Tenemos todo un elenco de metales o maderas que con su cualidad y calidad representan un periodo de tiempo de una fidelidad, un ministerio, o un servicio realizado con entrega perdurable y sincera. Son conocidas las bodas de plata y de oro, pero hay una gama de maderas preciosas y metales valiosos que indican ese flujo temporal de una historia inacabada. Las que corresponden al décimo aniversario son comúnmente llamadas las “bodas de aluminio”. Podría parecer demasiado humilde la designación, pero tiene su significado pertinente. Sabemos que el aluminio es un metal maleable que se dobla, pero no se rompe fácilmente, y es una preciosa parábola perfecta para representar la flexibilidad y la adaptabilidad cuando después del trasiego de diez años, hemos aprendido a afrontar con decisión y sabiduría los retos en los que la vida nos desafía, nos prueba o nos gratifica.
Me viene esta reflexión por los diez años como monarca de nuestro Rey de España, Don Felipe de Borbón. En aquel 2014 comenzaba su andadura como Jefe del Estado. Su joven esposa Doña Leticia y sus dos hijas pequeñas la Princesa de Asturias y la Infanta Leonor, flanqueaban a Felipe VI en aquel día soleado en la capital de España. Estaba todo por escribir, y los párrafos no se hicieron perezosos cuando en tantos escenarios claroscuros y en no pocas circunstancias agridulces, irían relatando renglón a renglón un servicio que este hombre haría desde su Corona a España.
En un breve discurso con motivo de esta efeméride, lo ha dicho sin ambages ante una buena representación de la sociedad, con los poderes del Estado delante y junto a los 19 condecorados de las distintas partes de España en sus diversas Comunidades autonómicas, que han sido galardonados con la Orden del Mérito Civil, entre los cuales había un sacerdote valenciano, con un precioso palmarés misionero en Mozambique.
Diez años que han sido recordados por su Majestad refrendando la importancia de ser coherente con los deberes asumidos. Y comentaba que esta actitud «es base de la integridad e implica ser fieles a nuestros compromisos y valores en todas nuestras decisiones y actos; implica esforzarse en escuchar, en discernir lo que es correcto de lo que no lo es, y en actuar de forma responsable con ese discernimiento, asumiendo incluso el coste personal que ello pueda conllevar». Leer detenidamente estas palabras, permite descubrir el itinerario moral de un Monarca que, con sus persuasiones cívicas, su preparación intelectual, su apuesta por la unidad y la convivencia entre los pueblos de España, su solidaridad con los desfavorecidos, su amor por la Patria y sus convicciones cristianas, representan el mejor comentario sobre estos diez años de servicio de la Corona. Los compromisos y valores, la escucha, el discernimiento de lo correcto, la responsabilidad que emerge de este discernimiento, y la fortaleza firme ante el precio personal que puede conllevar... ha representado el vademécum flexible y maleable del aluminio decenal.
Si cabe un lema que ha presidido estos años, es el que Felipe VI ha apuntado sintéticamente: servicio, compromiso y deber. El servicio «para afrontar los retos y dificultades»; el compromiso «con nuestra Constitución y con los principios éticos y morales que consideramos universales»; y el deber para «actuar siempre del modo más correcto». Emerge así la figura grande y discreta de la altura moral de este Monarca tan querido por los españoles, más allá de la torticera actitud de quienes desde la insidia, la mentira y la bajeza, pretenden ningunearle o eclipsarle imposiblemente. La grandeza gigante deslumbra y destaca cuando merodean las vilezas enanas. Por eso le dije a Don Felipe hace unas semanas en Oviedo: rezo a diario a la Santina de Covadonga por Usted y por su alta encomienda, por su augusta familia y especialmente por la Princesa de Asturias. Enhorabuena, Majestad. Dios salve al Rey.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
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