viernes, 22 de agosto de 2025

Don Armandín ya machó con Papin. Por R.H.M.

Al tener noticia de su fallecimiento el pasado 24 de Julio, a más de uno de los que conocieron a Don Armando, les habrán venido a la mente estas palabras que él repetía tanto con cuando predicaba un funeral o un aniversario, cuando iba a una capilla ardiente o se enteraba por la calle del fallecimiento de un conocido: "ya estará con Papin Dios". A algunos quizá les suele irreverente, pero no deja de ser la traducción al asturiano del Abbá ( אב ) que pronunció el Señor. Alomejor en boca de otro podría no entenderse bien, pero los que conocimos a D. Armando sabíamos que era su forma natural de expresar su amor a Dios, su sentimiento filial, su confianza absoluta... ''Como el niño que no sabe dormirse sin cogerse a la mano de su madre, así mi corazón viene a ponerse sobre tus manos al caer la tarde''. Creo que ese himno de completas refleja muy bien el alma de este cura tan original y tan noble como bueno. Tal es así que mi amigo Adrián Conde ya publicó recientemente una bella reseña en cartas al director de lne titulada ''Ya estás con Papín''.

Aunque nacido en tierras de Siero en 1944, en concreto en San Juan de Arenas (Carbayín) siempre fue un enamorado del valle del Nalón. Diplomado del Consejo Superior de Investigaciones Científicas CSIC (Instituto Nacional del Carbón y derivados) ingresó en el Seminario Metropolitano de Oviedo en 1971 a los 27 años de edad. Su primer amor en Oviedo fue la parroquia de San Antonio de Fuente la Plata, junto a Don José Ramón García ''Monchu''. Aquí estuvo el año de diaconado y los tres primeros años de sacerdote, en aquel bajo de la calle Argañosa nº 140. De ahí pasa San Martín de Veriña - El Cerillero en Gijón, junto a Don Laureano López. Sólo estará en ésta un curso, pues desde el Arzobispado piensan en él para asumir la capellanía del Orfanato Minero de Oviedo dada su vinculación con el mundo del carbón y la minería. Durante cuatro cursos atiende con ilusión aquella distinguida Institución con sede en el barrio de Villamejil de Oviedo. Por problemas de salud se vio obligado a renunciar a esta capellanía, colaborando desde 1986 en la parroquia de la Purísima de Gijon.

Conocí a Don Armando hace muchos años. Antes ya de nacer yo era habitual su presencia en las fiestas de Porceyo, donde el párroco Don Eladio le solía invitar junto a Don José María para dar más realce al día grande de la fiesta sacramental. Después, también Don Albino como otros sacerdotes de Gijón le pedían ayuda para sustituciones y complicaciones de agendas; siempre estaba disponible para un hermano y compañero. En Poago, por ejemplo, presidió y predicó la fiesta sacramental y de Santa Ana un año que el Párroco no estaba, y quedaron impactados los fieles de aquella celebración; hoy ya no recordarán qué predicó o qué cantó, pero dejó a todos boquiabiertos cuando fue a la sacristía a quitarse zapatos y calcetines antes de iniciar la procesión con el Santísimo, la cual hizo con profunda unción y con los ojos más cerrados que abiertos. Era como Moisés ante la zarza ardiente, consciente de que estaba ante un misterio sagrado que le sobrepasaba.

Sacerdote alegre y risueño; disfrutaba saludando, deteniéndose a charlar y pensando ya en otra ocasión para seguir la tertulia. Para él un sacerdote no se podía dar de forma genérica, sino que el valor estaba en querer a cada uno, en no decir "ya quedaremos un día " por cumplir, sino que le gustaba tratar los problemas de las personas directamente y ser útil ante ellos. Su saludo matutino era siempre ''feliz cumpledías''. Otra cualidad de Don Armando fue que perseguía algo hasta que lo conseguía, y no solía ser nada para él, sino favores que le habían pedido. Pedirle la luna era la casi total seguridad de que la conseguía.

Fue un hijo ejemplar respecto a sus progenitores, en especial con su padre cuya enfermedad fue más larga y dura de lo normal. Era una estampa que enternecía ver a Don Armando por Gijón con su anciano padre haciendo la compra, preguntándole qué le apetecía o prefería, ayudándolo a hacer memoria cuando el Alzheimer avanzaba... Y después con su tía Carolina, que fue como una segunda madre para él, la cual falleció en 2016. Su vida sacerdotal podría parecer que pasó a los ojos de este mundo sin pena ni gloria: apenas Coadjutor, Capellán y Adscrito; y, sin embargo, tenía corazón de pastor, y sin ser nunca párroco supo pastorear almas desde la sencillez y un segundo puesto, haciendo extraordinario lo ordinario.

Hace años había en un día muy caluroso del verano gijonés y muchos difuntos en el Tanatorio de Cabueñes; por allí pasaron sacerdotes de todo estilo, línea y modo de vestir. En la entrada, en el mostrador de recepción, un joven empleado de traje y corbata estaba sufriendo como nadie el bochorno del día. Don Armando entró, saludó, fue a la sala de la familia que conocía para rezar un responso y estar un rato acompañando, y tras ello fue por la cafetería a comprar una lata de Coca-cola y pedir un vaso, y a su salida del Tanatorio se lo llevó al empleado del mostrador de recepción, que sorprendido lo agradeció como le pasó a Ben Hur camino de las galeras por el desierto, cuando Cristo le dio de beber... Don Armando tenía un gran ojo para ver cuándo podía ser buen samaritano de su prójimo.

Era habitual verle con gafas de sol; en cierta ocasión me comentó que tenía problemas serios problemas de visión, yo le comenté que cómo no iba a un buen oftalmólogo, y él sonriendo me respondió: ''Pa qué, si tengo el amor de Dios que ye la mejor medicina''... Los místicos tienen esa forma de ser que no deja indiferentes a su paso, unos los llaman locos y otros los llaman santos. Santa Teresa de Jesús que bien sabía de esto ya escribió: “Muchas veces estaba así como desatinada y embriagada en este amor, y jamás había podido entender cómo era... Cuando esto escribo no estoy fuera de esta santa locura celestial... Suplico a vuestra merced seamos todos locos por amor de quien por nosotros se lo llamaron”. En la cuenca del Nalón muchos llamaban a Don Armando ''el Santu'', no por que le vieran levitar, sino porque le vieron acercarse a todo el que sufría tratando de curar con misericordia los males del alma y del cuerpo. Estaba muy vinculado a la Hospitalidad Diocesana de Lourdes, con los que peregrinó en varias ocasiones al Santuario homónimo francés.

En el año 2017 pasó a la situación de jubilado fijando su domicilio en El Recuncu (Blimea), donde hay una capilla que fue levantada por él dedicada al Sagrado Corazón y a la Santísima Virgen. En estos años siguió vinculado en la medida de sus posibilidades tanto a la realidad pastoral de Gijón como a su querida cuenca del Nalón, allá donde se le solicitaba. Agravada su salud fue ingresado en el Hospital Valle del Nalón en Riaño (Langreo), consciente de que se acercaba su hora. Reconoció que estaba preparado para irse, que moría en paz y satisfecho de haber logrado perdonar y amar a todos los que le ofendieron. Sus restos cinerarios fueron depositados en la capilla del Recuncu, donde celebró a diario la santa misa estos últimos años de su vida. 

Descanse en paz, Don Armando, y que Papín Dios lo reciba con los brazos abiertos. 








No hay comentarios:

Publicar un comentario