo de Israel que se enfrenta a unos enemigos propios del desierto como son las serpientes; este es un símil muy claro de lo que hace el pecado en nuestra vida: sale a nuestro paso, nos muerde y nos deja heridos. Esta escena de Moisés elevando la serpiente de bronce en su estandarte para sanar a los enfermos víctimas de las mordeduras de los reptiles, es el paralelismo perfecto de lo que Dios hará con su Hijo qué, elevado en la Cruz, es hoy contemplado en incontables imágenes, iconos, cuadros y crucifijos en el mundo entero. La llevamos al cuello, nos signamos con ese gesto, la colocamos sobre nuestro féretros y sepulturas, y es que la cruz ya no es para nosotros un símbolo de condena, sino por el contrario de salvación. La Cruz tiene enemigos, ciertamente, personas que les molesta verla, que la quieren hacer desaparecer de todas partes, y ahí vemos un signo inequívoco del poder de la Cruz que hace que el mal se revuelva, que el demonio busque la forma para quitarla de todos los espacios que pueda, pero siempre perdiendo el tiempo, dado que si algo representa el leño redentor es precisamente el perdón, amor, misericordia y reconciliación. Por eso hoy más que nunca hemos de hacer gala de la cruz en nuestros hogares, en nuestros ambientes, en la vida pública... Sólo si amamos la cruz respondemos en verdad a la oración del salmista: ''no olvidéis las acciones del Señor''.
En la segunda lectura de San Pablo a los Filipenses hemos escuchado ese himno precioso que con frecuencia rezamos en la liturgia de las horas: ''Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz''. Estas palabras que el Apóstol dirige a la comunidad de Filipos es una petición hoy para nosotros, para meditar sobre este misterio de la Kénosis, del abajamiento de nuestro Salvador que se despojó hasta de sí mismo, se vació de lo humano y lo divino por puro amor. Jesucristo acepta ser tratado de forma inhumana para tratarnos a nosotros con misericordia frente a nuestra miseria y pecado. Vivir la espiritualidad de la cruz implica también esto: aceptar también nosotros las humillaciones, los abajamientos y patíbulos que nos tocan cada día como crecimiento interior para estar más cerca del Señor y de su pasión y muerte. La invitación a tomar nuestra propia cruz y a seguir al Maestro sigue en pié, lo que ocurre es que con frecuencia queremos decir sí a seguir a Jesús, pero le queremos sin cruz. El Papa León XIV en su audiencia del pasado día 3 de septiembre nos decía: ''En la cruz, Jesús nos enseña que el ser humano no se realiza en el poder, sino en la apertura confiada a los demás, incluso cuando son hostiles y enemigos. La salvación no está en la autonomía, sino en reconocer con humildad la propia necesidad y saber expresarla libremente''.
El evangelio de esta festividad tomado del capítulo 3 de San Juan, nos presenta el diálogo de Jesús con Nicodemo. En primer lugar, hay que dedicar una palabra a este personaje: una persona bien posicionada de su tiempo que sigue al Señor, pero lo hace de forma clandestina; acude a verle de noche para no levantar sospechas. También hoy se vive mucho esto, personas que pasan por ateas o indiferentes por temores propios en sus hogares, trabajos o ambientes, y luego, sin embargo, acuden a hurtadillas al templo, se acercan a Jesucristo en visitas furtivas o se prendan de su Evangelio. Todos en buena medida somos un poco como Nicodemo, con nuestros temores y vergüenzas a la hora de testimoniar nuestra fe y amistad con Jesús, como el amigo que nunca nos falla. Sólo en Él y en su Cruz encontramos paz, verdad, salvación... Las palabras de Cristo a Nicodemo son en paralelismo exegético la actualización de la primera lectura del Libro de los Números: ''Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna''. Hoy ya no miramos a una serpiente de broce, sino a Jesús mismo crucificado, quien se ha entregado por amor por nuestra salvación. Ahora bien, no basta con creer que Jesucristo me ha salvado con su cruz y ya puedo hacer lo que quiera, sino que he de aceptar ese proyecto salvífico que Dios tiene pensado para mí: vivir conforme al Evangelio y honrando con mis actos la cruz del Señor. Pero como los cristianos no vivimos de forma aislada ni autónoma, sino en comunidad, otra dimensión fundamental para encarnar la espiritualidad de la Cruz pasa por saber reconocer las cruces y los crucificados de hoy que sufren y padecen a mi alrededor. Esta fiesta es muy querida, pues no se queda en la Cruz, sino que desde esta miramos al cielo; el evangelio de hoy nos habla del final, pero este entendido como examen de amor. Jesús crucificado es el emblema del amor de Dios a un mundo que lo rechaza. Con frecuencia se nos olvida que por nosotros mismos ''Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único''...
No hay comentarios:
Publicar un comentario