“Santa Madre del Redentor,
Puerta del Cielo, Estrella del mar,
Ven a librar al pueblo que tropieza y se quiere levantar”.
Una vez más nos dirigimos a ti,
Madre de Cristo y de la Iglesia,
reunidos a tus pies en la Cova de Iria,
para agradecerte lo que has hecho
en estos años difíciles para la Iglesia,
para cada uno de nosotros,
para la humanidad entera.
“¡Muéstrate Madre!”.
¡Cuántas veces te lo hemos pedido!
Hoy estamos aquí para agradecerte,
porque siempre nos has escuchado.
Te has mostrado Madre:
Madre de la Iglesia,
misionera en los caminos de la tierra
en camino hacia el esperado
tercer Milenio Cristiano;
Madre de los hombres,
por la constante protección que nos ha librado
de desgracias irreparables,
y ha favorecido el progreso y las modernas conquistas sociales.
Madre de las naciones,
por los cambios inesperados que han dado nuevamente
confianza a pueblos largo tiempo oprimidos y humillados;
Madre de la vida,
por los múltiples signos con los que nos has acompañado
defendiéndonos del mal y del poder de la muerte;
Madre mía de siempre,
y en particular en aquel 13 de mayo de 1981,
cuando advertí junto a mí tu presencia y socorro;
Madre de todo hombre,
que lucha por la vida que no muere.
Madre de la humanidad rescatada por la Sangre de Cristo.
Madre del amor perfecto, de la esperanza y de la paz,
Santa Madre del Redentor.
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